La Iglesia acompaña

Jesús no vino a este mundo a adoctrinar, ni a colonizar ni a dominar, sino a acompañar, a compartir con la humanidad sus alegrías y sus penas, sus entusiasmos y sus desengaños y todo lo que lleva consigo vivir y caminar por este mundo. 

Quiso hacer presente el amor del Padre. Hay gestos en la persona de Jesús que nos recuerdan este talante, como el caminar con los discípulos de Emaús y el compartir la mesa con ellos.

Y a esto envió Jesús a sus seguidores y a toda la Iglesia, no a hacer proselitismo, ni a conseguir poder, prestigio o buena imagen, sino a acompañar… Para acompañar al pueblo en este momento histórico, la Iglesia y los cristianos hemos de tener claro que somos un grupo más, entre todos los que existen en nuestra sociedad, que nuestro papel es subsidiario. El responder a las necesidades de nuestra sociedad, le corresponde al Estado y a sus instituciones. No somos los salvadores de los que viven en la precariedad, sino los colaboradores, unidos a todos los grupos y personas que quieren colaborar y responder a todos los problemas que vemos en nuestro mundo. Desde nuestra identidad cristiana podemos aportar la denuncia profética de tantas circunstancias que está en contra de la dignidad de la persona. Y, además de la denuncia, hemos de ofrecer la disponibilidad, la cercanía y la humanidad que nos ha transmitido la persona de Jesús. Esa sensibilidad especial que él nos transmite y su compromiso por los que sufren, hasta dar la vida, es lo que hemos de hacer presentes a nivel ambiental y universal. El acompañamiento supone el hacer justicia a los que sufren pero va mucho más lejos. Se trata de unir la verdad y la justicia, para que, en la respuesta a los problemas, esté presente el amor.

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