Y no es que el Señor no comunique su poder al hombre; ¡claro que lo comunica, y en medida asombrosa! Lo que pasa es que el poder de Dios solamente pueden recibirlo los que previamente se han puesto a los pies de los demás para servirlos. Así como el padre comunicaba TODO su poder al Hijo, hecho hombre, como nosotros, porque no vino a dominar a la manera humana, ni a ser servido, sino a servir. Esto es maravillosamente sublime. ¿Quién lo hubiera podido sospechar nunca? (Rovirosa, OC TII, pág. 206).
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