Un viaje en compañía

Su relación se había limitado a un grupo de WhatsApp y a llamadas esporádicas para informarse sobre cursos para desempleados. Pero cuando Cristina pidió ayuda para mudarse desde Ciudad Real a Sevilla, donde iba a empezar a trabajar, no lo dudó dos veces. Se ofreció a llevarla en su coche.

Cristina llevaba tres años alternando precariedad y desempleo, así que decidió responder a una oferta de trabajo a 300 kilómetros de su casa y de sus dos hijos menores de edad. Tenía planeado viajar un domingo por la mañana con un amigo, pero cayó enfermo. Se encontraba con todo dispuesto, pero sin nadie que la acompañara, ni vehículo en el que viajar. Lanzó su petición a través del móvil y se encontró con que alguien al que no había visto nunca en persona se ofreció a llevarla.

Tuvo que fiarse de un desconocido para migrar por trabajo (en este caso de una comunidad autónoma a otra) que la llevó en su automóvil y se quedó algo perpleja al comprobar que hay personas dispuestas a echar una mano sin esperar nada a cambio, sin juicios previos.

Algunos conocidos le reprochaban haber aceptado el empleo, cuando probablemente verían bien la misma elección si la tomara un hombre. Pero ella, que está divorciada, apostó por la independencia económica y así sentirse útil. De hecho, en la empresa están encantados con su audacia y sus ganas de trabajar.

Ella está ilusionada con su nuevo empleo, el ambiente es bueno, al menos, mejor que en otras empresas del mismo sector, el de la seguridad. El salario base es algo más generoso que en otras compañías y con las comisiones por ventas puede llegar a ser un sueldo decente. Además, le han prometido hacerle hueco cuando las tareas de comercial se agoten.

Ha hecho un gran esfuerzo para conocer los servicios que ofrece su empresa y las necesidades de sus clientes potenciales, para encajar en medio de unos compañeros y compañeras que le eran del todo desconocidos, para adaptarse a los largos horarios, para sobrellevar lo mejor posible la distancia con los suyos, especialmente con sus hijos.

Por no hablar de fiarse de un desconocido dispuesto a acompañarla en su viaje hacia un presumible futuro mejor. Ni ella, ni él tenían certezas, solo la esperanza de que esta vez saliera bien. La generosidad no solo es dar, sino también abrirse a recibir, en la confianza de que hay más gente buena que despiadada en este mundo.

Él siente que ha ganado una amiga únicamente por haber tenido un gesto puntual al que quiere quitar trascendencia. Se ve simplemente como un «agente más» en el camino emprendido por ella. Además, no está solo, pertenece a una comunidad de vida, bienes y acción con una sensibilidad especial por el mundo del trabajo, comprometida con la lucha contra la precariedad imperante.

«Cuando el Padre pone los medios materiales, el tiempo y la oportunidad, quien le escucha no puede negarse a su llamada de ayudar al hermano, a la hermana. Es así de sencillo, y hasta de revolucionario quizá, en medio de una mentalidad egoísta e indiferente», reflexiona este insospechado acompañante.

Discernimiento

«En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez obsesionada por los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos– en este «arte del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3, 5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana» (Evangelii gaudium, 169).

Actúa y transforma

Las personas que nos decimos cristianas, junto con las demás de buena voluntad, tenemos la misión de subvertir este sistema de clases y superarlo en la esperanza de la fraternidad, para que a nadie le falte su medio de vida y las familias obreras puedan recuperar su dignidad. Son necesarios grandes proyectos que vayan alumbrando otro mundo posible más justo, pero también pequeños gestos que mantengan viva la llama de la humanidad.

Deja que la injusticia te conmueva y emprende, respetando la autonomía personal, el camino junto a la persona herida que se cruza en tu vida, de igual a igual, hacia la superación de las carencias descubiertas tanto en ti como en la otra persona, sin perder de vista la transformación del orden social injusto.

Si conoces a otras personas con más experiencias en el arte del acompañamiento, pídeles consejos y participa, dentro de tus posibilidades, en proyectos e iniciativas sociales que a través de esta práctica persigan la promoción y el protagonismo de las personas con mayores dificultades y carencias.

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