
La pobreza no es condición del seguimiento sino consecuencia de este. A medida que nos vamos configurando con Jesús vamos haciéndonos pobres como Él. A medida que crecemos en la experiencia de la amorosa presencia de Dios en nuestra vida descubrimos cuánto de innecesario para vivir ese amor hay aún en nuestra vida, y cuánto nos merece la pena irnos despojando de esa carga. Nuestra vida cristiana es un camino de despojamiento progresivo, hasta quedarnos, como decía Rovirosa, con la única cosa de valor altísimo: Jesucristo. Esto es, sobre todo, un don de Dios.
Si no nos vamos despojando y empobreciendo para poder enriquecernos en Cristo, a lo mejor el seguimiento necesita afinarse.
28º Domingo TO