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La lucha contra la violencia machista en crisis

08 marzo 2013 | Por

La lucha contra la violencia machista en crisis

Oficialmente las víctimas de la violencia machista fueron menos en 2012 que en años anteriores. La Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género contabilizó 49 mujeres fallecidas a manos de un hombre. Sería la cifra más baja desde que entró en vigor la Ley Integral contra la Violencia de Género aprobada en 2004. El año 2011 fueron 61 las mujeres asesinadas; y 76 en 2008, la cifra más alta, desde que se lleva la cuenta.

Sin embargo, la Red Estatal de Organizaciones Feministas contra la Violencia de Género llevaba registrados 62 crímenes de mujeres cometidos en el ámbito familiar, una cifra más parecida a la de años precedentes. Hay quien sospecha maliciosamente que se está produciendo un maquillaje estadístico que pueda servir para justicar la reducción de recursos públicos en el combate contra la violencia ejercida contra las mujeres. Otra interpretación para explicar el descenso de muertes por violencia de género tiene que ver con la disminución de las separaciones, que en muchos casos actúan como detonantes de los crímenes, por lo que las agresiones quedarían confinadas al ámbito familiar sin llegar a desembocar en muerte.

Preocupa el hecho de que aumenta el porcentaje de mujeres que presentan una denuncia por malos tratos pero luego desisten de continuar el proceso (13,11% en 2011, frente al 11,54% en el 2011). Una explicación posible de este cambio sería que la dificultad de mantener o encontrar un trabajo y la pérdida de los ingresos familiares provocada por la mala situación económica desanima a las mujeres en su proceso de ruptura con el presunto maltratador. Otro factor inquietante procede del gran número de sobreseimientos en sede judicial de estas denuncias y el descenso de las órdenes de protección cursadas, pese al aumento de las denuncias. Las tasas judiciales podrían empeorar un poco más el panorama. Desde 2010 el presupuesto público para hacer frente a esta lacra ha descendido un 28%, según informa el diario «El País».

Julia Almansa, de la Fundación Luz Casanova que mantiene dos programas contra la violencia de género, comenta que «no ha habido tanto una eliminación de estas partidas –en algunos casos sí, como en Castilla-La Mancha que ordenó el cierre de todas las casas de acogida– como una reducción de sus cuantías. Hay administraciones que no miran las trayectorias y la competencias de las entidades sino que se fijan exclusivamente en el coste económico para adjudicar los contratos».

Fundación Luz Casanova

La Fundación Luz Casanova –la entidad jurídica de las religiosas Apostólicas, llamada así en honor de su fundadora, para colaborar con las administraciones–, en 2005, creó su servicio de atención a mujeres maltratadas. Además de casas de acogida, que funcionan como un recurso de emergencia para romper de inmediato con la violencia que han sufrido, y que cuenta con unas 20 plazas, existía un servicio de intervención que duraba nueve meses, con el objetivo de ayudarles a asumir su historia y recuperar su autoestima, denominado «Mercedes Reyna». Ocho personas formaban el equipo profesional remunerado que repartía su actividad entre la asistencia legal, la atención psicológica, la intervención social, la educación en habilidades sociales y de género, la ludoteca-guardería y la supervisión de las visitas a los «puntos de encuentro». A pesar de los esfuerzos por establecer una nueva fase de intervención que pueda garantizar la independencia económica a través del empleo, la Fundación Luz Casanova ha perdido el contrato con las administraciones públicas, al ser desbancada por una empresa de nueva creación que presentó una oferta económica más baja.

«Veníamos constantando que las mujeres que llegaban presentaban circunstancias cada vez más graves, además de la violencia padecida, por lo que nos veíamos en la necesidad de intensificar el trabajo social y buscar otros recursos para poder resolver necesidades básicas como el empleo, el alojamiento, la manutención de los hijos…», explica Julia Almansa. La obra social de las Apostólicas ha optado por dedicarse a otro colectivo menos atendido en la actualidad por los servicios y entidades sociales como son las adolescentes maltratadas o con relaciones de riesgo con sus parejas y abrir su financiación a la colaboración de entidades privadas.

Nosotras contamos

El proyecto «Nosotras contamos» permite a las mujeres contar con un espacio de relación y de autoayuda, y también de alerta sobre posibles nuevas relaciones de pareja peligrosas, una vez que han roto con la historia de violencia padecida. Maria José y su compañera Concha lideran, de algún modo, la iniciativa que permite a las víctimas de la violencia doméstica reconstruir sus biografías. «Les doy mi teléfono y les digo a las compañeras que me pueden llamar siempre. A veces quedamos para ir al cine, para tomar una caña o para pasear. Buscamos actividades que sean gratis o cuesten poco… A veces se trata de dejar que se desahoguen y otras de cambiar de tema para no estar siempre hablando de lo mismo», explica María José. También se esfuerza esta mujer por encontrar trabajo a sus compañeras, muchas de las cuales se enfrentan sin redes de apoyo ni habilidades suficientes –a veces, hasta desconociendo el castellano– a la dura tarea de mantenerse económicamente independientes, socialmente útiles y emocionalmente sanas.

Tras pasar por el proyecto «Mercedes Reyna» de la Fundación Luz Casanova, María José decidió que debía seguir vinculada a él, pero esta vez, ofreciendo su experiencia a otras mujeres que la pudieran necesitar. Explica que «estaba en una cárcel hasta que rompí las cadenas y me vi aflorar como jamás pensé que lo podría hacer, así que si ahora veo o intuyo que hay mujeres que puedan estar pasando por lo que yo pasé, siento la necesidad de hacer lo que me hubiera gustado que alguien hubiera hecho conmigo. Resulta que además, haciendo esto, recibo mucho afecto, me llenan de cariño y soy feliz cuando reímos juntas».

«Cuando se formó el segundo grupo de terapia con mujeres víctimas de la violencia, me dijeron que podía haber alguna compañera con características parecidas a las mías y ya me animé a participar, yo estaba en vías de recuperación y me sentía fuerte. Siempre pensé que si hubiera encontrado antes alguna persona que me comprendiera y me hubiera prestado ayuda, me habría ahorrado muchos tormentos, así que pensé que yo podía servir de ayuda a otras mujeres. Estaba agradecida y de algún modo quería devolver lo que habían hecho conmigo. Me ofrecí a la psicóloga, le dije que contaran conmigo y que estaría siempre dispuesta a ir cuando me lo pidieran», afirma.

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