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Las mujeres y el poder

26 marzo 2015 | Por

Las mujeres y el poder

Mercedes Gallizo Llamas* | La persistencia en la conmemoración del 8 de marzo nos dice que la lucha de las mujeres por alcanzar la igualdad sigue siendo necesaria, también en las instituciones con poder.

Hace ya 15 años que dejamos atrás el siglo XX, que fue definido por muchos pensadores como el siglo de las mujeres porque fue el momento en que la conciencia en defensa de la igualdad de derechos pasó a las agendas de la política. Las ideas se convirtieron en movilizaciones y millones de mujeres en todo el mundo se rebelaron frente a las desigualdades.

Hoy vivimos en un mundo, y en una parte del mundo, en que las mujeres han visto al menos sobre el papel reconocidos sus derechos como ciudadanas. La Unión Europea ha consolidado muchas de las conquistas igualitarias que se habían ido alcanzando en algunos países. Sin embargo, el poder sigue siendo mayoritariamente masculino.

Es, por tanto, muy necesario reflexionar sobre cuál es la razón de que la lucha por la igualdad no haya traspasado ese techo de cristal que impide a las mujeres alcanzar una situación equiparable a los hombres en los niveles más altos de decisión. Esa metáfora del techo de cristal apareció por primera vez en un artículo del Wall Street Journal en 1986 en los Estados Unidos.

El artículo describía las barreras invisibles a las que se ven expuestas las mujeres trabajadoras altamente calificadas que les impedía alcanzar los niveles jerárquicos más altos en el mundo de los negocios, independientemente de sus logros y de sus méritos.

Voy a dar algunos datos significativos de esto. En España el número de mujeres que cursan estudios universitarios es del 54,37% frente al 45,63% de hombres. Casi cuatro millones de mujeres de menos de 50 años tienen un título universitario, por 3,25 millones de hombres. Sin embargo, sólo hay un 20,29% de catedráticas y 6 rectoras de Universidad, un 8%.

El porcentaje de concejalas en los municipios españoles es del 35,24%. Sin embargo, solo el 17,4% de los municipios españoles tienen una alcaldesa. Gobiernos autonómicos: presidentas: 15,79%; consejeras: 34,16%; embajadoras: 11,29%

En los órganos de alta dirección de las empresas del IBEX hay un 9,36% de mujeres. Y solamente un 5,71% ocupan la Presidencia. Pero no sólo es el mundo de la empresa. A pesar de que los sindicatos mayoritarios si imponen cuotas para sus órganos directivos, nunca una mujer ha alcanzado la Secretaría General de ninguno de ellos.

Si miramos al mundo judicial, las mujeres fiscales son un 62,40%, las juezas un 64,45%. En el Tribunal Supremo, las mujeres son un 13,58% y en el Constitucional un 16,67%.

Esta realidad viene a demostrar que, a pesar de que hoy en día que la presencia de las mujeres en todos aquellos espacios a los que se accede por capacidad y mérito (carreras, oposiciones…) iguala o supera su porcentaje en la sociedad, la pirámide de la proporción se va adelgazando cuando se trata de los puestos directivos.

Esto, en mi opinión, tiene que ver con la generalización de la idea de que, una vez conseguida la igualdad formal y eliminados los obstáculos que impedían acceder a determinados puestos, ya se había llegado al final del camino. Una idea muy equivocada.

Muchas chicas jóvenes no perciben la necesidad de luchar por conquistar espacios, porque entienden que ya sus madres lo hicieron. Entonces -piensan- tenía un sentido ser feministas, porque no existía la igualdad. Hoy ya podemos prescindir de etiquetas, porque somos iguales. Pero, como vemos, somos iguales hasta cierto punto; hasta que nos acercamos a los espacios de poder real.

No es fácil que se produzca una marcha atrás muy significativa respecto de lo conquistado, sobre todo en materia de igualdad formal. Mientras vivamos en sociedades democráticas, en las que el voto del 52% de la población determina quien va a gobernar, nadie se atreverá a proponer cambios que hagan enfadar a las mujeres.

Sin embargo, en materia de igualdad, no avanzar es retroceder, porque la vida real va muy por delante de la formal. Bajar la guardia en la conciencia y en la lucha de las mujeres por romper ese techo invisible que impide que accedamos a los centros reales de poder, puede acabar poniendo en cuestión la igualdad real porque la distancia entre el derecho a participar y el derecho a gobernar, a decidir, cada vez será mayor.

Cuando no llame la atención que en un gobierno que se dice progresista no haya ninguna mujer, o que en las fotos de las reuniones de los que deciden las políticas de la Unión Europea, sólo haya corbatas, estaremos dando el primer paso para la vuelta atrás. Si no se produce un escándalo cada vez que se invisibiliza a las mujeres, se estará echando tierra encima del esfuerzo de millones de mujeres durante décadas.

Pero no sólo son razones de justicia, que son muchas y fundamentales. En mi opinión, la presencia cada vez mayor de mujeres en los centros de poder real es imprescindible para que la sociedad, la política y la economía se regeneren.

Sé que apunto algo que puede ser polémico, pero estoy convencida de ello. No sólo es la manera de atender a lo global y a lo cercano, a las cifras y a las personas, a los problemas generales y a los concretos que las mujeres hemos aprendido desde tiempos inmemoriales; es también la forma de afrontar y resolver los conflictos en la que nos hemos educado, el repudio a la violencia en las relaciones con los demás.

Lejos de mi pensar que hombres y mujeres constituyen modelos únicos de pensamiento y comportamiento en las que todas las personas encajan. Sé que no es así. Pero es innegable que hay una aportación singular a la idea del poder que es más próxima a la identidad que han desarrollado las mujeres en su historia personal y colectiva. No es ajeno a esta forma de estar en el mundo el hecho de que las mujeres que cometen delitos y que cumplen condenas en las prisiones, representen un 8% frente a un 92% de hombres y muy pocas de entre ellas han actuado con violencia.

También me parece una evidencia que al menos algunas mujeres nos acercamos al mundo de la política o del poder con la voluntad de producir una humanización de la cosa pública y de mejorar la vida de la gente. Y, desde luego, con un especial sentido de la responsabilidad y con la conciencia de que se mirará con una mayor desconfianza lo que hagamos. Quizá también seguimos condenadas (a veces por nosotras mismas) a dar una medida más alta de la media en aquello que hacemos.

Se suele interpretar que la adscripción de las mujeres a las áreas sociales de los gobiernos, en las que son muy mayoritarias, está asociada a la infravaloración que tienen éstas o a la reproducción de los roles tradicionales femeninos. Seguramente es cierto, pero yo creo que también se produce porque sinceramente es lo que más nos interesa. Porque no vemos el mundo de lo público al margen de la vida real y de la sensibilidad hacia lo humano. Claro que, como dije antes, esta no es una regla universal y que hay mujeres y hombres que no encajan con lo que digo, pero sinceramente creo que la condición de mujer aporta en general valores diferenciados a la acción pública. Y yo defiendo y reivindico esos valores.

*Analista política y escritora.

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