Jesús subvierte los valores de este mundo para poner al descubierto la oposición entre el dinero y el reino de Dios; entre dos maneras de vivir incompatibles. Lo que Dios puede hacer no es que un rico, apegado a su riqueza, entre en el reino, sino que quien deja de ser rico y comparte, pueda entrar en el reino porque se ha hecho discípulo. El horizonte que Jesús promete a los discípulos no es la carencia, sino la plenitud. La plenitud que llena el espacio que queda para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos y para gozar de las cosas más grandes de la vida.
Oremos para que Dios pueda hacerlo en nosotros.
28 Domingo TO