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Seminario en línea: “No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo”

Convocatorias

Seminario en línea: “No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo”

05 octubre 2020

Con el tema “No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo”, Cáritas Madrid ofrece un seminario en línea con la presencia de Abraham Canales, autor del libro del mismo título y responsable de publicaciones de la HOAC, coincidiendo con la Jornada Mundial por el Trabajo Decente.

El seminario de Cáritas Madrid se realizará el 7 de octubre a las 17 horas. Se mostrarán las muchas referencias del compromiso del papa Francisco con el trabajo decente, con el fin de profundizar en el pensamiento de la Iglesia sobre el trabajo decente, esa “Iglesia en salida”, según el papa Francisco, que tiene que abrazar a las víctimas de la indiferencia y ha de ser portadora de un mensaje de esperanza, combatiendo la injusticia y el sufrimiento que genera, y buscando caminos entre todos.

En línea, inscripción aquí.

 

El papa Francisco firma la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos)

Iglesia

El papa Francisco firma la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos)

03 octubre 2020

Fratelli tutti (Hermanos todos), es la tercera carta encíclica del papa Francisco, después de Laudato si‘, sobre el cuidado de la casa común (2015) y Lumen fidei, sobre la fe (2013). Está inspirada en el título de los escritos de san Francisco: “Miremos, todos los hermanos, al buen pastor que sostuvo la pasión de la cruz para salvar a sus ovejas”.

Firmada sobre la tumba de Francisco de Asís

Hoy sábado, 3 de octubre, en la ciudad italiana del Poverello, el papa Francisco ha celebrado misa y al final, sobre la tumba de san Francisco de Asís, ha firmado el texto Fratelli tutti, dedicada a la fraternidad y a la amistad social, valores esenciales para devolver la esperanza y el impulso a una humanidad herida incluso por la pandemia de COVID-19.

El Papa no dio la homilía. Es la oración, el silencio, la sencillez lo que marca esta visita que, a petición del Papa por la situación de salud, se realiza sin ninguna participación de los fieles siguiendo las palabras de la liturgia dedicada a san Francisco. Inmediatamente antes de la firma, el Papa quiso agradecer a la Primera Sección de la Secretaría de Estado que trabajó en la redacción y traducción de la Encíclica.

Presentación en la Sala Stampa

La encíclica será presentada mañana domingo, 4 de octubre, en una comparecencia en la Sala Stampa del Vaticano, a primera hora de la mañana, en la que intervendrán el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado; el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso; Giudice Mohamed Mahmoud Abdel Salam, secretario general del Alto Comité para la Hermandad Humana; Anna Rowlands, profesora de Pensamiento y Práctica Social Católica en la Universidad de Durham, Reino Unido; Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, Catedrático de Historia Contemporánea.

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Información relacionada

“Hermanos todos”, la nueva encíclica del papa Francisco

10 enunciados del mensaje del papa Francisco a la 75 Asamblea General de la ONU

Iglesia

10 enunciados del mensaje del papa Francisco a la 75 Asamblea General de la ONU

25 septiembre 2020

1. Es un momento oportuno para “la conversión” repensando “nuestra forma de vida” y “nuestros sistemas económicos y sociales”
2. La urgente necesidad de promover la salud pública y de realizar el derecho de toda persona a la atención médica básica.
3. Hay que garantizar el acceso a la futura vacuna de COVID-19.
4. Hay que garantizar el derecho un trabajo digno sin que la tecnología perjudique a los trabajadores.
5. La cultura del descarte es un atentado contra la humanidad. Cambiar el modelo económico.
6. El cuidado del medio ambiente “exige una aproximación integral para combatir la pobreza y combatir la exclusión”.
7. Hay que garantizar los derechos de los menores y de los niños por nacer.
8. La trata de mujeres es una práctica perversa que denigra a toda la humanidad.
9. Nuestro mundo en conflicto necesita que la ONU se convierta en un taller para la paz. Más multilateralismo.
10. De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores. Nuestro deber es repensar el futuro de nuestra casa común y proyecto común.

Videomensaje del papa Francisco
con ocasión de la 75 Asamblea General de la Naciones Unidas

Señor presidente:

¡La paz esté con Ustedes!

Saludo cordialmente a Usted, Señor presidente, y a todas las Delegaciones que participan en esta significativa septuagésima quinta Asamblea General de las Naciones Unidas. En particular, extiendo mis saludos al secretario general, Sr. António Guterres, a los Jefes de Estado y de Gobierno participantes, y a todos aquellos que están siguiendo el Debate General.

