Llum Mascaray, acompañando la iniciación en la HOAC

A Llum, maestra jubilada, defensora de la escuela pública y acompañante de la JOC, pronto le nació la conciencia.

Como antifranquista, a los 18 años sufrió prisión. Siempre sindicada, pasó por diferentes convenios y luchas laborales. Conoció a Fermín, su marido, en la Asamblea de Parados de Zaragoza. En su asociación vecinal, cofundó la Comisión de Mujeres y, por fin, a finales de los 80, recaló en la HOAC, gracias al testimonio de militantes de Aragón y Cataluña y tras un proceso de reconversión, ya que a los 15 años su edificio de creencias se había derrumbado. «En mi alma creyente sentí que volvía a casa».

Con la HOAC, descubrió que hay que «enternecer el corazón»: no basta luchar por la justicia social, hay que combinarlo con el amor gratuito y vivir el Dios que es misericordia. Actualmente, con Fermín, acompaña a un equipo en formación inicial. Son tres mujeres de su comarca, provenientes de la JOC, de etapas muy diferentes. Entusiastas, se implican en diversos problemas que este sistema de mercado y este marco de peligrosa involución provocan en la vida de las familias trabajadoras: la falta de democracia, de derechos humanos (individuales y colectivos) y de futuro; la represión en aumento; el paro juvenil del hijo; la carestía de los estudios y de lo básico de la vida en general; la precariedad; el abuso laboral del personal docente creyente en la escuela concertada; la pérdida de espíritu cooperativista, etc.

Llum valora profundamente la formación de la HOAC contra la alienación que genera la cultura oficial, para vencer el miedo al individualismo, la resignación, la impotencia… sobre todo, ante tanta precariedad ética, económica y democrática. En el equipo hacen por mantener la salud de sus proyectos de vida de compromiso obrero-cristiano. Y ella y Fermín están aprendiendo un montón sobre cooperativismo, aportaciones feministas a la humanidad, solidaridad entre pueblos, análisis laboral, social, político y eclesial. Y todo ello, «compartiendo recetas y chupándonos los dedos de las manos y del alma… en la salsa de la esperanza».

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