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Daniel Izuzquiza, Pueblos Unidos: «¡Los centros para extranjeros son agujeros negros!»

05 septiembre 2011 | Por

Daniel Izuzquiza, Pueblos Unidos: «¡Los centros para extranjeros son agujeros negros!»

Este licenciado en Química, ordenado sacerdote en 2001 y coordinador de la ONG Pueblos Unidos desde 2006, es jesuita. Con un larga experiencia en la atención a los inmigrantes, comenta en esta entrevista la campaña contra los Centros de Internamientos de Extranjeros (CIE) puesta en marcha por una plataforma, en la que participa su asociación.

–¿Cómo nació Pueblos Unidos y cuál es su labor fundamental?

–Surgió intuitivamente a propósito de la parroquia de Francisco Javier en el barrio madrileño de la Ventilla, al llegar un jesuita mayor que venía del Chad. Hablando con los vecinos pensaron que hacía falta un sitio para que los niños pudieran estudiar más anchos que en sus casas, un lugar que ayudara a las familias a buscar empleo y así, con la colaboración de Cáritas y el Arciprestazgo fueron tirando, hasta que en más o menos en el año 2000, empieza a hacerse un poco más en serio.

Hay tres líneas de acción: la intervención social –formación, empleo, vivienda, orientación jurídica, psicológica…–; acción comunitaria en el barrio –el programa educativo con niños, jóvenes, familias, desarrollo comunitario, convivencia interreligiosa–; y acción pública –sensibilización e incidencia política, voluntariado…–. Nos parece que el voluntariado, no sólo es básico para la actividad del centro, sino que también es una herramienta de sensibilización para ellos y su círculo más cercano.

–¿Cómo funciona el centro, con qué recursos cuenta?

–Hay mucha colaboración con otras congregaciones, hay una comunidad de religiosas que trabaja como proyecto comunitario aquí y otras que colaboran, hay unas 200 personas voluntarias y unas siete personas contratadas. Hay voluntarios muy jóvenes de 16 y 17 años, chavales del barrio que han ido haciendo su proceso y ahora se enganchan como premonitores, gente del entorno de los jesuitas, también hay jubilados y prejubilados. Los hay creyentes y no creyentes, gente de parroquia, gente del barrio, hay variedad…

Tenemos una financiación frágil pero diversificada. Se podría dividir en cuatro partes, que no son equivalentes: ayudas públicas del ayuntamiento y la Comunidad; subvenciones privadas; entidades eclesiales como Cáritas, parroquias, comunidades…; y socios y donantes particulares. Ahora con la crisis nos están salvando los particulares. La fuerza de la atención de los voluntariados es muy fuerte y gracias a eso podemos hacer tantas cosas.

–¿Qué tiene que ver Pueblos Unidos con el Centro de Internamiento de Extranjeros de Aluche?

–Llevamos varios años trabajando en el Centro de Internamiento, siguiendo el esquema de «acompañar, servir y defender». Es algo que enlaza con el Servicio Jesuita al Refugiado. Desde hace dos años hay un equipo que todas las semanas acude dentro del régimen de visitas familiares. A veces, nos enteramos de conocidos que han sido detenidos, otras veces, llega un familiar y nos pide que vayamos a ver a alguien porque ellos no tienen papeles y no pueden ir y a medida que se ha enterado de lo que hacemos nos llaman otras entidades para que acudamos a ver a gente con la que han estado trabajando. Normalmente es gente que no tenía visitas por otro lado y lo que hacemos es acompañar: estar, escuchar, humanizar un poco, poner rostro, disminuir la violencia.

Servir supone cosas básicas como dar ropa, un kit higiénico, tarjetas de teléfono o mediar –hablar con la familia, dar con el abogado, gestiones…–. Nuestra postura es que lo que tiene que dar el Estado debe cumplirlo y ahí hemos tenido pequeñas batallas como las del kit higiénico para asegurar que les llegue a todos. Eso lo hemos conseguido y ahora estamos intentado que sea repuesto en un tiempo prudencial y que los inmigrantes conozcan sus derechos y puedan reclamar cuando falta algo o se les acaba. Los internos tienen el deseo de ganar la libertad pero tienen una inseguridad y desconocimiento tremendo. Por eso hay que mediar con los abogados, para que expliquen bien la situación, para que puedan hacerse con la documentación, para que estén más pendientes…

Al mismo tiempo, pensamos que hay que defender los derechos y garantizar su tutela efectiva. Lo que dice la ley es que los CIE son centros cerrados de carácter no penitenciario donde el único derecho limitado de los internos es la libertad deambulatoria. Todos los demás, los deberían tener reconocidos. Pero no es así y a nosotros nos preocupa, que en una situación de internamiento, nadie vele de modo cuidadoso para que se puedan cumplir derechos como la libertad y la práctica religiosa, por ejemplo. Hay muchos más ejemplos. En esta línea intentamos defender los derechos reconocidos, tanto en el procedimiento de expulsión-internamiento como en el mismo internamiento.

–¿Cuáles son las irregularidades más comunes durante el proceso de expulsión?

