El pesebre

Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada (Lc 2, 6-7).

Jesús nació en el lugar de los excluidos, en la más profunda marginación. Se hizo compañero y familia de los desahuciados, de los sin techo, de los que viven en viviendas impropias de personas, de los que mueren en los hospitales en las condiciones más inhumanas, de los que se ven en la calle sin trabajo de la noche a la mañana, de los que viven en la más absoluta miseria. Y no solo nació sino que vivió toda su vida en el pesebre: el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (Mt 8, 20), y acabó su vida muriendo también a las afueras de la ciudad acompañado de los que era basura y peligro para la humanidad. Nacer en un pesebre significa: no deberle nada al sistema y a la organización de la humanidad y comprometerlo todo con los que son descartados por los poderes de este mundo. Vino a anunciar el amor de Dios que no es ninguna teoría, es una vivencia humana, solo se puede anunciar amando. Jesús, desde su nacimiento, no hizo otra cosa que amar a los últimos de este mundo siendo uno de ellos. Cuando nos creíamos que éramos los dueños del universo, la pandemia ha convertido el mundo en un pesebre. La presencia del hijo de Dios entre nosotros es más real e intensa que nunca. Como en aquel tiempo rompe todos nuestros esquemas… Movidos por la fe, vayamos con los pastores, a encontrarnos con el Hijo de Dios en la cuadra, en el pesebre de la humanidad…

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