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«Hoy la familia es bastante contracultural para el mercado neoliberal»

02 enero 2011 | Por

«Hoy la familia es bastante contracultural para el mercado neoliberal»

El sociólogo Fernando Vidal dirige ahora el Instituto de la Familia de la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid, después de haber dirigido el departamento de Sociología y Trabajo Social. Autor e investigador muy prolífico, colabora asiduamente con la Fundación Foessa. Mantiene una mirada rigurosa pero comprometida sobre los problemas sociales más acuciantes de nuestra sociedad.

–¿Qué tal le ha sentado la modernidad a la familia?

–La modernidad ha traído la eclosión de los sujetos, una mayor individualidad, mayor conciencia sobre el desarrollo individual y personal. Eso nos ha puesto a la familia en otra contradicción, que cuenta Ulrico Beck en «El normal caos del amor». Las personas por una parte aspiran a la familia, a unirse a alguien para siempre, engendrar hijos, comprometerse toda su vida en la experiencia familiar, pero por otra parte quieren conservar esa individualidad. Por una parte sentimos una necesidad de desarrollo y autorrealización como individuos y a la vez queremos unirnos y donarnos a otros. Esa contradicción entre auto-conservación y donación, individualismo y comunidad, es sentida por las personas de un modo muy intenso y lleva a dislocar la vida casi como en el intento de Sísifo de llevar la piedra arriba para que vuelva a caer, la gente se entrega con la familia y se pregunta si le da suficiente a él, si encuentra lo que busca. La gente quiere una familia de alianza y, a la vez, la sociedad impone individuos que contratan.

–¿Cómo está influyendo el Estado y el mercado en la vida de las familias?

– Las empresas no encuentran en las familias ya un factor importante de producción. Ahora que el mercado ha flexibilizado tanto la empresa, la familia ha perdido gran parte de sus funciones sociales. Hoy la familia es bastante contracultural para el mercado neoliberal. El Estado es una respuesta bastante voluntarista a los grandes problemas sociales, surge como un gran actor que soluciona los problemas a pesar de la gente; y esto no funciona. El Estado ha nacionalizado gran parte de la sociedad civil y parcialmente la familia. Se ha visto que es inviable, no es y no puede hacer esas funciones. Puede organizar escuelas pero no puede criar niños, puede ayudar a la gente a viajar y crear posibilidades pero no puede crear confianza. Hay una pérdida de sociedad civil que empieza por la pérdida de soberanía de la familia.

–¿Sigue siendo hoy la familia un colchón frente a la adversidad?

–Sin duda, el principal. Las personas cuando tienen problemas necesitan personas, acudir a otras personas, no sólo a un Estado o a un agente abstracto, necesita un hogar, ese sitio donde tenemos los vínculos primordiales y las fuentes primordiales de sentido. Esa vuelta al hogar es permanente, necesitamos actuar desde esas pertenencias de sentido, sociales, básicas, originales. Desde ahí la persona se restaura cuando tiene problemas. Las personas agravan sus problemas, se sienten impotentes y angustiadas, porque la familia les ha fallado.

–¿Cómo influye la actual realidad laboral en la familia?

–Antes se decía que esta empresa es como una familia, esta asociación es como una familia, incluso la patria, que lleva la palabra padre en su etimología, se definía como una gran familia. En cambio, hoy en día, no es que las organizaciones no quieran considerarse así y responsabilizarse unos de otros como en una familia, sino que las familias quieren ser empresas. La empresa se ha convertido en el «metamodelo» de todas las organizaciones. Esta es la primera consecuencia, hemos «contractualizado» las relaciones de modo que se hace inviable la familia, que es pura donación. En segundo lugar, la precarización y secundarización del mercado de trabajo conllevan una vida con otras pautas, largas jornadas, horas extraordinarias, eso lleva a que sea complicado conciliar vida familiar y laboral. Si no hay tiempo para estar juntos, para compartir, para la presencia nos encontramos con que la vida familiar interna se ve afectada, la arquitectura interior se ve afectada. Además, hace inviable la crianza de los hijos en unas condiciones sensatas. En tercer lugar, esa precarización lleva a perder la dimensión de la vocación, ¿cómo uno va a encauzar su vocación a través de organizaciones que sólo están pensando en cómo amortizar su puesto de trabajo? Eso genera una desconfianza social que lleva a «desinstitucionalizar» la vocación. La solidaridad social se transmite sobre todo a través del trabajo, de la entrega diaria a él, ¿cómo vamos a hacer que nuestros hijos sean solidarios, estructuren su entrega a la sociedad? En tercer lugar, la precarización de las relaciones laborales provoca que sea muy complicado transmitir a nuestros hijos una ética del trabajo.