El septuagésimo quinto aniversario de la ONU es una oportunidad para reiterar el deseo de la Santa Sede de que esta Organización sea un verdadero signo e instrumento de unidad entre los Estados y de servicio a la entera familia humana[1].

Actualmente, nuestro mundo se ve afectado por la pandemia del COVID-19, que ha llevado a la pérdida de muchas vidas. Esta crisis está cambiando nuestra forma de vida, cuestionando nuestros sistemas económicos, sanitarios y sociales, y exponiendo nuestra fragilidad como criaturas.

La pandemia nos llama, de hecho, «a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección […]: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es»[2]. Puede representar una oportunidad real para la conversión, la transformación, para repensar nuestra forma de vida y nuestros sistemas económicos y sociales, que están ampliando las distancias entre pobres y ricos, a raíz de una injusta repartición de los recursos. Pero también puede ser una posibilidad para una “retirada defensiva” con características individualistas y elitistas.

Nos enfrentamos, pues, a la elección entre uno de los dos caminos posibles: uno conduce al fortalecimiento del multilateralismo, expresión de una renovada corresponsabilidad mundial, de una solidaridad fundamentada en la justicia y en el cumplimiento de la paz y de la unidad de la familia humana, proyecto de Dios sobre el mundo; el otro, da preferencia a las actitudes de autosuficiencia, nacionalismo, proteccionismo, individualismo y aislamiento, dejando afuera los más pobres, los más vulnerables, los habitantes de las periferias existenciales. Y ciertamente será perjudicial para la entera comunidad, causando autolesiones a todos. Y esto no debe prevalecer.

La pandemia ha puesto de relieve la urgente necesidad de promover la salud pública y de realizar el derecho de toda persona a la atención médica básica[3]. Por tanto, renuevo el llamado a los responsables políticos y al sector privado a que tomen las medidas adecuadas para garantizar el acceso a las vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías esenciales necesarias para atender a los enfermos. Y si hay que privilegiar a alguien, que ése sea el más pobre, el más vulnerable, aquel que normalmente queda discriminado por no tener poder ni recursos económicos.

La crisis actual también nos ha demostrado que la solidaridad no puede ser una palabra o una promesa vacía. Además, nos muestra la importancia de evitar la tentación de superar nuestros límites naturales. «La libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral»[4]. También deberíamos tener en cuenta todos estos aspectos en los debates sobre el complejo tema de la inteligencia artificial (IA).

Teniendo esto presente, pienso también en los efectos sobre el trabajo, sector desestabilizado por un mercado laboral cada vez más impulsado por la incertidumbre y la “robotización” generalizada. Es particularmente necesario encontrar nuevas formas de trabajo que sean realmente capaces de satisfacer el potencial humano y que afirmen a la vez nuestra dignidad. Para garantizar un trabajo digno hay que cambiar el paradigma económico dominante que sólo busca ampliar las ganancias de las empresas. El ofrecimiento de trabajo a más personas tendría que ser uno de los principales objetivos de cada empresario, uno de los criterios de éxito de la actividad productiva. El progreso tecnológico es útil y necesario siempre que sirva para hacer que el trabajo de las personas sea más digno, más seguro, menos pesado y agobiante.

Y todo esto requiere un cambio de dirección, y para esto ya tenemos los recursos y tenemos los medios culturales, tecnológicos y tenemos la conciencia social. Sin embargo, este cambio necesita un marco ético más fuerte, capaz de superar la «tan difundida e inconscientemente consolidada “cultura del descarte”»[5].

En el origen de esta cultura del descarte existe una gran falta de respeto por la dignidad humana, una promoción ideológica con visiones reduccionistas de la persona, una negación de la universalidad de sus derechos fundamentales, y un deseo de poder y de control absolutos que domina la sociedad moderna de hoy. Digámoslo por su nombre: esto también es un atentado contra la humanidad.

De hecho, es doloroso ver cuántos derechos fundamentales continúan siendo violados con impunidad. La lista de estas violaciones es muy larga y nos hace llegar la terrible imagen de una humanidad violada, herida, privada de dignidad, de libertad y de la posibilidad de desarrollo. En esta imagen, también los creyentes religiosos continúan sufriendo todo tipo de persecuciones, incluyendo el genocidio debido a sus creencias. También, entre los creyentes religiosos, somos víctimas los cristianos: cuántos sufren alrededor del mundo, a veces obligados a huir de sus tierras ancestrales, aislados de su rica historia y de su cultura.

