La resurrección del mundo del trabajo

Las distintas ¿reformas laborales? y los lavados de cerebro de los sistemas imperantes están hiriendo de muerte a la clase trabajadora. Tan es así que «trabajo por lo que me den», «tengo un contrato de cinco horas y echo nueve», «se acaba el trabajo de la aceituna y ya hasta el año que viene»… están a la orden del día.

Menos mal que el grito de rebeldía contra tanta explotación y tanta cara dura va apareciendo con aires nuevos y ya el personal está cansado de comprobar que cada día unos cuantos acumulan más y otros van teniendo menos y van siendo más. ¡Qué cosa tan antihumana, por Dios!

Llega el tiempo de resurrección. Con la resurrección hacemos presente que la última palabra en la historia no la tiene la esclavitud de hierro o de oro, sino la vida. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5-6).

Con la fuerza de esa resurrección de Cristo, ¿no podía suceder que el mundo del trabajo tuviera el despertar necesario y urgente? Desde luego, no sería por un efecto milagroso, sino por la incorporación de los hombres y mujeres que se ganan el pan con el sudor de su frente, tan necesitados de resurrección, a Cristo Obrero.

Con esa savia las cosas serían de otra manera. Las cruces de la explotación, las largas horas de trabajo ni siquiera pagadas, los despidos continuos… cederían su lugar a la dignidad obrera. ¡Qué falta nos hace!

La luz de Cristo (Jn 8, 12 y Lc 1, 79) con su resurrección se proyecta e ilumina todas las oscuridades y tinieblas, incluidas, claro está, las del mundo del trabajo.

¡Veamos esa gran luz de la Palabra y resucitemos con ella!

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