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La descomposición de la democracia

15 octubre 2019 | Por

La descomposición  de la democracia

Que en los regímenes dictatoriales se violen los derechos humanos forma parte de su esencia: las dictaduras son en sí mismas una violación de los derechos humanos fundamentales. Pero que ocurra en regímenes democráticos, cuya esencia es precisamente su afirmación y respeto, corroe y descompone las democracias, convirtiéndolas en otra cosa. Es lo que viene ocurriendo desde hace años y agravándose en los últimos tiempos con las políticas y comportamientos respecto a migrantes y refugiados en EEUU y la Unión Europea, llegando a extremos que podemos calificar de criminales, que muestran descarnadamente la profunda crisis de humanidad que asola nuestro mundo.

Las políticas migratorias de EEUU hace tiempo que son extremadamente duras contra los migrantes pobres, sin resolver ningún problema –nunca se resolverán con muros– y provocando más muertes. Trump las ha llevado a extremos de inhumanidad que son criminales, tratando a niños migrantes como si fueran animales, separándolos de sus familias y encerrándolos en jaulas. Como señaló una de las religiosas detenidas el pasado mes de julio cuando protestaba ante el Senado contra esas políticas: «nos indigna el trato horrible que se da a las familias y, en particular, a los niños». La Conferencia Episcopal Estadounidense ha calificado, con toda razón, de «ilegal, injusta e imprudente» la última disposición legislativa de Trump en cuestiones migratorias, pues acaba de hecho con el derecho de asilo. El amplio movimiento de protesta contra esas políticas migratorias es un signo de humanidad y de defensa de la democracia; la política de Trump es, por el contrario, una radical corrosión y descomposición de la democracia.

También las políticas migratorias de la UE hace tiempo que son un disparate y una inhumanidad; no hacen otra cosa que alimentar discursos contra los migrantes pobres y colaborar a que el Mediterráneo sea un gran cementerio. Últimamente están llegando a comportamientos abiertamente criminales, al negar la acogida de personas rescatadas en el mar en los puertos seguros más cercanos, contraviniendo la legislación internacional del mar. Es increíble que un gobierno como el italiano no haya sido sancionado ni llevado ante los tribunales por esos comportamientos. La indiferencia de los responsables de la UE es indecente. Como lo es el comportamiento tan mediocre del Gobierno de España, incapaz de defender con un mínimo de celeridad los derechos de las personas cuyas vidas están en peligro; sobre todo, cuando se utiliza el vergonzoso argumento de que cada país (refiriéndose a Italia) hace soberanamente la política que quiere. ¿Dónde quedó aquello de que las leyes con para cumplirlas?

La democracia se descompone cuando se actúa, de hecho, desde el presupuesto de que todas las personas no son iguales y, por tanto, no tienen los mismos derechos fundamentales. Como dijo el papa Francisco en la homilía de la Eucaristía con motivo del sexto aniversario de su visita a Lampedusa: «¡Son personas, no se trata solo de cuestiones sociales o migratorias! No se trata solo de migrantes, en el doble sentido de que los migrantes son antes que nada seres humanos, y que hoy son el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada».

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