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La aplicación de los “riders” decentes

26 febrero 2018 | Por

La aplicación de los “riders” decentes

José Luis Palacios | ¿Es posible que la comida solicitada a través del móvil llegue a su destino sin emitir gases contaminantes y sin despreciar los derechos laborales? En Cleta, una cooperativa de mensajería en bici de Madrid, creen que sí.

Sus tres miembros, dos apasionados de la bicicleta y otro del software libre, llevan desde agosto de 2017 dejándose la piel para hacer realidad una alternativa ecológica y justa a plataformas digitales como Deliveroo, Glovo o Amazon que utilizan riders, repartidores obligados a hacerse autónomos, a poner sus bicis, motos o furgonetas, y a cobrar cada vez menos por servicios dirigidos a golpe de clics.

La mensajería en bici hace años que dejó de ser una extravagancia en las grandes ciudades congestionadas por el tráfico y con centros históricos cada vez más inaccesibles para los vehículos a motor. Para algunas empresas y profesiones liberales es la opción preferida, no tanto por principios éticos, como por motivos prácticos. Su maniobrabilidad y velocidad, concede a las bicicletas ventajas imposibles de igualar por el transporte habitual.

El ciclomensajero ha pasado a considerarse, ni más ni menos, que un nivel profesional en el convenio estatal de empresas de mensajería vigente desde 2013 hasta 2018. Son numerosas las firmas de transportes a pedales en España, muchas de ellas puramente mercantiles. Otras tienen un marcado carácter social. Solo dentro de la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) se encuentran La Veloz en Zaragoza, Ecoprest en Mallorca, Santa Cleta en Sevilla, Ecomensajeros en Murcia, Trevol en Barcelona y Con Bielas y a lo loco, Goteo y Trébol en Madrid.

Precisamente Cleta comparte sede con Trébol, cooperativa con más de 20 años existencia que ha conseguido superar los años de crisis, y con Fixi Dixi, una tienda y taller de bicicletas. Sin su apoyo y aliento, además del de otras entidades, incluida la Fundación Tomillo, la nueva cooperativa creada para permitir la gestión de los pedidos y el trato con los clientes a través de una aplicación para móvil hoy no existiría. No en vano, dos de sus socios, Pedro y Cheve trabajaron para Trébol.

Fueron él y ella quienes buscaron a Miguel, el informático encargado de desarrollar la aplicación, mantener la web, además de hacer de «jefe de tráfico», organizar las recogidas y los envíos y elaborar las rutas más eficientes en cada momento. «Vinieron a La Brecha, un centro social de Vallecas en el que colaboro preguntando si alguien sabía hacer apps para móviles», recuerda este defensor del software libre, «de verdad».

Al principio, la idea pasaba por contar con sus servicios mediante trueque. Debía desarrollar la herramienta a cambio de cuidar de su hijo recién nacido. Pura cultura colaborativa. Llegado el momento de ponerla a funcionar y evaluar su desempeño y ante la necesidad futura de que alguien se encargara de mantenerla lo más afinada posible, le propusieron convertirse en socio cooperativista de Cleta.

Miguel había sido despedido de una empresa de informática al uso al reincorporarse de su baja de paternidad. Buscaba vivir de su pasión por los cacharros informáticos, sin necesidad de ser explotado, sin provocar daños y en condiciones decentes. La ecomensajería gestionada a través de la conectividad parecía una buena opción. «Siempre he querido hacer un trabajo que fuera bueno para la sociedad, en lo posible no convertirme en un verdugo», comenta el creador de la app.

Según sus cálculos, hacen falta unos 20 servicios al día para poder repartir equitativamente tres sueldos más o menos decentes, sin llegar a superar el «mileurismo». Por ahora, no van mal encaminados. Cuentan con algunos clientes fijos que les han confiado repartos diarios y con acuerdos con algunos restaurantes y comedores colectivos y cada día reciben varias solicitudes para llevar menús, paquetes o documentación. Sus vehículos a pedales pueden llevar con facilidad hasta 25 kilos, incluso más allá de la carretera de circunvalación M-40, aunque eso tiene una tarifa especial. Cobran los envíos normales a 6 euros más IVA y los más caros pueden salir por unos 20.

En el tiempo que llevan funcionando han hecho casi de todo. Desde llevar un paquete desde una ciudad dormitorio de Madrid hasta el aeropuerto, entregar más de un guion cinematográfico dentro del centro histórico en un tiempo récord o llevar una muestra de orina de un gato recién recogida a su veterinario. «Tratamos de hacer las cosas bien, sin importar si el servicio está mejor o peor pagado y con gran eficacia en la llamada “última milla” de la ciudad, donde las motos y los coches tienen más dificultades para moverse», dice ufano el informático de 37 años, nacido en Salamanca.

La aplicación informática para móviles, algo que no tienen otras mensajerías en bicicleta, les permite recibir pedidos a cualquier hora y desde cualquier lugar y agilizar su respuesta lo más posible. Así lo explica su creador: «por supuesto, tenemos un teléfono y también una página web, pero a través de la app es más fácil y rápido reunir los datos, lo que nos permite ser todavía más eficaces».

Después de 10 años en una empresa al uso, Miguel reconoce haberse quedado sorprendido por el ambiente de trabajo y por la colaboración con otras empresas sociales. «Estaba acostumbrado a competir, a tener que hacerte valer e incluso a ver cómo convertirte en necesario para el cliente final y en cambio en Cleta es otra cosa: hay gente de otras cooperativas que te explica los pasos a dar y te facilita lo que tengas que hacer, también comparten la carga de trabajo que no pueden asumir», insiste.

No todo es un camino de rosas, una cuesta abajo para los ciclomensajeros. Circular en bicicleta exige un gran esfuerzo físico. El servicio se presta de 10:00 a 21:00 horas y a veces hay que hacer malabarismos para cuadrar horarios y sacar adelante la carga de trabajo. No generan suficientes ingresos para cubrir las vacantes, lo que significa un sobresfuerzo para los que quedan de guardia, incluso para el jefe de tráfico o dispatcher que tiene que cambiar el teclado por las ruedas.

Con todo, «es bastante mejor que trabajar para una plataforma digital que ha inventado alguien con residencia en un paraíso fiscal y ha creado un sistema donde hay unos pocos trabajadores con traje que cobran un pastón por poner a punto los ordenadores y las máquinas que ordenan el trabajo de un sinfín de trabajadores mal pagados». Algo parecido deben pensar los ciclomensajeros que envían sus currículums a Cleta todas las semanas, «entre uno y cinco, dependiendo, supongo, de su nivel de enfado», matiza Miguel.

En vez de apoyar una sociedad de alta tecnología y baja calidad de vida, como en una distopía ciberpunk, la filosofía que subyace en Cleta es poner el software en buenas manos para que todos y todas puedan vivir un poco mejor. Por eso, ofrecen su aplicación a otras cooperativas o empresas sociales con iguales principios y parecidos fines.

En el futuro, la mejor manera de crecer sería descentralizar el servicio para reducir los kilómetros a recorrer mediante la coordinación con iniciativas afines. Aun así, es difícil llegar a competir con las grandes plataformas digitales, para desgracia de sus eufemísticamente llamados «colaboradores», en realidad «falsos autónomos». Salvo que los usuarios indiquen, clic a clic, otra cosa.

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