Caminar entre dos mundos

Si ya es difícil para una persona paya sin cualificación profesional dar con un empleo digno, mucho más lo es para una gitana. El espacio entre la cultura paya y la gitana está lleno todavía de riesgos que Sara y Manuel se esfuerzan en sortear.

Son jóvenes, gitanos, en torno a 30 años, pero ya han dado muchos tumbos en su caminar. A veces, les parece que la pertenencia a su etnia solo tiene inconvenientes: precariedad absoluta, chabolas bajo la nieve, la chatarra como recurso económico, matrimonios forzados, violación, malos tratos…

Cuando decidieron unir sus caminos tenían cada uno una historia larga, pero la única posibilidad de emprender una vida nueva, y algo más digna, era romper los lazos asfixiantes de su mundo, con las renuncias dolorosas, muy dolorosas, que supuso.

Han fundado una pequeña familia, con dos retoños ya. Han tenido el milagroso encuentro con una persona enormemente creyente y generosa, una santa, que les ha hecho posible vivir en un barrio obrero y llevar a sus niñas al colegio con normalidad. Con un trabajo muy precario y en malas condiciones, viviendo muy justitos, a veces ni siquiera llegando a fin de mes…

Por el camino se han encontrado con militantes de la HOAC que los acompañan y comparten con ellos, no solo bienes materiales, sino cariño, tiempo, formación y experiencia de la fe.

El empleo que les de un respiro se les resiste. Empleadores buitres, explotadores sin alma que, encima, quieren pasar por benefactores. En injusticias y abusos, Manuel y Sara ya tienen un máster, pero hay que aguantar: son cuatro bocas.

Sara intenta, quitándose horas de sueño, peleándose por comprender los manuales, el carnet de conductora de autocares para trabajar en una empresa. Aunque saben que lo que len espera es un salario ínfimo y un horario de locos. Si consiguen su propósito, la familia tendrá que enfrentarse a otro reto: conciliar los trabajos con el cuidado de sus niñas. Por ahora, han descubierto que los problemas se van resolviendo según se presentan, no hay que adelantarse a ellos.

No quieren cometer los errores que han conocido en su mundo de origen, pero es complejo, quedan deudas, no solo económicas, que reaparecen de vez en cuando. Ojalá Sara y Manuel sean capaces de perdonar y cerrar las heridas del pasado y, a la vez, encuentren su sitio en esta sociedad en la que quieren integrarse y vivir más dignamente.

Discernimiento

«Redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana». Christifideles laici, 37. San Juan Pablo II.

Acompañar y compartir la vida de familias como la de Sara y Manuel es un regalo de Dios, una bendición que nos hace poner los pies en la tierra, conscientes de que el amor es costoso de practicar, que mancha y a veces salpica. Ayudar a bajar de la cruz a estos crucificados inocentes es algo que está dando un poco más de sentido a nuestras vidas y nuestra militancia. Solo el amor y la solidaridad pueden salvarnos a todos.

Actúa y transforma

Hacernos acompañantes es ser capaces de compartir nuestros materiales culturales y espirituales. En la medida en que lo hagamos se abre ante nosotros una humanidad nueva, una manera nueva de entenderlo todo, de entender a otras personas y de entendernos a nosotros mismos.

¿Eres consciente de los bienes y dones, no solo monetarios, que tienes?

¿Qué personas y familias conoces en situación de fragilidad y precariedad con las que puedas compartir bienes?

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