Una segunda oportunidad

Ha mantenido su casa, su trabajo y su pequeño negocio gracias a una segunda oportunidad, infrecuente en una sociedad rápida en condenar a quien no tiene medios económicos o los pierde.

Con diecisiete años se puso a trabajar. Procede de una familia numerosa con pocos recursos. Pasados ocho años con distintos empleos, decidió abrir una tienda y establecerse por su cuenta.

Para su puesta en marcha recurrió a préstamos bancarios, en algunos casos avalados por la propia familia. En un principio, el negocio iba bien, por lo que Andrés (nombre ficticio) decidió comprar un piso con una importante hipoteca.

Pero llegó la crisis y comenzaron los problemas. Devoluciones de las letras a los proveedores, impagos de préstamos y de la hipoteca a las entidades bancarias… hasta llegar a las órdenes de embargo y de desahucio, más de 22.

Agotadas todas las posibilidades de ayuda por parte de la familia, a escasos días de las ejecuciones judiciales, un cliente, conocedor de su calvario, se ofreció a ayudarle, a avalarle para obtener liquidez y a velar por la viabilidad de su negocio para poder saldar las deudas.

El jefe de préstamos de la entidad bancaria a la que acudió José (nombre también inventado de quien ofreció su ayuda), le recomendó que no se implicase en lo que a juicio del empleado bancario era una causa perdida. Aun así, decidió junto a su mujer, hipotecar un bien suyo por los 100.000 euros necesarios.

Han pasado quince años. Afortunadamente las tres hijas de Andrés, que en aquellos momentos tenían 7, 9 y 11 años, han terminado sus estudios y tienen empleos. Ha habido momentos muy difíciles, pero con el esfuerzo de uno y la ayuda constante en la gestión de otro, se han sorteado los obstáculos.

Aunque los nuevos hábitos de consumo y la incertidumbre económica están empezando a lastrar los resultados del negocio, Andrés es hoy una persona libre que ha podido labrar un futuro para su familia y saldar sus deudas.

Discernimiento

Señor, cuánta gente por falta de un amigo, se ha visto abocado a estar incluido en listas de morosos, cuánta ha perdido su casa, su trabajo, por no encontrar una segunda oportunidad.

«Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa (…) En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Gaudete et exsultate, 7)

Actúa y transforma

No esperemos hacer grandes cosas, estemos atentos al prójimo (más próximo) que necesite de nosotros y no olvidemos que recibiremos el ciento por uno.

Con la fe en Jesús, que no nos deja solos, abramos nuestros corazones y nuestros brazos para estar cerca y acompañar a quien nos necesite, porque tuve hambre y me diste de comer, porque tuve sed y me diste de beber.

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