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La política del escándalo

16 noviembre 2010 | Por

La política del escándalo

Dice Castells (1) que en nuestra sociedad la política es básicamente política mediática. Que el mensaje político es necesariamente un mensaje mediático, y el más poderoso de todos ellos consiste en un mensaje sencillo adjunto a una imagen. En política, el mensaje más sencillo es un rostro humano. Así, el líder se convierte en el producto que contiene todas las excelencias que desea el votante-consumidor. Y, por la misma razón, la destrucción de la credibilidad y de las excelencias del líder son las armas políticas más utilizadas por sus adversarios.

Esto implica que todo el que quiera participar en el mercado electoral necesita hacer buen acopio de información comprometida para el adversario; información relativa a su vida personal, familiar, escándalos, corrupciones y corruptelas que puedan deteriorar su imagen. Implica que hay que costear los cuantiosos gastos que cuesta adquirir esta información. Implica que para hacer frente a estos gastos, y con independencia de la moralidad individual, se puede llegar a diversos grados de corrupción en nombre del bien del partido. Así, concluye Castells, la política mediática y la política de la personalidad conducen a la política del escándalo.

Parece como si hubiera un engranaje político del que es imposible zafarse, pero no es así. Los políticos deberíamos tomar conciencia de que somos la sal de la tierra: si se vuelve sosa, ¿con qué se salará? (Mt 5,13). Durante mucho tiempo, la creencia de que no podíamos dejar que la sal perdiera su propiedad nos ha movido a conservar el sentido y la profundidad de las cosas, porque, para Jesús, ser sal significa tomar unas opciones concretas: elegir ser pobre, estar dispuesto a sufrir por el otro, padecer hambre y sed de justicia, prestar ayuda, ser limpio de corazón, trabajar por la paz… (Mt. 5, 1-11).

Esta preocupación desapareció cuando la pregunta tuvo otra respuesta: si la sal se vuelve sosa, ¡cómprate otro kilo, imbécil! La carcajada del auditorio avaló la supuesta genialidad de la ocurrencia y evitó el penoso (exige pensar) y necesario trabajo de analizar el contenido de la respuesta: la sal del nuevo paquete también será sosa y la pregunta seguirá interpelándonos.

Si la política se vuelve sosa, si pierde su sentido y profundidad, si aparece más como una actividad de truhanes y malhechores que de personas vocacionadas al servicio y a la noble entrega a un ideal que busca el bien común, entonces no podemos comprar otro kilo, más bien todo el entramado social y humano se viene abajo, porque la actividad política es la sustancia de lo humano, de la sociabilidad humana, del saberse agradecido y deudor del entramado de redes sociales y personales que forman parte de nuestro yo.

Si ese entramado de redes sociales y personales está sometido por la corrupción, nuestro yo también lo estará en la medida que participemos en él o el silencio sea nuestra respuesta. Sólo podemos recuperar nuestra humanidad luchando por restablecer el verdadero sentido de la política y de las cosas.

Entramos en un largo periodo de campañas electorales, que se van a desarrollar en un contexto presidido por el sufrimiento de muchas personas y muchas familias. Muchos trabajadores han perdido su empleo; muchos han perdido su casa; otros, han entrado en el pozo de la pobreza; y los que ya eran pobres han perdido toda esperanza de salir de su situación. Estas personas esperan y necesitan escuchar que los políticos hemos elegido ser pobres con ellos, que estamos dispuestos a sufrir por ellos, a padecer hambre y sed de justicia, a prestarles ayuda, a construir la paz y a ser honrados. Esta es la política del escándalo que están esperando.

(1) «Comunicación, poder y contrapoder en la sociedad red».

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