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Proyecto Tierra en Cox (Alicante): Volver a la tierra para combatir la pobreza

06 septiembre 2012 | Por

Proyecto Tierra en Cox (Alicante): Volver a la tierra para combatir la pobreza

En un pequeño pueblo de la Vega Baja de Alicante, cinco familias con dificultades económicas llenan ahora parte de su despensa con las cosechas de las tierras que ellos mismos cultivan. Gracias al impulso del grupo de Cáritas de la Parroquia San Juan Bautista, un terreno baldío se ha transformado en una huerta para el autoabastecimiento.

Para explicar el éxito de Finlandia, modelo de bienestar y modernidad económica, se suele recurrir como uno de los fáctores de su progreso al «apego a la tierra». El prestigioso arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa lo justifica por una razón histórica: «La pobreza tras la guerra prolongó la relación con el campo. Había cerdos en las ciudades por la escasez de carne. Se cultivaban verduras en los jardines».

También Encarna Cartagena, militante de la HOAC y miembro de Cáritas de la Parroquia, tiene muy presente el pasado: «Las personas mayores como yo recordamos lo dura que fue la post-guerra, un tiempo en que faltaba el trabajo y en el que el cultivo de un trozo de tierra de huerta evitaba que se pasara hambre, pues con algún jornal que se sacaba a la semana y los productos que obteníamos cultivando esa tierra podiamos sobrevivir».

Cox es un pequeño pueblo de Alicante de menos de 7.000 habitantes. Antes, la gran mayoría de sus habitantes se dedicaban a la agricultura. Pero con el paso del tiempo, ante la escasez de agua y la poca rentabilidad que dejaba la tierra, optaron por otras salidas. Preferentemente, el almacenamiento y distribución de frutas y hortalizas, favorecida por su estrátegia situación como encrucijada entre Alicante, Albacete y Murcia. Abundan los autónomos, los venderores ambulantes y los transportistas, aunque en la época del boom inmobiliario, la construcción daba empleo a numerosos trabajadores por cuenta ajena. El trabajo en los almacenes de frutas recaía, entonces, en los inmigrantes, llegados en general, del norte de África y de Latinoamérica.

Pero la Gran Recesión llegó también a este enclave alicantino y se acabó su situación de casi pleno empleo. Las solicitudes de ayuda se multiplicaron y cambiaron su naturaleza. Si antes, los solicitantes de ayuda eran inmigrantes que buscaban trabajo, alojamiento y acogida, ahora llegaban también los autóctonos y las peticiones se ampliaron a las necesidades básicas. «Ante esta situación, el grupo de Cáritas nos paramos a pensar y a orar para ver por dónde debíamos caminar, para ver qué nos pedía el Señor», dice, echando la vista atrás, Encarna Cartagena. Las ocho mujeres y un hombre que forman el equipo se inspiraron en la encíclica de Benedicto XVI, «Caritas in Veritate», en concreto en la cita que dice: «La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyecto de un modo nuevo».

Cuenta Encarna Cartagena que sintieron que debían ser «creativos», más aún cuando «la labor de Cáritas no es solo de asistencia, sino ayudar a ganarse la vida dignamente». A sus ojos, los parados, los expulsados por las reglas de hierro de la economía actual, formaban parte de ese pueblo al que se refiere el Evangelio de Mateo, en el capítulo nueve, versículo 36: «Viendo al gentío, le dio lástima de ellos, porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor».

Curiosamente, la solución imaginativa se fraguó recurriendo al vivo pasado agrícola. Hace ahora más de dos años, empezaron a tantear las posibilidades de dar respuesta a esta pregunta: «¿Por qué no ofrecer tierra a las personas para que cultiven sus productos y contribuir así a la economía familiar». Algunos inmigrantes, especialmente de Ecuador, se interesaron por el proyecto. Habían sido agricultores y echaban de menos algunos cultivos propios de su tierra. «En el pueblo hay cultura del arrendamiento de tierras, pero no a cederlas para su cultivo sin más. Nos preguntamos de dónde sacar las tierras, quién nos las prestaría…», explica Encarna Cartagena.

