Colaboraciones >> , ,

¿Dinero-seguridad-fascismo? (Examen de conciencia occidental)

08 abril 2016 | Por

¿Dinero-seguridad-fascismo? (Examen de conciencia occidental)

“La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado” (Marc Bloch).

JOSE IGNACIO GONZÁLEZ FAUS. Escribo estas líneas tras los pasados atentados terroristas en Francia y Bélgica. El dolor, y el miedo a que se repitan, han despertado una lógica preocupación por la seguridad. Hasta aquí todo es comprensible. La pregunta es cómo conseguir esa seguridad. Y la deriva de Hollande, retirando poco después las primeras medidas adoptadas para ello, hace ver que esa pregunta es más seria de lo que parece.

Para el ser humano sólo hay dos maneras de tener seguridad: o renunciar a la propia libertad para sentirse seguro (abriendo así la puerta a autoritarismos), o procurar que todos los seres humanos tengan la misma seguridad. ¿Qué hemos hecho nosotros?

1.- Datos de la crisis.

1.1.) Parece que nuestro Occidente está eligiendo el primer camino.

Eso hace que hoy nos veamos abocados a ir renunciando poco a poco a espacios de esa libertad que proclamábamos como nuestra gran conquista y nuestro gran valor frente quienes no la tienen. Es la clásica reacción del miedo, que acepta ser invadido y controlado para sentirse seguro; y esa capitulación está siendo la gran victoria del Daesh sobre nosotros: nos vamos rindiendo con una facilidad, impresionante unas veces pero comprensible otras: porque está en juego no sólo la propia seguridad sino también la de nuestros seres más queridos.

1.2.) El otro camino, el de procurar la misma seguridad para todos, nos lo prohíbe el dios actual de Occidente que es el dinero.

Paradójicamente, entregamos parte de nuestra libertad para ganar seguridad, pero no queremos entregar para ello nada de nuestro confort ni de nuestros niveles económicos. Eso resulta irracional: pues ya sabemos que amenazas como las de las centrales nucleares (Chernobild, Fukushima…), aunque menos frecuentes, son más terribles que las de cualquier acto terrorista. Sin embargo, no queremos asegurarnos frente a ellas porque eso supondría renunciar a nuestra dependencia energética y disminuir nuestro confort. Preferimos entonces recurrir a excusas tipo Tenorio (“qué largo me lo fiáis”) o a la apuesta insegura de que la ciencia “ya encontrará alguna solución”.

Desde esa misma lógica del dios dinero, nuestras multinacionales se van a países del tercer mundo para ganar más, imponiendo allí unas condiciones de inseguridad laboral, salarial y medioambiental que no queremos para nosotros pero sí para los otros: recordemos los monstruosos accidentes de Bopal, Bangladesh y demás… Así vamos sembrando nuestra inseguridad de mañana como precio de nuestros lujos de hoy.

“El capital es muy asustadizo” dicen los economistas. Eso significa que el capital crece a costa de la seguridad de quien lo posee y de la libertad de quien lo recibe: el dinero sólo acude allí donde hay máxima seguridad para él, aunque sea a costa de inseguridad para las personas. De este modo el Capital protege el mandamiento que compendia todo su decálogo: pues así como el cristianismo enseña que toda la moral se resume en un único mandamiento (amar al prójimo como a mí mismo), el “decálogo” del dios Mamôn se resume también en un único mandamiento: consumid, consumid, consumid… y así seréis admirados[1].

1.3) Último paso de este proceso es que, a la larga, el consumismo priva de sentido a la vida, abocándonos a un nihilismo inconsciente, mientras crea frustración y resentimiento en aquellos que no tienen acceso a él.

Cerramos los ojos ante esa conclusión, tranquilizándonos con la creencia de que los terroristas suicidas actúan así porque son unos ignorantes engañados que esperan un paraíso inmediato lleno de deleites sexuales. No sé si en países musulmanes atrasados existirá alguien que se crea ese cuento. Pero entre nosotros occidentales, de donde ha salido la mayoría de esos terroristas suicidas (y, además, de barrios marginales), me parece más probable que esos locos no hayan hecho más que sacar unas consecuencias de nuestro nihilismo tácito, que nosotros no nos atrevemos a sacar. Si la vida no tiene más sentido que consumir, cobra vigencia la pregunta de A. Camus: “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”[2]. Nuestros terroristas lo aceptan, pero dando un paso más y buscando un suicidio “útil” (según ellos).