También debemos admitir que las crisis humanitarias se han convertido en el statu quo, donde los derechos a la vida, a la libertad y a la seguridad personales no están garantizados. De hecho, los conflictos en todo el mundo muestran que el uso de armas explosivas, sobretodo en áreas pobladas, tiene un impacto humanitario dramático a largo plazo. En este sentido, las armas convencionales se están volviendo cada vez menos “convencionales” y cada vez más “armas de destrucción masiva”, arruinando ciudades, escuelas, hospitales, sitios religiosos, e infraestructuras y servicios básicos para la población.

Además, muchos se ven obligados a abandonar sus hogares. Con frecuencia, los refugiados, los migrantes y los desplazados internos en los países de origen, tránsito y destino, sufren abandonados, sin oportunidad de mejorar su situación en la vida o en la de su familia. Peor aún, miles son interceptados en el mar y devueltos a la fuerza a campos de detención donde enfrentan torturas y abusos. Muchos son víctimas de la trata, la esclavitud sexual o el trabajo forzado, explotados en labores degradantes, sin un salario justo. ¡Esto que es intolerable, sin embargo, es hoy una realidad que muchos ignoran intencionalmente!

Los tantos esfuerzos internacionales importantes para responder a estas crisis comienzan con una gran promesa, entre ellos los dos Pactos Mundiales sobre Refugiados y para la Migración, pero muchos carecen del apoyo político necesario para tener éxito. Otros fracasan porque los Estados individuales eluden sus responsabilidades y compromisos. Sin embargo, la crisis actual es una oportunidad: es una oportunidad para la ONU, es una oportunidad de generar una sociedad más fraterna y compasiva.

Esto incluye reconsiderar el papel de las instituciones económicas y financieras, como las de Bretton-Woods, que deben responder al rápido aumento de la desigualdad entre los súper ricos y los permanentemente pobres. Un modelo económico que promueva la subsidiariedad, respalde el desarrollo económico a nivel local e invierta en educación e infraestructura que beneficie a las comunidades locales, proporcionará las bases para el mismo éxito económico y a la vez, para renovación de la comunidad y la nación en general. Y aquí renuevo mi llamado para que «considerando las circunstancias […] se afronten — por parte de todos los Países — las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres»[6].

La comunidad internacional tiene que esforzarse para terminar con las injusticias económicas. «Cuando los organismos multilaterales de crédito asesoren a las diferentes naciones, resulta importante tener en cuenta los conceptos elevados de la justicia fiscal, los presupuestos públicos responsables en su endeudamiento y, sobre todo, la promoción efectiva y protagónica de los más pobres en el entramado social»[7]. Tenemos la responsabilidad de proporcionar asistencia para el desarrollo a las naciones empobrecidas y alivio de la deuda para las naciones muy endeudadas[8].

«Una nueva ética supone ser conscientes de la necesidad de que todos se comprometan a trabajar juntos para cerrar las guaridas fiscales, evitar las evasiones y el lavado de dinero que le roban a la sociedad, como también para decir a las naciones la importancia de defender la justicia y el bien común sobre los intereses de las empresas y multinacionales más poderosas»[9]. Este es el tiempo propicio para renovar la arquitectura financiera internacional[10].

Señor presidente:

Recuerdo la ocasión que tuve hace cinco años de dirigirme a la Asamblea General en su septuagésimo aniversario. Mi visita tuvo lugar en un período de un multilateralismo verdaderamente dinámico, un momento prometedor y de gran esperanza, inmediatamente anterior a la adopción de la Agenda 2030. Algunos meses después, también se adoptó el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático.

Sin embargo, debemos admitir honestamente que, si bien se han logrado algunos progresos, la poca capacidad de la comunidad internacional para cumplir sus promesas de hace cinco años me lleva a reiterar que «hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos»[11].

Pienso también en la peligrosa situación en la Amazonía y sus poblaciones indígenas. Ello nos recuerda que la crisis ambiental está indisolublemente ligada a una crisis social y que el cuidado del medio ambiente exige una aproximación integral para combatir la pobreza y combatir la exclusión[12].

Ciertamente es un paso positivo que la sensibilidad ecológica integral y el deseo de acción hayan crecido. «No debemos cargar a las próximas generaciones con los problemas causados por las anteriores. […] Debemos preguntarnos seriamente si existe —entre nosotros— la voluntad política […] para mitigar los efectos negativos del cambio climático, así como para ayudar a las poblaciones más pobres y vulnerables que son las más afectadas»[13].

La Santa Sede seguirá desempeñando su papel. Como una señal concreta de cuidar nuestra casa común, recientemente ratifiqué la Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal[14].

