Perder la vida es estar dispuesto a arriesgarlo todo por el amor que recibimos y experimentamos de parte de Dios. Estar dispuestos a volver del revés nuestra existencia, descentrándonos, dejando que el centro lo ocupe Jesús, poniendo en el centro a las personas empobrecidas en quienes encontramos el rostro de Cristo.
La plena realización de uno mismo, según el Evangelio, no es otra cosa que perdernos para el mundano proyecto de esta sociedad, y recuperar nuestra plena identidad en el proyecto del Reino vivido cada día.
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