Tras la recuperación económica de 2014, llegará el despegue en este 2015, según anuncia el Gobierno. Sin embargo, creemos necesario alertar sobre la edificación de nuevas ensoñaciones economicistas tras las que ocultar las profundas heridas sociales que quedan abiertas, con tantos sacrificios y recortes. «Un crecimiento económico obtenido con menoscabo de los seres humanos, de grupos sociales y pueblos enteros, condenados a la indigencia y a la exclusión» no es aceptable, dijo Juan Pablo II (SRS, 33).

A millones de personas trabajadoras nos acompaña otra realidad. Sufrimos la pérdida de empleo, la degradación de las condiciones de trabajo y el recorte de derechos. Sufrimos el recrudecimiento de la pobreza y exclusión. Sufrimos la imposición de una nueva estructura del «bienestar»: más individualizada y mercantilizada que nos considera parte de un mercado y trae la continua y profunda deshumanización de nuestras vidas, en contradicción con el plan de Dios.

Los datos macroeconómicos no pueden ocultar la urgente necesidad de situar a la persona en el centro de la acción política. La principal reclamación y aspiración sigue siendo, hoy como ayer, el derecho a un trabajo decente para una vida digna. En este año que empezamos, es impostergable por más tiempo la aplicación de «programas, mecanismos y procesos orientados» a taponar la brecha de la desigualdad y favorecer la inclusión social. No podemos esperar más.

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