Señor presidente:

No podemos dejar de notar las devastadoras consecuencias de la crisis del Covid-19 en los niños, comprendiendo los menores migrantes y refugiados no acompañados. La violencia contra los niños, incluido el horrible flagelo del abuso infantil y de la pornografía, también ha aumentado dramáticamente.

Además, millones de niños no pueden regresar a la escuela. En muchas partes del mundo esta situación amenaza un aumento del trabajo infantil, la explotación, el maltratado y la desnutrición. Desafortunadamente, los países y las instituciones internacionales también están promoviendo el aborto como uno de los denominados “servicios esenciales” en la respuesta humanitaria. Es triste ver cuán simple y conveniente se ha vuelto, para algunos, negar la existencia de vida como solución a problemas que pueden y deben ser resueltos tanto para la madre como para el niño no nacido.

Imploro, pues, a las autoridades civiles que presten especial atención a los niños a quienes se les niegan sus derechos y dignidad fundamentales, en particular, su derecho a la vida y a la educación. No puedo evitar recordar el apelo de la joven valiente Malala Yousafzai, quien hace cinco años en la Asamblea General nos recordó que “un niño, un maestro, un libro y un bolígrafo pueden cambiar el mundo”.

Los primeros educadores del niño son su mamá y su papá, la familia que la Declaración Universal de los Derechos Humanos describe como «el elemento natural y fundamental de la sociedad».[15] Con demasiada frecuencia, la familia es víctima de colonialismos ideológicos que la hacen vulnerable y terminan por provocar en muchos de sus miembros, especialmente en los más indefensos —niños y ancianos—un sentido de desarraigo y orfandad. La desintegración de la familia se hace eco en la fragmentación social que impide el compromiso para enfrentar enemigos comunes. Es hora de reevaluar y volver a comprometernos con nuestros objetivos.

Y uno de esos objetivos es la promoción de la mujer. Este año se cumple el vigésimo quinto aniversario de la Conferencia de Beijing sobre la Mujer. En todos los niveles de la sociedad las mujeres están jugando un papel importante, con su contribución única, tomando las riendas con gran coraje en servicio del bien común. Sin embargo, muchas mujeres quedan rezagadas: víctimas de la esclavitud, la trata, la violencia, la explotación y los tratos degradantes. A ellas y a aquellas que viven separadas de sus familias, les expreso mi fraternal cercanía a la vez que reitero una mayor decisión y compromiso en la lucha contra estas prácticas perversas que denigran no sólo a las mujeres sino a toda la humanidad que, con su silencio y no actuación efectiva, se hace cómplice.

Señor Presidente:

Debemos preguntarnos si las principales amenazas a la paz y a la seguridad como, la pobreza, las epidemias y el terrorismo, entre otras, pueden ser enfrentadas efectivamente cuando la carrera armamentista, incluyendo las armas nucleares, continúa desperdiciando recursos preciosos que sería mejor utilizar en beneficio del desarrollo integral de los pueblos y para proteger el medio ambiente natural.

Es necesario romper el clima de desconfianza existente. Estamos presenciando una erosión del multilateralismo que resulta todavía más grave a la luz de nuevas formas de tecnología militar,[16], como son los sistemas letales de armas autónomas (LAWS), que están alterando irreversiblemente la naturaleza de la guerra, separándola aún más de la acción humana.

Hay que desmantelar las lógicas perversas que atribuyen a la posesión de armas la seguridad personal y social. Tales lógicas sólo sirven para incrementar las ganancias de la industria bélica, alimentando un clima de desconfianza y de temor entre las personas y los pueblos.

Y en particular, “la disuasión nuclear” fomenta un espíritu de miedo basado en la amenaza de la aniquilación mutua, que termina envenenando las relaciones entre los pueblos y obstruyendo el diálogo[17]. Por eso, es tan importante apoyar los principales instrumentos legales internacionales de desarme nuclear, no proliferación y prohibición. La Santa Sede espera que la próxima Conferencia de Revisión del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) resulte en acciones concretas conformes con nuestra intención conjunta «de lograr lo antes posible la cesación de la carrera de armamentos nucleares y de emprender medidas eficaces encaminadas al desarme nuclear»[18].

Además, nuestro mundo en conflicto necesita que la ONU se convierta en un taller para la paz cada vez más eficaz, lo cual requiere que los miembros del Consejo de Seguridad, especialmente los Permanentes, actúen con mayor unidad y determinación. En este sentido, la reciente adopción del alto al fuego global durante la presente crisis, es una medida muy noble, que exige la buena voluntad de todos para su implementación continuada. Y también reitero la importancia de disminuir las sanciones internacionales que dificultan que los Estados brinden el apoyo adecuado a sus poblaciones.

