Protégeme, Dios mío, me refugio en ti

El Señor nos invita personalmente y a cada una de nuestras comunidades a que seamos testigos del Dios que protege y cuida al que necesita refugio y amparo. Como un cuchillo se le clava su Palabra ante tantos refugiados que llaman a nuestras puertas y nos interpelan. ¿Cómo no escucharlos? Él, junto a su esposa e hijos, decidieron hace tiempo abrir su familia y convertirla en experiencia de amor y cuidado, de refugio para los más débiles. Y su familia creció con más rostros, más historias y más hijos e hijas. Él, como militante de HOAC, siempre ha sido consciente de que su compromiso político ha de entretejer relaciones personales y sociales que acojan, protejan y cuiden a los que nada tienen. Hace unos años visitó un campo de refugiados en el Mediterráneo. Compartió con ellos su tiempo y su vida. Todavía tiene clavada la mirada de aquellos niños y niñas, de aquellas madres… Hoy, desgraciadamente, un nuevo conflicto bélico está generando millones de refugiados. La política seguida ha sido radicalmente distinta. Él se alegra de que las instituciones y la sociedad se hayan volcado con estas personas, pero sigue sin entender por qué Europa lleva años cerrando sus puertas y condenando al desamparo e incluso a la muerte, a aquellos niños y niñas, a aquellas madres… que nos siguen pidiendo protección. Una vergüenza. 

Ora et labora

Para un momento. Lee el texto y medita. La rabia se apodera de nosotros. No es malo. Esa emoción con tan mala prensa la necesitamos para que fructifique el amor y se convierta en lucha por la justicia. La rebeldía, el enojo, la furia… nos deben poner en pie para gritar: ¡No! ¡No es el plan de Dios tener a miles de refugiados a nuestras puertas dejándolos malvivir o, incluso, mal morir! Y es que no podemos seguir a Jesús sin descubrir que Dios quiere que tú y yo seamos sus brazos para atender las demandas de los nadie: «Protégeme Dios mío, me refugio en ti». La pregunta ante el horror de la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, no es dónde está Dios, sino dónde estamos los que queremos vivir desde Él. ¿Dónde estás tú? ¿Dónde estoy yo? Corren tiempos difíciles porque avanza por nuestra sociedad, como una mancha de aceite, el rechazo al extranjero y al refugiado, especialmente, al que no tiene papeles, al que abraza otra religión, al que es de otro color de piel, al que es pobre y nada posee. Hay que decir: ¡No! Ora el salmo y lee Mt 25. ¿Se te clava a ti también la palabra de Dios como un cuchillo o ya hemos desarrollado la tecnología necesaria para leer el Juicio de las Naciones y hacerlo compatible con el cierre de fronteras ante los refugiados sirios o afganos o paquistaníes…? Piensa ¿qué puedes hacer personalmente, pero también como sociedad, para que los refugiados pueden decir como en el salmo: «Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción».

Llévatelo y comparte

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