La realidad de pobreza en muchos países de nuestro planeta es una emergencia social. En Somalia, Kenia y Etiopía –según el Informe de Actividad de Cáritas Española sobre la Emergencia en el Cuerno de África, del 22 de agosto de 2011– “la situación humanitaria que padecen continúa agravándose”. Su hambruna es un hecho que no nos puede dejar indiferentes. En algunas regiones de Somalia están muriendo ya diariamente 13 de cada 10.000 niños menores de cinco años. “La población somalí –constata el mencionado Informe– sigue huyendo de sus hogares, dirigiéndose a campos de refugiados fuera y dentro del país. Para hacer el viaje a los campos, las poblaciones afectadas por la sequía se ven forzadas a abandonar durante el camino a los niños, ancianos y enfermos más debilitados”.

¿Por qué los países desarrollados no salimos en su rescate? ¿Cómo no están nuestras calles repletas de población indignada ante tanto sufrimiento? ¿Cómo nosotros, la comunidad eclesial, no reaccionamos con más fuerza denunciando proféticamente esta atrocidad y desprendiéndonos de todo lo que nos impide vivir más evangélicamente y en comunión con los empobrecidos, más allá de las aportaciones económicas?

Nuestra defensa de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, nos debe comprometer en la lucha sin descanso por la erradicación de la pobreza. Porque el hambre, el reparto desigual de la riqueza, la economía especulativa, la actual globalización, el desempleo, el trabajo precario y sin derechos… son mecanismos que empobrecen y atentan contra la vida y la dignidad de las personas.

Una mirada a nuestra realidad más cercana nos muestra cómo la crisis económica y social que padecemos está abriendo brechas de desigualdad y de empobrecimiento en nuestras ciudades y pueblos. Más del 20 % de la población española vive bajo los umbrales de pobreza; uno de cada cuatro niños que residen en España es pobre; en más de un millón de hogares ninguno de sus miembros recibe prestaciones económicas; más de cuatro millones y medio de personas están desempleadas; cada día más familias pierden la vivienda y siguen endeudadas… La Iglesia debemos seguir anunciando a Jesucristo como camino de Vida. La Fe, la Esperanza y la Caridad nos hacen mirar a los empobrecidos con compasión. Por este motivo, esta efeméride que conmemoramos no puede quedar en un día, sino que debe ser un impulso para: la oración por las víctimas; la conversión personal para vivir desde la austeridad y la comunión; la ayuda desinteresada y la colaboración con los afectados; y el compromiso que combata desde la raíz el empobrecimiento y la deshumanización.

Córdoba, octubre de 2011

Delegaciones diocesanas de: Apostolado Seglar, Acción Caritativa y Social y Migraciones; Secretariado de Pastoral Obrera; Manos Unidas; Movimientos de Acción Católica y Parroquias.