Señor presidente:

De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores. Por ello, en esta coyuntura crítica, nuestro deber es repensar el futuro de nuestra casa común y proyecto común. Es una tarea compleja, que requiere honestidad y coherencia en el diálogo, a fin de mejorar el multilateralismo y la cooperación entre los Estados. Esta crisis subraya aún más los límites de nuestra autosuficiencia y común fragilidad y nos plantea explicitarnos claramente cómo queremos salir: mejores o peores. Porque repito, de una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores.

La pandemia nos ha mostrado que no podemos vivir sin el otro, o peor aún, uno contra el otro. Las Naciones Unidas fueron creadas para unir a las naciones, para acercarlas, como un puente entre los pueblos;usémoslo para transformar el desafío que enfrentamos en una oportunidad para construir juntos, una vez más, el futuro que queremos.

¡Y que Dios nos bendiga a todos!

Gracias Señor Presidente.


[1] Discurso a la Asamblea General de la ONU, 25 de septiembre de 2015; Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea General de la ONU, 18 de abril de 2008.

[2] Meditación durante el momento extraordinario de oración en tiempo de epidemia, 27 de marzo de 2020.

[3] Cfr Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 25.1.

[4] Carta Encíclica Laudato si’, 112.

[5] Discurso a la Asamblea General de la ONU, 25 de septiembre de 2015.

[6] Mensaje Urbi et Orbi12 de abril de 2020.

[7] Discurso a los Participantes en el Seminario “Nuevas formas de solidaridad”, 5 de febrero de 2020.

[8] Cfr ibíd.

[9] Ibíd.

[10] Cfr ibíd.

[11] Discurso a la Asamblea General de la ONU, 25 de septiembre de 2015.

[12] Cfr Carta Encíclica Laudato si’, 139.

[13] Mensaje a los participantes en el XXV período de sesiones de la Conferencia de los Estados Parte en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, 1 de diciembre de 2019.

[14] Cfr Mensaje a la XXXI Reunión de las Partes del Protocolo de Montreal, 7 de noviembre de 2019.

[15] Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 16.3.

[16] Cfr Discurso sobre las Armas Nucleares, Parque del epicentro de la bomba atómica, Nagasaki, 24 de noviembre de 2019.

[17] Cfr ibíd.

[18] Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares, Preámbulo.

Papa Francisco: Es tiempo de incrementar nuestro amor social contribuyendo todos al bien común

Iglesia

Papa Francisco: Es tiempo de incrementar nuestro amor social contribuyendo todos al bien común

09 septiembre 2020

El tema central de la catequesis sobre curar al mundo del papa Francisco en la audiencia general de hoy ha sido amor y bien común.

La crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia nos afecta a todos. Para superar este momento difícil deberíamos buscar entre todos el bien común. Pero vemos que algunos, lamentablemente, lo que buscan es aprovecharse para obtener ventajas económicas o políticas. Otros intentan dividir y fomentar conflictos, y también hay personas que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de los demás.

La respuesta cristiana a esta situación es el amor y la búsqueda del bien común. El amor verdadero cura, sana, nos hace libres, nos hace fecundos, es expansivo e inclusivo. Amar como Dios nos ama no es fácil, pero es un arte que podemos aprender y mejorar. Porque no se trata de amar solo a quien me ama, a mi familia, a mis amigos; sino a todos, incluso a los que no me conocen, a los extranjeros, o a quienes me han hecho sufrir. El amor verdadero también se extiende a las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, así como a la relación con la naturaleza.

El coronavirus nos muestra que el bien para cada uno es un bien para todos, que la salud de cada persona es también un bien público. Por eso, una sociedad sana es la que se hace cargo de la salud de todos. Y a este virus —que no conoce fronteras ni hace distinciones sociales— es necesario que le respondamos con un amor generoso, sin límites, que no hace acepción de personas, que nos mueve a ser creativos y solidarios, y que hace surgir iniciativas concretas para el bien común.

A continuación, el texto completo:

Curar el mundo: 6. Amor y bien común

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia golpea a todos; podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común; al contrario, saldremos peores. Lamentablemente, asistimos al surgimiento de intereses partidistas. Por ejemplo, hay quien quisiera apropiarse de posibles soluciones, como en el caso de las vacunas y después venderlas a los otros. Algunos aprovechan la situación para fomentar divisiones: para buscar ventajas económicas o políticas, generando o aumentando conflictos. Otros simplemente no se interesan por el sufrimiento de los demás, pasan por encima y van por su camino (cfr. Lc 10, 30-32). Son los devotos de Poncio Pilato, se lavan las manos.

