Pediremos a nuestra Madre, la Virgen Santísima, que interceda por nosotros para que nos decidamos a vivir estas verdades. Para ello la invocaremos poniendo en nuestros labios y meditando en nuestro corazón las arrebatadoras palabras que Ella pronunció cuando el Verbo Encarnado y Ella eran como un solo ser indivisible. Las maravillosas estrofas del «Magníficat» han de ser para nosotros, además, el fundamento de nuestra acción apostólica y social. ¡Ese «Magníficat» al que nuestro egoísmo anticristiano ha relegado tantos años a los rincones del olvido!