Foto: www.eldiario.es

Foto: www.eldiario.es

1.4) A estos síntomas se suma la aparición de partidos racistas, de extrema derecha, que van ganando terreno entre nosotros.

Los encontramos en Alemania, Francia, Polonia, Hungría y hasta, increíblemente, en los países nórdicos. Pero con la sorpresa de que resultan ser socialmente más avanzados que nuestras presuntas izquierdas: Lepen recoge reivindicaciones desechadas por Hollande; Hungría es uno de los países más igualitarios de Europa (mucho más que España) y el nuevo gobierno polaco ha establecido un salario mínimo por hora, una asignación por cada hijo financiada con un impuesto a bancos y grandes superficies, y mantener la jubilación a los 65 (60 para las mujeres) que los anteriores gobiernos querían pasar a los 67.

Nuestros medios no dicen nada de esas conquistas sociales. Como tampoco dijeron nada de las conquistas sociales del primer Chávez. Pero el hecho es que hoy estamos siendo solicitados por unos aparentes socialismos, que son sólo “nacionalsocialismos” o “racialsocialismos”, es decir: nacionalegoísmos.

1.5) En conclusión: todos estos síntomas apuntan a una seria crisis del Occidente adorador del dinero. Nuestro Occidente parece retratado en aquellas palabras del Apocalipsis: “toda la tierra se fue tras la Bestia…. Y adoraron a la Bestia diciendo: ‘¿quién hay semejante a ella y quién puede  pelear con ella?’ ” (13,4). Incluso la dolorosa salvajada contra los cristianos en Pakistán, creo que debe ser leída en clave más cultural que religiosa: los matan no exactamente por ser cristianos sino porque el cristianismo representa a Occidente.

Por supuesto, la historia muestra que, en este tipo de crisis, esos remedios pueden ser aún peores que la enfermedad, tanto que nos parecen imposibles y creemos que no llegarán nunca: cuando pasó algo así con la aparición de Hitler, pensábamos que nunca llegaría al poder. Cuando llegó y comenzaron sus desmanes, decíamos que no llegaría muy lejos, y que aquello sólo eran cosas de sus primeros días, para dar alguna salida a todos sus gritos electorales. Cuando vimos que no era así, ya era demasiado tarde…

2.- Diagnóstico.

Dejando ahora la amenaza real de ese falso remedio fascista, sería mejor pararnos un momento a examinar cuál es la enfermedad que esa amenaza revela, es decir, la profunda crisis que atraviesa Occidente: la vergüenza de una Europa que, tras acuñar antaño la expresión casi sagrada “muro de la vergüenza”, se convierte ahora en una “Europa de la vergüenza”; o la significativa aparición de los fenómenos “Trump-Sanders” en EEUU, que no dejara de ser sintomática, sea cual sea el resultado de las elecciones de noviembre. ¿Qué nos ha pasado en Occidente?

Parece comprobado que, para vivir una vida con sentido y salud psíquica, el ser humano necesita dos cosas: a) la fe en que su vida ha sido querida por alguien, y b) algún objetivo o tarea para los que vivir. Pues bien, nuestro consumismo actual no satisface ninguna de esas dos necesidades. La insatisfacción de la primera suele llevar a la enfermedad o al suicidio[3]. La falta de respuesta a la segunda puede explicar muchos casos de terrorismo, cuando se cree encontrar una razón para vivir, en la desaparición de este Occidente inhumano: porque es comprensible que un joven sienta ganas de acabar con este mundo obsceno, donde coexisten “los papeles de Panamá” y los refugiados de Grecia.

