Las costuras de la precariedad

Vino sola. Ha sido un camino bastante duro, pero no se arrepiente. Se levanta cada día dando gracias a Dios por estar viva.

Se llama Reina, tiene 54 años de edad y es de Ecuador, donde estudió psicología, aunque no terminó. Llegó a nuestro país hace 19 años. Estuvo durmiendo una semana en la calle. «No tenía donde vivir, ni qué comer. Pero no me he muerto», dice y explica que «trabajando subsistí, aprendí y luché».

A los cinco meses, tiró del padre de sus hijas, de quien se había separado. Ellas llegaron a los nueve meses para quedarse con ella. «Cuando llegué había mucho trabajo, con el inconveniente de que pagaban poco, se aprovechaban de la situación y nadie quería contratarme legalmente. Estuve con esa agonía tres años», recuerda.

«Durante seis meses trabajé gratis para una mujer. Yo pagaba mi seguridad social. En otros lados trabajaba sin parar. Llegaba de limpiar en un restaurante a casa de madrugada. Siempre he tenido que estar con siete mil trabajos, buscando… Así he criado a mis hijas, pagando la guardería o dejándolas al cuidado de amigos. Siempre con la finalidad de que tuvieran una buena formación».

Ahora está contratada en el Proyecto Hilanderas, de las Siervas de san José en Málaga. «Es algo muy importante para mí, me lo he tomado como si fuera mío: me puedo sentir útil, ver qué más proyectos podemos tener, porque así puedo trabajar más tiempo…».

Reconoce que su salud es su talón de Aquiles, pero se siente agradecida. «Tengo un techo bajo el que dormir, de alquiler. He luchado cada día, si me caigo me tengo que levantar. Pienso en mis hijas, en mi madre, a la que echo mucho de menos, y en mi padre, que son mayores. Les sigo ayudando, es mi responsabilidad, porque la necesidad allí es mucha».

Su esperanza es continuar trabajando, lograr que el proyecto siga adelante, pasar de las cuatro horas de trabajo a las ocho, no temer quedarse sin empleo. «El trabajo también dignifica. No importa tener riquezas, lo importante es tener salud, ser bueno en esta vida, sin dobleces, ir bien con la frente en alto», confiesa. «Ojalá sea posible estar toda la familia otra vez reunida», concluye.

Discernimiento

«Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado» (Fratelli tutti, 35).

Actúa y transforma

Especialmente desprotegidas son aquellas que hilvanan sus proyectos vitales y familiares sobre la triple discriminación que supone ser mujer, trabajadora y migrante:

Piensa en las que conoces, en las que te cruzas a diario en tu barrio, las que compran en tu misma tienda, las que se suben en tu bus y hablan de sus cosas… ¿Están tus luchas, sueños y esperanzas cosidos a los suyos?
¿Puedes tejer redes de amistad social donde la humanidad renazca en los espacios que habitas?
¿Qué puedes hacer para romper las costuras de la precariedad laboral?

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