Ser laico, ser pueblo

Ser laico es ser de pueblo. Laós, la palabra griega de la que en origen procede este vocablo, significa eso: pueblo; pueblo congregado. Ser laico es, por tanto, ser Iglesia. Y, como Iglesia somos, con la misma dignidad, todas y todos los bautizados, esa es nuestra condición primera y esencial de miembros del pueblo de Dios. Todos somos laicos y laicas. Todos y todas somos del pueblo.

Otra cosa es que, después, para construir la vida y la misión de la comunidad cristiana, sean necesarios ministerios, servicios diversos, que nada añaden en el plano de la dignidad radical que nos confiere el bautismo, y que, en acogida de la vocación y carisma de cada persona integrante del Pueblo de Dios, el Espíritu Santo nos da para construir la comunión de vida y misión.

El día de Pentecostés, precisamente, celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar; el día del laicado, especialmente del laicado asociado. El día del pueblo de Dios.

Dice el documento Cristianos Laicos, Iglesia en el Mundo (CLIM) de la Conferencia Episcopal, que la Acción Católica no es una asociación más, sino que en sus diversas realizaciones tiene la vocación de manifestar la forma habitual apostólica de «los laicos de la diócesis», como organismo que articula a los laicos de forma estable y asociada en el dinamismo de la pastoral diocesana.

Pablo VI inicialmente, y con frecuencia Juan Pablo II, han calificado la Acción Católica como «una singular forma de ministerialidad eclesial». En los diversos movimientos de Acción Católica se articula esa manera sinodal de caminar como pueblo de Dios, viviendo la vocación de nuestro bautismo, siendo misión en medio de este mundo y esta historia, para acompañar con vida encarnada la vida cotidiana, en los diversos ambientes de la sociedad, y comprometidos con la fraternidad que hemos de construir.

Francisco nos invita con frecuencia a poner un oído en el pueblo, en sus anhelos y esperanzas, a ser pueblo. Este día de Pentecostés, celebramos que lo somos. Avancemos para serlo.