La respuesta cristiana a la pandemia y a las consecuentes crisis socioeconómicas se basa en el amor, ante todo el amor de Dios que siempre nos precede (cfr. 1 Jn 4, 19). Él nos ama primero, Él siempre nos precede en el amor y en las soluciones. Él nos ama incondicionalmente, y cuando acogemos este amor divino, entonces podemos responder de forma parecida. Amo no solo a quien me ama: mi familia, mis amigos, mi grupo, sino también a los que no me aman, amo también a los que no me conocen, amo también a lo que son extranjeros, y también a los que me hacen sufrir o que considero enemigos (cfr. Mt 5, 44). Esta es la sabiduría cristiana, esta es la actitud de Jesús. Y el punto más alto de la santidad, digamos así, es amar a los enemigos, y no es fácil. Cierto, amar a todos, incluidos los enemigos, es difícil —¡diría que es un arte!—. Pero es un arte que se puede aprender y mejorar. El amor verdadero, que nos hace fecundos y libres, es siempre expansivo e inclusivo. Este amor cura, sana y hace bien. Muchas veces hace más bien una caricia que muchos argumentos, una caricia de perdón y no tantos argumentos para defenderse. Es el amor inclusivo que sana.

Por tanto, el amor no se limita a las relaciones entre dos o tres personas, o a los amigos, o a la familia, va más allá. Incluye las relaciones cívicas y políticas (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], 1907-1912), incluso la relación con la naturaleza (Enc. Laudato si’ [LS], 231). Como somos seres sociales y políticos, una de las más altas expresiones de amor es precisamente la social y política, decisiva para el desarrollo humano y para afrontar todo tipo de crisis  (ibid., 231). Sabemos que el amor fructifica a las familias y las amistades; pero está bien recordar que fructifica también las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, permitiéndonos construir una “civilización del amor”, como le gustaba decir a san Pablo VI y, siguiendo la huella, san Juan Pablo II. Sin esta inspiración, prevalece la cultura del egoísmo, de la indiferencia, del descarte, es decir descartar lo que yo no quiero, lo que no puedo amar o aquellos que a mí me parece que son inútiles en la sociedad. Hoy a la entrada una pareja me ha dicho: “Rece por nosotros porque tenemos un hijo discapacitado”. Yo he preguntado: “¿Cuántos años tiene? —Tantos —¿Y qué hace? —Nosotros le acompañamos, le ayudamos”. Toda una vida de los padres para ese hijo discapacitado. Esto es amor. Y los enemigos, los adversarios políticos, según nuestra opinión, parecen ser discapacitados políticos o sociales, pero parecen. Solo Dios sabe si lo son o no. Pero nosotros debemos amarles, debemos dialogar, debemos construir esta civilización del amor, esta civilización política, social, de la unidad de toda la humanidad. Todo esto es lo opuesto a las guerras, divisiones, envidias, también de las guerras en familia. El amor inclusivo es social, es familiar, es político: ¡el amor lo impregna todo!

El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es un bien común y, viceversa, el bien común es un verdadero bien para la persona (cfr. CIC, 1905-1906). Si una persona busca solamente el propio bien es un egoísta. Sin embargo la persona es más persona, precisamente cuando el propio bien lo abre a todos, lo comparte. La salud, además de individual, es también un bien público. Una sociedad sana es la que cuida de la salud de todos.

Un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas debe ser afrontado con un amor sin barreras, fronteras o distinciones. Este amor puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir más que a competir, que nos permitan incluir a los más vulnerables y no descartarlos, y que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor. El verdadero amor no conoce la cultura del descarte, no sabe qué es. De hecho, cuando amamos y generamos creatividad, cuando generamos confianza y solidaridad, es ahí que emergen iniciativas concretas por el bien común (Cfr. S. Juan Pablo  II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 38). Y esto vale tanto a nivel de las pequeñas y grandes comunidades, como a nivel internacional.  Lo que se hace en familia, lo que se hace en el barrio, lo que se hace en el pueblo, lo que se hace en la gran ciudad e internacionalmente es lo mismo: es la misma semilla que crece y da fruto. Si tú en familia, en el barrio empiezas con la envidia, con la lucha, al final habrá la “guerra”. Sin embargo si tú empiezas con el amor, a compartir el amor, el perdón, entonces habrá amor y perdón para todos.

