¡¡¡Puentes!!!

Estamos bordeando el precipicio. Solo nos falta un empujoncito. Muchos se están preparando para darlo. Esperan obtener votos de ello. Arrojarnos al precipicio, los unos a los otros, parece ser la opción política que se impone. Sorprende que esto ocurra cuando más se necesita el diálogo y la colaboración para hacer frente a los graves problemas que asolan a la humanidad y a España.

¿Cómo desde el enfrentamiento, la mentira y la falsedad podemos hacer posible un trabajo digno y libre para todos; solucionar el problema de la pobreza y exclusión; acoger a los inmigrantes que nos llegan; recuperar la moral, la ética y la vergüenza en la vida política, en las instituciones y en nuestras vidas; hacer frente a los demonios del totalitarismo, que amenazan con la barbarie; impedir la destrucción del planeta; crear formas de vida en que las familias puedan tener hijos, cuidarse y cuidar a sus mayores; acabar con los conflictos armados o conseguir que el capital recupere su función de servicio al bien común y abandone la sala de juego en que se ha instalado?

No, no es posible construir humanidad desde la falsedad que espera ser recompensada con un puñado de votos. Y si creemos que es posible, habremos renunciado a una dimensión esencial del ser humano: la conciencia de interdependencia, de ser uno en los otros, de no poder ser sin los otros porque los otros son una necesidad para cada persona, y más necesarios son cuanto más necesitados están.

El noble servicio de la política está amenazado por la falsedad y el empujoncito que nos aguarda. Frente a ello, Francisco insiste en la propuesta cristiana «de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos mutuamente a llevar las cargas». Aún estamos a tiempo.

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