Francisco Porcar | La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha puesto en marcha una Comisión Mundial sobre el Trabajo Decente con la pretensión de «emprender un examen exhaustivo sobre el futuro del trabajo que proporcione una base analítica para la implementación de la justicia social en el siglo XXI…, se centrará específicamente en la relación entre el trabajo y la sociedad, el desafío de crear empleos decentes para todos, la organización del trabajo y de la producción, y la gobernanza del trabajo».

En el acto de constitución de la Comisión, el director general de la OIT, Guy Ryder, señaló que «estos son temas claves de nuestro tiempo… Es de capital importancia que enfrentemos estos desafíos con la convicción de que el futuro del trabajo no está determinado de antemano. Es un futuro que nosotros debemos forjar según los valores y prioridades que elijamos a través de las políticas que formulamos y ponemos en práctica». Presiden la Comisión el primer ministro de Suecia, y la presidenta de Mauricio. Esta última subrayó que la Comisión tiene que «aportar recomendaciones exhaustivas e ideas novedosas sobre la manera de hacer frente a las oportunidades y desafíos del futuro del trabajo. Podemos cumplir con esta tarea poniendo a las personas en primer lugar, al reconocer que el trabajo es más que una mercancía». La Comisión elaborará un Informe que será presentado a la Conferencia del Centenario de la OIT en 2019.^[1]

Hay que valorar la labor de la OIT. Por ejemplo, las normas internacionales del trabajo que ha ido articulando son una referencia fundamental para la defensa de los derechos de trabajadores y trabajadoras, un instrumento precioso para la lucha de los sindicatos en todo el mundo. La OIT se fundó en 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, para contribuir a la humanización de las condiciones de trabajo en todo el mundo. En su origen estaba la convicción de que la justicia social es esencial para la paz, y que existen condiciones de trabajo que «entrañan tal grado de injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos que son una amenaza para la paz…, es urgente mejorar dichas condiciones». Hoy también.

Su defensa de que el trabajo no es una mercancía, de los derechos fundamentales del trabajo, del empleo decente, de la acción política para regir la economía…, son de un gran valor hoy. Las propuestas de la OIT cuestionan muchas veces las políticas neoliberales. Ahora bien, es necesario ir más allá, no basta con corregir algunas políticas neoliberales. Necesitamos cuestionar desde su raíz la lógica perversa del capitalismo que domina nuestro sistema económico y social global. La respuesta a tres de los mayores problemas de nuestro mundo, estrechamente relacionados entre sí (las crecientes desigualdades que generan sin parar pobres y excluidos, el maltrato del trabajo y la extrema precarización del empleo que precariza la vida de las familias trabajadoras, y la destrucción ecológica –en particular el cambio climático– tienen una raíz común: una lógica que ha convertido la vida –en particular la naturaleza y el trabajo– en instrumento de la rentabilidad. La lógica del crecimiento sin límites para la obtención de lucro desde la codicia es lo que hay que combatir y cambiar por una lógica del cuidado de la vida a través del trabajo que responda a las necesidades humanas (de las personas y de la Tierra). Necesitamos otras prácticas sociales, otra economía, otras formas de vida y otras políticas que se rijan por esta otra lógica.

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^[1] En ese mismo sentido, es interesante el documento El futuro del trabajo que queremos: un diálogo global, que resume los diálogos del encuentro organizado por la OIT en abril de 2017.

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