Al contrario, si las soluciones a la pandemia llevan la huella del egoísmo, ya sea de personas, empresas o naciones, quizá podamos salir del coronavirus, pero ciertamente no de la crisis humana y social que el virus ha resaltado y acentuado. Por tanto, ¡estad atentos con construir sobre la arena (cfr. Mt 7, 21-27)! Para construir una sociedad sana, inclusiva, justa y pacífica, debemos hacerlo encima de la roca del bien común (ibid., 1). El bien común es una roca. Y esto es tarea de todos nosotros, no solo de algún especialista. Santo Tomás de Aquino decía que la promoción del bien común es un deber de justicia que recae sobre cada ciudadano. Cada ciudadano es responsable del bien común. Y para los cristianos es también una misión. Como enseña san Ignacio del Loyola, orientar nuestros esfuerzos cotidianos hacia el bien común es  una forma de recibir y difundir la gloria de Dios.

Lamentablemente, la política a menudo no goza de buena fama, y sabemos el porqué. Esto no quiere decir que los políticos sean todos malos, no, no quiero decir esto. Solamente digo que lamentablemente la política a menudo no goza de buena fama. Pero no hay que resignarse a esta visión negativa, sino reaccionar demostrando con los hechos que es posible, es más, necesaria una buena política (cfr. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2019), la que pone en el centro a la persona humana y el bien común. Si vosotros leéis la historia de la humanidad encontraréis muchos políticos santos que han ido por este camino. Es posible en la medida en la que cada ciudadano y, de forma particular, quien asume compromisos y encargos sociales y políticos, arraigue su actuación en los principios éticos y lo anima con el amor social y político. Los cristianos, de forma particular los fieles laicos, están llamados a dar buen testimonio de esto y pueden hacerlo gracias a la virtud de la caridad, cultivando la intrínseca dimensión social.

Es por tanto tiempo de incrementar nuestro amor social —quiero subrayar esto: nuestro amor social—, contribuyendo todos, a partir de nuestra pequeñez. El bien común requiere la participación de todos. Si cada uno pone de su parte, y si no se deja a nadie fuera, podremos regenerar buenas relaciones a nivel comunitario, nacional, internacional y también en armonía con el ambiente  (cfr. LS, 236). Así en nuestros gestos, también en los más humildes, se hará visible algo de la imagen de Dios que llevamos en nosotros, porque Dios es Trinidad, Dios es amor. Esta es la definición más bonita de Dios en la Biblia. Nos la da el apóstol Juan, que amaba mucho a Jesús: Dios es amor. Con su ayuda, podemos sanar al mundo trabajando todos juntos por el bien común, no solo por el propio bien, sino por el bien común, de todos.

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Vídeo relacionado

 

 

Índice de las catequesis #CuraralMundo

1. Introducción

2. Fe y dignidad humana

3. La opción preferencial por los pobres y la virtud de la caridad

4. El destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza

5. La solidaridad y la virtud de la fe

“Hermanos todos”, la nueva encíclica del papa Francisco

Iglesia

“Hermanos todos”, la nueva encíclica del papa Francisco

07 septiembre 2020

Fratelli tutti (Hermanos todos) sobre la fraternidad y la amistad social será presentada el próximo 3 de octubre en Asís. 

Comienza la nueva etapa del magisterio del Papa. Fratelli tutti (Hermanos todos) se inspira en el título de los escritos de san Francisco: “Miremos, todos los hermanos, al buen pastor que sostuvo la pasión de la cruz para salvar a sus ovejas”, según informa Alessandro De Carolis, desde Ciudad del Vaticano.

La fraternidad es una cuestión esencial en el magisterio de Francisco desde la misma noche en el balcón en su primera aparición ante el mundo, el 13 de marzo de 2013, al inicio de su pontificado con un saludo: “hermanos y hermanas (…) comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. (…)”

En un contexto de pandemia global que ha hecho emerger más si cabe, la fragilidad humana, el grito de la tierra y de los pobres, el papa Francisco está desarrollando una intensa actividad en los distintos momentos que ha intervenido con momentos extraordinarios, mensajes, cartas, audiencias, catequesis, etc, aportando luz y esperanza en este cambio de época. Todo indica que este nuevo texto tendrá continuidad con su labor pastoral en plena pandemia, junto con las cuestiones antropológicas y socioambientales que el Papa ha desarrollado en su pontificado, convencido de que nadie se salva solo y que reclaman una conversión de pensamiento y de acción responsable por la familia humana y por el planeta. “Es hora de relanzar una nueva visión de un humanismo fraterno y solidario de las personas y de los pueblos”. “La conciencia y los afectos de la criatura humana no son de ninguna manera impermeables ni insensibles a la fe y a las obras de esta fraternidad universal”, porque “una cosa es resignarse a concebir la vida como una lucha contra antagonismos interminables, y otra cosa muy distinta es reconocer la familia humana como signo de la vitalidad de Dios Padre y promesa de un destino común para la redención de todo el amor que, ya desde ahora, la mantiene viva”. (Cfr. Humana Communitas)

Francisco firmará el texto, sobre la tumba del santo, en la ciudad de Asís (Italia) el 3 de octubre, alrededor de las 15 horas (local) y después de celebrar misa “sin ninguna participación de los fieles”, por la situación sanitaria derivada de la pandemia.