–Cuando un inmigrante en situación irregular es detenido, se le abre un expediente de expulsión ordinario o preferente, asociado o no a multa o expulsión. Pasado un tiempo, después de juicio, se puede decretar la expulsión. El internamiento es una medida cautelar con el único motivo de lograr la expulsión, cuando en determinados casos hay riesgo de fuga, no hay un domicilio fijo, se da la alarma ciudadana… La ley dice que el internamiento será por el tiempo mínimo imprescindible hasta un máximo de 60 días. El internamiento no es una pena. Aquí se dan dos irregularidades muy comunes: de modo generalizado se utiliza el procedimiento preferente que supone internamiento, se interna a gente que está perfectamente localizada en su casa, con su familia y con frecuencia una persona que no va a poder ser expulsada por no tener pasaporte o por pertenecer a un país con el que no hay convenio de repatriación es encerrada 60 días y terminado ese plazo es puesta en libertad. ¿Para qué ha sido internada, entonces?

–¿Cómo son las condiciones del internamiento?

–Hemos pasado de la dureza del principio, con colas de dos o tres horas para luego estar cinco minutos de visita a pequeños avances, con visitas que ahora son más largas. Pero ha habido un paso atrás en las condiciones de esos encuentros, ahora son con mamparas de cristal y con teléfonos, donde se nota mucho la seguridad.

La capacidad de Madrid es para 280 personas, 40 mujeres. Según el secretario de la ocupación era del 28% en los nueve CIE del Estado. Lo que pasa en Canarias es que fluctúa mucho el número de internos. En Madrid, claramente hay más ocupación de ese porcentaje. Pero no hemos tenido constancia documental de saturación. Sí nos han llegado referencias de que a veces hay gente que duerme en salas extras, durante los trasladados de otros centros en espera de subir al avión que les lleva a sus países. En Madrid cuando una persona en situación administrativa irregular es detenida y llevada a comisaría, acaba en el CIE, si hay plazas libres. Si no, es puesta en libertad. Ahora mismo son como agujeros negros del que sale la gente 60 días después sin saber muy bien qué ha pasado.

–¿Cómo se vela por las condiciones de los internos?

CIES 3.jpg–La reforma de la ley de extranjería de diciembre de 2009 hablaba de dos reglamentos, uno de la ley de extranjería, en vigor desde el 1 de julio, y otro sobre el funcionamiento de los CIE, que todavía no ha salido. Desde la reforma, se ha creado la figura de los jueces de vigilancia y control, a semejanza del juez de vigilancia penitenciara. Fue un gran avance. En Madrid ya hay tres jueces que se turnan y están haciendo un buen trabajo. Uno de ellos decretó un auto ordenando al CIE que pusiera las medidas para que las ONG accedieran a visitar a los internos. La ley decía que tenían ese derecho, pero el ministerio alegaba que hasta que no saliera el reglamento, nada. El juez dijo que el tiempo para el reglamento ya había pasado y que ordenaba ya al director que le dijera cómo se iba a hacer eso. Ahora además de por las tardes, tenemos un equipo que visita a los internos por las mañanas, sin límite de tiempo, sin mamparas, sin restricción del número de internos. En este momento, de lunes a viernes, gente de Pueblos Unidos hace las visitas. Todas las ONG que se hayan acreditado en Madrid lo puede hacer. Hay buena coordinación entre las ONG que forman parte de la plataforma contra los CIE ––SOS Racismo, Ferrocarril Clandestino, Médicos del Mundo, Inmigración y Sistema Penal…– que es amplia con estilos, planteamientos y fuerzas distintas.

–¿Qué persigue la campaña contra los CIE?

–Ante el retraso en la aparición del reglamento, viendo el trabajo que se hacía en Madrid y en Valencia, convocamos una reunión con grupos activos de todo el Estado y decidimos lanzar una campaña. El foco está puesto en el reglamento que se debería haber aprobado en el verano del 2010. Así como había habido borradores y reuniones para elaborar el reglamento de la ley de extranjería, sobre este asunto no ha habido participación de los movimientos sociales, ni información. Se trata de un reglamento que está haciendo el Ministerio del Interior. El retraso y el silencio podía servir de excusa para no cumplir asuntos que ya están en la ley y por eso solicitamos que se escuche la voz de las entidades sociales y que se aseguren el respeto de los derechos de los internos. Habrá casi una veintena de entidades convocantes. Ya hay 450 entidades que se han sumado y más de 3.500 adhesiones individuales. También hemos solicitado interlocución con el ministerio sin que haya respuesta y estamos preparando ahora el estudio jurídico de lo que podría ser el reglamento.

–¿Qué respuestas está dando la comunidad cristiana a esta realidad?

–Las comunidades cristianas tendrían que intentar dar respuesta en los 9 CIE que hay, que hubiera grupos de visita, de apoyo, de sensibilización y denuncia, para poder decir que el cuerpo de la Iglesia actúa a favor de estos hermanos. A propósito de la campaña, todo lo que sea conocer y solidarizarse es muy importante. Lo más demoledor de estos centros es que son muy opacos, no se sabe qué hay. Los cristianos no podemos mirar para otro lado.

Los CIE son una realidad muy desgarradora y hace muy patente ese muro que nos separa. Los creyentes nos podemos preguntar por los muros que levantamos cada uno de nosotros, en nuestras parroquias, en las catequesis, en nuestros colegios, en los movimientos apostólicos… Y más íntima, ¿qué muros levantamos en nuestro corazón, en nuestras familias, en nuestro modo de estar? A lo mejor hay muros que tienen que ver con los miedos, los estigmas que nos separan de los otros. Debemos mirarnos honestamente y ver esa llamada a la conversación. No nos podemos bloquear por las barreras y prejuicios, hay que abrirse a nuevas realidades y en ese sentido tener una experiencia de comunión más amplia, más encarnada, más auténtica…

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