En Pentecostés, los cristianos, celebramos la venida del Espíritu.

El miedo paralizante se nos quita, la esperanza nos aumenta, la fe se fortalece y la caridad se nos exige.

La Caridad, empieza por la Justicia. Devolver al hermano lo que es suyo.

La fe fortalecida, ya que experimentamos que el proyecto de Jesús es un proyecto realmente humanizador, nos hace ser más y mejores personas.

La esperanza, estimulada, porque reconocemos que la “Historia de la humanidad” avanza a la par de la “Historia de la Salvación”.

“Todos somos hijos de Dios,…”, “Estuve enfermo y me…”, “Fui extranjero y me…”.

Para nuestro Dios-Padre, nadie es ilegal. Nadie por tanto puede perder su ciudadanía. Nadie te la puede arrebatar.

Las medidas propuestas por el gobierno en cuanto a los ciudadanos que pierdan su legalidad y la consecuente retirada de su tarjeta sanitaria nos parecen inhumanas. No van con el proyecto de Jesucristo.

Nuestro sistema sanitario es de los más baratos, precisamente por el desarrollo de la atención primaria, y negar esa asistencia, ofreciendo otro sistema (el de urgencias,… que es más caro y diseñado para otros servicios), genera otros riesgos sanitarios y pone en duda su justificación económica.

La gestión de la cosa pública, de la búsqueda del bien común, de la preferencia por los más necesitados. Se confunden diariamente con quién ha provocado esta crisis y porqué y se aprovecha para recortar derechos que nada tienen que ver con la especulación que domina a los mercados.

¿Quién tiene el derecho de justificarse por el país de origen, de despreciar a los otros, sobre todo al pobre, porque es diferente, o porque ha nacido en otra tierra? Como si existiera alguien en el mundo, que hubiera podido elegir en qué tierra nacer.

La retirada de la tarjeta sanitaria, nos parece una decisión inhumana, y pedimos a nuestros representantes que exijan a nuestro gobierno que se rectifique inmediatamente.