Hablaron con el secretario del Sindicato de Riegos de Cox, Antonio Gallego, para presentarles el proyecto y pedirle colaboración para encontrar un propietario altruista dispuesto a ceder a cambio de nada tierra no cultivada. También acudieron al alcade para informarle de sus intenciones y pedirle colaboración. Pasaron cinco meses hasta que por fin se rompió el silencio. Había alguien dispuesto a ceder tierras. No era otro que el mismo secretario que había empleado todo ese tiempo tanto en difundir la petición que le habían hecho entre los propietarios de tierra como en acordar con su familia la cesión que tenía en mente. «El Señor le debió tocar el corazón. Es un hombre honrado que, aunque no es creyente, tiene gran amor por la tierra y debió pensar que era una buena idea», relata Encarna Cartagena.

Hubo que redactar un documento de cesión para que quedaran claros los términos de la colaboración, en el que se especificaban también los deberes que asumían los beneficiados. También fue labor del grupo de Cáritas hablar con los dueños de las tierras conlindantes a las cinco «tahullas» (alrededor de 6.000 metros cuadrados) entregadas a cinco familias de inmigrantes ecuatorianos para evitar recelos. Las tierras llevaban tiempo abandonadas, por lo que precisaban una labor previa de acondicionamiento: «Había que quitar las hierbas, labrar la tierra para ‘desapelmazarla’, abonarla y poner a punto el riego. Eso significaba una inversión inicial que no podían afrontar las familias», relata esta militante de la HOAC, casada con un antiguo maestro, también militante de la HOAC y apasionado de la agricultura.

El equipo hoacista al que pertenece Encarna Cartagena, como no podía ser de otra manera, estaban informados de las andanzas y desventuras del grupo parroquial de Cáritas y consideraron la ocasión como un momento propicio para «practicar la comunión de vida», a pesar de que algunas personas se encontraban en paro. Después de todo, «la comunión de bienes, como expresión social del amor es esencial en el Plan de Dios». Pusieron dinero para comprar los fertilizantes y Antonio Serrano, el marido de Encarna, les dio una motocultora y una bomba de riego, para que pudieran poner a punto la tierra.

El terreno fue dividido en cinco partes entre aquellos que expresaron su voluntad de trabajar la tierra. «Son familias con hijos, familias estructuradas, a pesar de las penurias que están pasando, ilusionadas con ponerse a cultivar», comenta Encarna Cartagena, quien añade que «por el momento van cultivando a su aire, cada familia tiene sus necesidades y realidades, pero entre ellos se ve colaboración, gestos de solidaridad y armonía». Ya han sembrado y recogido maíz, calabacines, tomates, ñoras, pimientos, judías, forraje para conejos y patatas. Incluso han llegado a tener excedentes de este tubérculo que han comercializado con la ayuda de voluntarios de Cáritas de Cox y de la vecina Callosa del Segura. Se plantean ampliar los cultivos de patatas para su venta. «Con los jornales que sacan trabajando en los naranjales y limoneros de otros y lo que sacan de sus cosechas, estas familias van tirando», expone Encarna Cartagena.

La experiencia ha corrido como la espuma entre los habitantes del pueblo. Dos jóvenes, uno parado y el otro propietario de un almacén que ve posibilidades de ampliar los márgenes de venta si tiene productos propios, se han puesto en contacto con Encarna Cartagena para explorar la posibilidad de cultivar juntos. También hay otros propietarios dispuestos a ceder terrenos. «Es verdad que la tierra hay que trabajarla duro para que dé algo. No es tan rentable como otras actividades, pero resulta muy gratificante, te permite entender toda la cadena de trabajo hasta ver el resultado…», dice esta inquieta mujer de 73 años. Las noticias han llegado a la Facultad Agrónoma de Orihuela y hay alumnos que han llegado a plantearse colaborar para promover la agricultura ecológica y el consumo responsable, al margen de los circuitos comerciales. «Pero todo eso son sueños e ilusiones», zanja Encarna Cartagena, a pesar de reconocerse «una idealista que se ilusiona rápido». Ella ahora está centrada en «acompañar y ayudar a crear lazos entre el grupo», en «sembrar y ver si el Señor hace que alguna semilla dé frutos». 

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