Foto: vidasana.org

Foto: vidasana.org

Ambas reacciones son patológicas ¡por supuesto! Pero, como ya descubrió Freud a propósito de la sexualidad, el estudio de las patologías puede ayudar a conocer algo que funciona mal en una sociedad. Tratando con enfermos psíquicos (deprimidos, esquizofrénicos y demás) me ha sorprendido la certeza de muchos de que su vida no fue querida por nadie: “soy hijo de un fallo del preservativo de mi padre”; o “estoy seguro que soy adoptado y no hijo de mis padres”; o “si mis padres me hubieran deseado no me habrían olvidado tanto luego de nacer, para dedicarse más a sus negocios”… Pues bien: en nuestra sociedad consumista, el que no tiene acceso al consumo y a los imperativos tajantes de la publicidad, experimenta también la sensación de que su vida no le importa a nadie.

Esto por lo que hace a la primera patología. Por lo que toca a la segunda, sólo una vez  en mi vida he tratado con terroristas (y no de los actuales, sino en un intercambio epistolar con un antiguo miembro arrepentido del Grapo). Sin embargo, ya en sus motivaciones se adivinaba la necesidad de acabar con un sistema inhumano que deja nuestras vidas sin reconocimiento y sin razón para vivir. Sospecho pues que ese grito blasfemo de “Allahu akbar” (cuando lo dan, que no es siempre) no es propiamente una proclama de la grandeza de Allah, sino del horror de nuestro mundo[4]: “un sistema que mata” (Francisco) puede dar sentido y razón para vivir, a una vida que intente cambiarlo o acabar con él.

Repito que son patologías. Pero insisto en que el análisis de las patologías ayuda a comprender las disfunciones de una sociedad. Ignacio Ellacuría aludía a eso mismo, evocando el “análisis de heces” tan necesario en países de América Latina.

Pues bien; mirando a nuestro pasado inmediato, quisiera señalar ahora alguna de esas disfunciones:

a.- En primer lugar, cosechamos hoy lo que sembraron ayer D. Reagan y M. Thatcher: el dogma de que el estado sobra, que el mercado solo lo arregla todo y que el bien privado pasa por encima del bien común (o, más cínicamente, es el mejor camino para llegar a él)[5].

b.- En segundo lugar, estamos pagando la increíble tibieza de nuestras izquierdas que acabaron aceptando el sistema asesino, mientras acallaban su conciencia con reivindicaciones “de plástico”[6], de las que cabría decir aquello de Jesús: “hipócritas, pagáis el diezmo de la menta y el comino, mientras descuidáis lo más importante: la justicia, la misericordia y la perseverancia” (Mt 23,23).

c.- Finalmente, pagamos los oídos sordos a tantas voces que desde hace décadas vienen proclamando la necesidad de una autoridad mundial. Juan XIII abogó por ella en voz muy alta; y, cuando el cincuentenario de la ONU, Vicenç Fisas escribió cosas muy serias sobre el tema. Antaño, EEUU se arrogó injustamente actuar como autoridad mundial; ahora va viendo que eso le trae demasiados problemas, y prefiere pasar. Pero dejándonos sólo con una ONU “onuréxica” (valga el mal chiste) incapacitada para las que deberían ser sus primeras tareas.

Así han nacido dramas como el de Siria que, si alguna vez se arregla, será ya demasiado tarde: porque el mundo globalizado necesita unas estructuras de gobernanza capaces de deponer a gobiernos criminales. Pero vaya Ud. a decir a quienes ostentan el derecho de veto en el Consejo de seguridad de la ONU, que ese derecho es un crimen y que deben renunciar a él. O vaya Ud. a decir a los EEUU que es una vergüenza que ellos no acepten para sí ese tribunal penal internacional que aprueban para los demás. O vaya Ud. a decir a quienes se enriquecen con las armas, que habría que acabar con esas industrias asesinas y reducir casi todo el uso de la fuerza (cuando sea necesario) a esa autoridad mundial.

No deberíamos olvidar (como insinúa el texto que encabeza estas reflexiones) que el valor de las decisiones históricas sólo puede medirse por sus efectos a medio y largo plazo. He explicado esto otras veces con el ejemplo de la monarquía israelita que, de inmediato, pareció engrandecer a Israel pero, a la larga, fue la causa de todas sus desdichas: división del pueblo, exilio, crecimiento de la idolatría… Esa es la ley de la historia porque es ley de la vida: los cigarrillos de hoy pueden ser el cáncer de pulmón de mañana, como los Mac-donals de hoy pueden ser la obesidad de mañana y así sucesivamente. Por eso Occidente debería aplicarse más a aprender de su propia historia, en vez de olvidarla. Como decía Jesús, el edificio puede ser muy espectacular pero “estar edificado sobre arena”.

