El discípulo que ha sabido calcular, que ha renunciado a los suyos, a sus bienes y a sí mismo, que está preparado para el martirio, que es entonces capaz de ser discípulo, un “buen discípulo” (pienso en Rovirosa, en Foucauld…), lo mismo que es buena la sal, si deja de ser lo que ha escogido ser, es un “ser inútil”. No sirve para nada.
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