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«Que todo se haga según su voluntad»

09 septiembre 2014 | Por

«Que todo se haga  según su voluntad»

René Francois Diatta, de la HOAC de Getafe, relata su experiencia de verdadero hombre de fe como inmigrante en nuestro país. La exposición tuvo lugar en los pasados Cursos de Verano de la HOAC de 2014 en Ávila.

“Tengo 28 años, soy senegalés. En mí y en muchos de mis hermanos inmigrantes se repite la historia en la que Dios llamó a Moisés (Ex. 3, 7-9) para que actuara liberando a su pueblo de la esclavitud de los egipcios. Hoy nos llama a todos nosotros para que hagamos posible esa liberación que Él quiere y desea para todos sus hijos.

Llegué a España en el año 2009, salí de mi país con mucha ilusión, con mucha esperanza. Senegal es un país laico, de mayoría musulmana, pero hay una buena convivencia entre las religiones, tiene muchos recursos naturales, pero la mala explotación y el mal gobierno hace que cada día que pasa haya más pobreza, hay familias que viven con menos de un euro al día, padres que tienen que elegir entre dar de comer a su hijo o llevarle al médico o a la escuela. Lo peor de todo es vivir sin la esperanza de que esto cambie algún día.

La falta de esperanza y el deseo de sacar a su familia adelante, obligaron a muchos jóvenes como yo a salir de su país en busca de un futuro mejor, dejando a sus seres queridos. En mi caso dejé a mis padres, cinco hermanos y tres sobrinos, hijos de mi hermano mayor que murió en 2007. Soy de una familia cristiana practicante. De niño mis padres me llevaban a la iglesia y me hablaban de Dios, de Jesús, de sus apóstoles. Cada noche, antes de acostarnos, mis hermanos y yo nos juntábamos en el cuarto de mis padres para rezar. Mi madre al final de cada oración solía decir: «podéis ir a dormir, ya tenéis la bendición y la protección de Dios, que todo se haga según su voluntad».

Más tarde me integré en el coro de mi parroquia y el grupo de jóvenes de mi comunidad. En el grupo de jóvenes teníamos un programa anual con temas inspirados en la Biblia. Cada jueves nos reuníamos en la casa de uno para la oración semanal, la lectura del Evangelio y una charla compartida para que cada uno de nosotros opinara sobre la palabra de Dios. El grupo de jóvenes estaba compuesto de distintas comisiones. Yo estaba en la comisión de Navidad: ver la cara de felicidad de los niños al recibir un regalo era una satisfacción enorme, para muchos era su primer regalo, nos llenaba mucho. Dar vale más que recibir.

Desde mi llegada aquí, Gilbert, que es más que un hermano, me acogió en su casa haciendo todo por mí y también por los demás. Éramos siete compartiendo piso y solo él trabajaba, los demás no teníamos papeles. Fueron cuatro años muy difíciles, al principio teníamos derecho a la salud y luego nos lo negaron. No puedo entender por qué se margina y se culpa a un grupo de personas por su origen o por su color de piel, o por ser inmigrante, cuando se le niega algo tan básico como acceder a un médico y a un tratamiento en caso de enfermedad, cuando se deja morir a una persona por no tener papeles y por no haber nacido en España.

El trabajo es lo que más me faltaba para poder ayudar a Gilbert con los gastos de la casa y el alquiler y enviar algo a mi familia. Uno se hace preguntas: «¿Qué puedo hacer para que esto cambie? ¿Qué valor tengo?». Porque sin trabajo uno se siente muy inferior a los demás, «¿qué será mi vida mañana si hoy no hay salidas? ¿Cuál será mi futuro frente a la crisis?». Y además, el miedo de ser devuelto a mi país me hacía pasar noches sin dormir.

Como dice el Papa Francisco en «Evangelii Gaudium», número 53, «Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar».

Con siete en casa para poder llegar a fin de mes, solo con el esfuerzo de Gilberto no bastaba, por eso traía alimentos de Acogen, Aire Nuevo, Juventudes Hospitalarias, para ayudar a vivir. También hice cursos para facilitar mi integración y completar mi formación académica. He hecho muchos cursos, soy voluntario de Cruz Roja, en «Acogen», descargo alimentos.

Como cristiano desde mi llegada intenté seguir viviendo mi fe participando en la parroquia de la Paz de Parla, con el coro y el grupo de iniciación de la HOAC. Las diferentes actividades, reuniones, charlas, formación y oraciones me han ayudado mucho a crecer como creyente y como persona, por eso quiero dar las gracias a la comunidad de la Paz, a la HOAC y, especialmente, a Rosa, que fue como una madre para mí porque había días que estaba desesperado, pero ella encontraba la forma idónea de animarme, escucharme, hacerme sonreír para olvidar todo.

Conocí la HOAC a través de un amigo, Martín, en 2011. Al principio me costó mucho porque no podía expresarme en castellano, pero he tenido la suerte de estar en un grupo de personas amables, abiertas, acogedoras, que me han ayudado a integrarme rápidamente. El año pasado entré como militante. Al ser parte de la HOAC aprendí antes de todo que es una familia donde uno crece, no solo como creyente, también como persona, a entender más la fe, a relacionarme y a comprometerme, a ofrecer mis servicios gratuitamente a los que más lo necesitan. Todos somos responsables de este mundo en que vivimos, todos hemos de prestar un servicio para que las cosas mejoren y progresen. Somos todos llamados a vivir, sentirnos más solidarios con todos los hombres en la tarea de transformar la humanidad. Mi problema fundamental era cómo regularizar mi situación y tener la tarjeta de residencia. Muchas veces me quedaba en casa sin salir a la calle porque somos personas buscadas por la policía, con sus redadas.

El año pasado conseguí los papeles, ¡una alegría y una liberación! Ahora puedo salir tranquilo a buscar trabajo. Por fin todo llega. Conseguí un trabajo unos meses en Pamplona, como ayudante de albañil, era algo nuevo. Al principio era un poco difícil, pero yo me sentía persona, con más ilusión y con más dignidad y con una alegría tremenda de poder compartir lo que ganaba con mis compañeros y participar en los gastos de la casa y mandar a mi familia algo, aunque fuera poco. El trabajo solo duró tres meses y regresé a Madrid. Hoy me encuentro sin trabajo y mi vida está en manos de Dios.

En todos estos años he aprendido a valorar más el compartir, a entender qué es la comunión y el amor, luchar por el bien común, la verdad, la justicia, porque sin verdad y amor no hay vida. Ahora en nuestro piso ya nadie trabaja. Gilbert que trabajaba y llevaba la casa está también en paro, pero vivimos en comunidad compartiendo lo poco que tenemos y luchando sin perder la esperanza y la fe, sabiendo que Dios está con nosotros. La fe es lo que nos ayuda a entender, a valorar, a luchar, a tener ilusión por seguir adelante. El trabajo es importante pero he aprendido que lo más importante es lo que uno hace con su trabajo”.

Publicado en el nº 1563 de NNOO, mes de septiembre de 2014

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