El poder es el poder. Y aunque la democracia nació como limitación y distribución del poder, ha acabado convirtiéndose en un arte de conservar el poder a través de mecanismos electorales, más o menos pervertidos por el dinero y la propaganda.

3.- Total:

El fascismo amenaza con volver, sea por motivos de indignación o por razones de seguridad. No sabemos si volverá para quedarse, porque es mucho más difícil superar una tiranía injusta cuando se extiende a nivel mundial, que cuando anida sólo en un país. Pero, al menos, su amenaza debería abrirnos los ojos a este diagnóstico: vivimos en un mundo totalmente cruel e injusto y, para creyentes, totalmente contrario a la voluntad de Dios. La minoría que escapa a ese dolor y se beneficia de este mundo inicuo, tiene además poder para intoxicarnos, haciéndonos creer que vivimos en el mejor de los mundos.

Nietzsche anunció la muerte de Dios, pero avisó también de la necesidad de buscarle un auténtico sustituto. Occidente ha descuidado esa tarea y ha acabado sustituyendo a Dios por la riqueza y el lujo privados. Y otra vez se cumple la enseñanza del Nuevo Testamento: “la raíz de todos los males es la pasión por el dinero” (1 Tim 6,10). Juan Pablo II (en la SRS), acusaba a Occidente de haber puesto el tener por encima del ser, lo que da lugar a una inversión radical de muchos valores. Y efectivamente: todos los poseedores de cuentas opacas en paraísos fiscales “tienen” (y vaya si tienen); mientras que los que deambulan por el campo de Idomeni solamente “son”: son personas pero no tienen millones. Y parece tristemente claro con quién estamos nosotros.

Foto: www.kienyke.com

Foto: www.kienyke.com

Lucas cuenta en los Hechos de los Apóstoles que, en la primera comunidad cristiana, “no había pobres entre ellos”, porque “nadie consideraba lo suyo como propio” (una vez satisfechas dignamente sus necesidades). Y esta lección podemos reformularla hoy así: con Dios o sin Dios, el dilema que se nos abre hoy parece ser éste: o intentamos caminar hacia una civilización de la sobriedad compartida, o (usando la vieja imagen de Imanol Zubero), preferimos “seguir bailando tranquilamente sobre la cubierta del Titanic”.

En este segundo caso, el final ya lo conocemos. Por eso no tendrá sentido que nos quejemos luego. Y por eso puede tener sentido que los cristianos impotentes hoy, intentemos aquello que una vez llamé “globalizar los tábanos” o, dicho con una letrilla de Doña Francisquita: ser “mosquitos que rondan junto al que duerme, y zumbando le invitan a que  despierte…”[7].

NOTAS

[1] Como reza ese anuncio obsceno de Volkswagen que incita a comprar un coche “para dar que hablar a tus vecinos”

[2] Así comienza El mito de Sísifo.

[3] Curiosamente, parece comprobado que el vacío y la tristeza  provocan más suicidios que la desesperación.

[4] De hecho, algo parecido puede hallarse en la llamada “literatura apocalíptica” de la Biblia.

[5] ¡Y eso cuando estaba aún reciente la catástrofe de la talidomida, puesta en circulación (salvo en USA) antes de comprobar su inocuidad y donde la misma empresa que obtuvo beneficios con ella los obtiene luego con los medicamentos contra ella!. Y además, en este país “modélico” que es España, sin indemnización para las víctimas…

[6] como cambiar nombres de calles o quitar fotos de los ayuntamientos…,

[7] Para propuestas más concretas que aquí no caben, me permito remitir a los capítulos 19 y 20 de Calidad cristiana, (Santander 2006) titulados: “Globalizar lo humano. La utopía de la familia humana” y “Tareas del cristiano ante la globalización”.

Revista TU!

Acceso a la suscripción.
■ Edición digital www.hoac.es/tu

Nuevo libro

Ultimo cuaderno

Redes Sociales

Instagram


© 2024 HOAC.

| Diseño original | DET | Adaptación de ACF | Desarrollado con WordPress | CM/Admo