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Cuaresma, una escuela para «desaprender»

06 marzo 2019 | Por

Cuaresma, una escuela para «desaprender»

Jorge Hernández DuarteEn marzo terminamos la primera parte del tiempo ordinario con una de esas contundentes parábolas de Lucas donde nos ayuda a examinar las grandezas y miserias humanas y nos invita a practicar la bondad, los valores del Reino para que sean un estilo en nuestra vida: «De lo que rebosa del corazón, habla la boca» (Lc 6, 39-45).

Esta es una buena forma de prepararnos para comenzar un tiempo como la cuaresma, un curso –como diría Facundo Cabral– en la «escuela de desaprender», ¡cuántas cosas, «pendejadas» –diría él– hemos aprendido, de memoria, que nos distancia de los valores del Reino! Caminar en la dirección contraria de este sistema no es fácil y nos ven «raros» y hasta uno mismo se hace la pregunta: ¿no soy un raro?

Ya procuraremos limpiarnos la ceniza de la frente, porque se hace demasiado pública nuestra rareza.

El miércoles de ceniza «marca» el comienzo de ese «curso» para «desaprender». Y podríamos decir que el Evangelio de ese día nos invita a la honestidad, a abrir la puerta de nuestro interior para despojarnos de todo y que la palabra nos inunde y podamos experimentar la infinita misericordia de Dios. Nos invita a purificar nuestras intenciones, a jugar limpio…, «el Padre que ve lo secreto» (Mt 6, 1-6. 16-18).

Y Lucas nos regala tres lecturas en marzo para este curso de «desaprender»:

Con las tentaciones vuelve a presentar el proyecto de Jesús: no ha venido de milagrero a montar un espectáculo, ha venido a poner la mesa de la fraternidad donde compartimos el pan, «denles ustedes de comer». No ha venido a demostrar que controla a Dios, y sus ángeles cargaran con él, sino a cargar con los perdidos y a enseñarnos a llamarle Padre. No viene a imponer un poder, a demostrar el dominio sobre el mundo, sino a servir a una causa que es el Reino, que nace dentro de nosotros y sale hacia fuera para convertirse en motivo de esperanza para la humanidad, que es sueño de fraternidad de todo un Dios llamado Padre (Lc 4, 1-13). Dirección contraria al poder, al tener y al prestigio.

Y el Tabor se convierte en la gran experiencia de encuentro. Dios quiere estar por el medio, quiere estar presente, y nos inunda. Y nos invita a escuchar al Hijo, maestro de esta escuela. «Hagamos tres tiendas»: ¡Pedro, la tienda hay que ponerla donde está la gente! En medio de las personas empobrecidas, de las excluidas, migrantes, explotadas, del mundo obrero empobrecido, de homosexuales y transexuales, de las mujeres maltratadas y de las víctimas de abusos; estar como Iglesia, en las periferias, donde debemos estar.

Y bajaron del monte para montar la tienda en el camino a Jerusalén (Lc 9, 28b-36). Hay que «desaprender», porque el «siempre se ha hecho así» nos hace cómodos en la misión, y no nos ayuda a «ser audaces y creativos en la tarea de repensar» todo, para «transformarlo todo» hasta las estructuras (EG 27, 33).

«Que tu Iglesia, “la tienda”, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que toda persona que se acerque a ella tenga motivos para la lucha y la espera».

Esperar y confiar en la persona. Jesús, el Señor, sigue apostando por la gente, por nuestra raza, su raza; sigue creyendo en la capacidad de humanización, de cambio, en la capacidad de entusiasmarnos con el Reino, «yo cavaré alrededor y le echaré…» ternura, pasión, misericordia (Lc 13, 1-9).

Y yo quiero aprender a cavar contigo, quiero convertir eso en mi «quehacer», un año más.

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