Teresa Jiménez Zamoranoabril 2020abril 2020

Precariedad y desempleo, dos caras de la misma moneda

Su hija, acariciando ya los cuarenta años, no conoce qué es un empleo estable. Ahora está en paro. Ha tenido que dejar su último trabajo donde le siguen debiendo más de dos meses. Estaba contratada a media jornada pero echaba entre ocho y diez horas diarias. Su yerno trabaja, pero cobra el Salario Mínimo Interprofesional. Estos padres jubilados van estirando su pensión para echarles una mano, a veces dos, para que puedan llegar a final de mes. Otro de sus hijos, después de independizarse, se ha visto obligado a regresar a casa. También, tras experimentar la precariedad y el desempleo, retomó los estudios. En estos días le ha salido un trabajo por seis meses. Un empleo, curioso, para el que se ha tenido que hacer autónomo. Esta es la vida que pone cada día en manos del Señor en su orar desde el mundo obrero. Ella le pide para que sus hijos, y tantas otras personas trabajadoras, no pierdan la esperanza y no se dejen robar la dignidad. Sabe que la precariedad y el desempleo son la cara y la cruz de una economía que mata.

Ora et labora

Ahora, mira a Cristo en el rostro de esas personas cercanas que sufren la precariedad y el desempleo. Ponle nombre. Tal vez seas tú mismo o tú misma. ¿Qué consecuencias tiene el desempleo y la precariedad para los trabajadores y las trabajadoras? Nuestro compromiso por acompañar a estas personas, por cambiar la mentalidad ante esta realidad, por denunciar y transformar las causas que las generan, por experimentar otras formas de vivir y de trabajar… son exigencias del seguimiento de Jesucristo. Piensa qué puedes hacer tú para luchar contra el desempleo y la precariedad. Toma conciencia de que ese pequeño compromiso es un gran paso para recuperar la esperanza y la dignidad humana. No podemos ser indiferentes ante una economía que crucifica a tantas personas del mundo del trabajo. Que tu vida y tu testimonio sean experiencia de Resurrección.