Lo verdaderamente decisivo es crecer en lo que realmente somos; en lo que estamos llamados a ser en plenitud: hijos y hermanos. Creemos que para afirmar nuestra vida debemos dominar necesariamente a los demás. El evangelio nos recuerda que existen otros caminos para encauzar la vida, para ser verdaderamente grandes, importantes y primeros: renunciar a cualquier deseo de poder y dominación, de utilización de los demás, y aprender sencillamente a servir por amor a los hermanos, porque en ellos descubrimos vivo al mismo Cristo, al mismo Dios.
De esa manera, entre todos, haremos una Iglesia que sea, realmente, servidora de los pobres; una iglesia pobre, y de los pobres.