–Sin el contexto familiar, ¿qué futuro tienen los esfuerzos de la administración y la sociedad civil por combatir la pobreza y la exclusión social?

–No, es como decir que se pueden hacer políticas de inclusión social sin contar con las personas. Creo que ha habido esa tentación de crear políticas de lucha contra la pobreza basadas simplemente en el Estado y en el mercado, en los derechos y en la comunicación de los recursos. Hemos visto su fracaso. La lucha contra la exclusión requiere una reconstitución de los individuos y sus comunidades y esa reconstitución pasa por las familias. El sujeto necesita capital social, sobre todo, necesita familia. En el ámbito de la lucha contra la pobreza es más necesario que en otros introducir el factor de la familia, son necesarias organizaciones y modelos de intervención que pongan a la familia en el centro de la promoción de las personas.

–¿Echa en falta un reconocimiento y una mayor defensa por parte de los partidos de izquierda de la importancia de la familia, más allá de su empeño en legitimar la diversidad?

–La izquierda ha desarrollado un paradigma extremadamente liberal y relativista en el ámbito de la familia. Así como en otras cosas, parece que aplica modelos de solidaridad, aquí propugna casi una privatización de la familia, el relativismo en relación a las figuras familiares y su institucionalización. Es un grave error, la tradición obrera se ha basado sobre todo en la solidaridad de familias. La izquierda hace mucho énfasis en la constitución de la sociedad civil, pero la primera comunidad de la sociedad civil es la familia. La izquierda nunca llegará a formular una alternativa de mayorías y de transformación de sociedad si no es capaz de incorporar a la familia en su discurso.

–¿La derecha tiene más camino recorrido en este sentido?

–La derecha ha recibido una tradición que ha practicado y que se basa en una dimensión muy funcional de la familia. Lo que pasa es que hoy en día podemos estar equivocando el diagnóstico. Es el discurso más liberal el que está afectando más a la familia. Deberíamos hacer políticas que ayudaran a reforzar la solidaridad de la familia real, que vieran la familia no tanto como la célula de una sociedad que no la tiene en cuenta, sino como una comunidad contracultural para la construcción de responsabilidad social, emprendimiento, personalismo, individuos sólidos, de sociedades civiles capaces.

–¿Cómo valora los mensajes episcopales de la familia?

–Hay una afirmación de carácter profético especialmente en la doctrina de los pontífices que ponen la atención en la familia y que no acabamos de escuchar del todo. Es un mensaje potente y transformador. Es necesario que las familias pasen a estar en el centro de nuestras políticas, porque da primacía a las personas, a la comunidad, al sentido y al valor. Luego evidentemente hay situaciones que plantean dilemas y frente a los cuales hay diversos posicionamientos, pero faltaría un consenso general sobre la importancia de la familia, sobre su primacía. Ahí se ha hecho mucha insistencia y creo que con fortuna en los mensajes episcopales. Desde la Iglesia habría que plantearse la creación de un movimiento que ponga a la familia en primer lugar, que fuera plural, que incluyera a creyentes y no creyentes, que hiciera de la familia una cuestión transversal, no una cuestión de partidos. Sería importante que trabajáramos toda la pastoral de familia, además desde una perspectiva evangélica y cristiana, como uno de los grandes patrimonios de la humanidad. Esa defensa tiene mucho sentido y es del todo imprescindible.

–¿Qué opinión le merece la convocatoria impulsada por Rouco de la Fiesta de las Familias del dos de enero?

–Toda celebración donde se haga énfasis en el valor de la familia es bienvenida. El reto está en ser capaces de que esa llamada sea cada vez más inclusiva, que participe más gente, más personas, creyentes o no creyentes, que sea compartida por la sociedad en general. Ese es el enfoque pastoral más importante. Todo lo que sea hacer de esta iniciativa una experiencia de comunión, llamando a que participe más gente, más movido por organizaciones y comunidades de Iglesia mejor. Cuanta menos participación haya de comunidades y organizaciones, menos frutos pastorales podrá dar.

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