Ofertas indignas de trabajo doméstico

Jamás pensé que iba a dejar mi tierra y mi familia en Nicaragua. Pero me vi obligada a huir de un marido que me amenazaba de muerte. Tuve que pedir un préstamo para afrontar los gastos. Me habían dicho que aquí la gente era muy buena, que se ganaba bien y la comida era barata…

Llegué hace cuatro años. Vivía en una casa compartida con una amiga. Tardé poco en darme cuenta de que las cosas no eran tan fáciles. Por mi situación irregular no podía conseguir un trabajo formal y el miedo seguía presente en mi vida, ahora a ser detenida por la policía y verme obligada a retornar a la vida de la que escapé.

Pasé por diferentes trabajos, todos ellos de limpieza y cuidados. Pocas horas, mal pagadas y sin que respetaran las condiciones que inicialmente decían. En dos ocasiones, después de mucho aguantar, pedí mejoras de las condiciones. Tardaron un día en despedirme. A través de una página web de intermediación, recibía solo ofertas de empleo de hombres mayores que, sin excepción, solicitaban cuidados, como poco, indignos. Me llegaron a ofrecer tres horas al día de trabajo a cinco euros cada una, si iba con minifalda y a ser posible «enseñando el culete».

Pasado algún tiempo, por mediación de una amiga, entré en contacto con la Asociación de Trabajadoras del Hogar y Cuidados, fundada en 2007 por trabajadoras inmigrantes. Me sentí escuchada y comprendida, en paz. Me asesoraron para que conociera mis derechos como inmigrante. Además, realizamos actividades de todo tipo: autoayuda, teatro, ganchillo, cocina, lectura, fotografía… En los pocos meses que llevo me siento arropada, menos vulnerable, estoy aprendiendo a ser más positiva. Gracias a todo esto he experimentado un cambio importante que me da fuerzas para sobreponerme, para no callar ante las situaciones de injusticia.

A las que puedan estar pasando por circunstancias parecidas les diría que se asocien y luchemos juntas para que no abusen de nosotras, que no se nos explote y se respeten nuestros derechos. Como solemos decir aquí, no olvidemos que «sin nosotras no se mueve el mundo».

Discernimiento

A veces, nos topamos con personas que, lejos de empatizar con nuestra situación, ponen por encima de todo su beneficio económico y su comodidad, exigiendo esfuerzos injustos e indignos. Estas personas contribuyen a las desgracias de los demás. A nuestra escala, en nuestro día a día, ponemos nuestros intereses por encima de personas que están a nuestro alrededor. Por eso, conviene hacerse consciente de estas situaciones y esforzarse por superarlas. Merece la pena, nos hace más humanos. También hay quienes han sabido convertir su sufrimiento en compresión y valoran la ayuda mutua, los cuidados y procuran el bien de los demás.

«Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó» (Lc 10. 30-35)

Actúa y transforma

¿Qué situaciones de mi vida se han podido parecer en alguna medida a la de Sara? En lo bueno y en lo malo.

¿Cómo nos hemos sentido? ¿Cómo hemos reaccionado?

¿Nos hemos reconocido alguna vez en similar papel de quienes explotaron o quisieron hacerlo con Sara?

¿Cómo nos sentimos al repensarlo? ¿Por qué?

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