Tercera encíclica

Fratelli tutti (2020) es la tercera encíclica del papa Francisco. Después de Laudato si‘, sobre el cuidado de la casa común (2015) y Lumen fidei, sobre la fe (2013). Las encíclicas son el documento más importante que escribe un pontífice. Se dirigen al pueblo de Dios (obispos y fieles) quienes deben conocer y comprometerse con el asunto que tratan. El Papa la dirige también a todas las personas “de buena voluntad”, tendiendo puentes para un diálogo abierto y sincero, al entender que el tema que aborda concierne a toda la humanidad.

Papa Francisco: Por un mundo más justo, pacífico y sostenible #TiempodelaCreación

Iglesia

Papa Francisco: Por un mundo más justo, pacífico y sostenible #TiempodelaCreación

01 septiembre 2020

Publicamos a el Mensaje del papa Francisco con motivo de la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación que se celebra hoy.

Es un evento de apertura del #TiempodelaCreación celebración ecuménica anual de oración y acción por nuestra casa común. En 2019, el papa Francisco emitió su primer mensaje sobre este tiempo, y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, ha promovido esta iniciativa desde entonces.

«Declararéis santo el año cincuenta y promulgaréis por el país liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo» (Lv 25, 10)

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, en particular desde la publicación de la Carta encíclica Laudato si’ (LS, 24 mayo 2015), el primer día de septiembre la familia cristiana celebra la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación, con la que comienza el Tiempo de la Creación, que finaliza el 4 de octubre, en memoria de san Francisco de Asís. En este período, los cristianos renuevan en todo el mundo su fe en Dios creador y se unen de manera especial en la oración y tarea a favor de la defensa de la casa común.

Me alegra que el tema elegido por la familia ecuménica para la celebración del Tiempo de la Creación 2020 sea “Jubileo de la Tierra”, precisamente en el año en el que se cumple el cincuentenario del Día de la Tierra.

En la Sagrada Escritura, el Jubileo es un tiempo sagrado para recordar, regresar, descansar, reparar y alegrarse.

1. Un tiempo para recordar

Estamos invitados a recordar sobre todo que el destino último de la creación es entrar en el “sábado eterno” de Dios. Es un viaje que se desarrolla en el tiempo, abrazando el ritmo de los siete días de la semana, el ciclo de los siete años y el gran Año Jubilar que llega al final de siete años sabáticos.

El Jubileo es también un tiempo de gracia para hacer memoria de la vocación original de la creación con vistas a ser y prosperar como comunidad de amor. Existimos sólo a través de las relaciones: con Dios creador, con los hermanos y hermanas como miembros de una familia común, y con todas las criaturas que habitan nuestra misma casa. «Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra» (LS, 92).

Por lo tanto, el Jubileo es un momento para el recuerdo, para conservar la memoria de nuestra existencia interrelacional. Debemos recordar constantemente que «todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (LS, 70).

2. Un tiempo para regresar

El Jubileo es un momento para volver atrás y arrepentirse. Hemos roto los lazos que nos unían al Creador, a los demás seres humanos y al resto de la creación. Necesitamos sanar estas relaciones dañadas, que son esenciales para sostenernos a nosotros mismos y a todo el entramado de la vida.

El Jubileo es un tiempo para volver a Dios, nuestro creador amoroso. No se puede vivir en armonía con la creación sin estar en paz con el Creador, fuente y origen de todas las cosas. Como señaló el papa Benedicto, «el consumo brutal de la creación comienza donde no está Dios, donde la materia es sólo material para nosotros, donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra» (Encuentro con el Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008).

El Jubileo nos invita a pensar de nuevo en los demás, especialmente en los pobres y en los más vulnerables. Estamos llamados a acoger de nuevo el proyecto original y amoroso de Dios para la creación como una herencia común, un banquete para compartir con todos los hermanos y hermanas en un espíritu de convivencia; no en una competencia desleal, sino en una comunión gozosa, donde nos apoyamos y protegemos mutuamente. El Jubileo es un momento para dar libertad a los oprimidos y a todos aquellos que están encadenados a las diversas formas de esclavitud moderna, incluida la trata de personas y el trabajo infantil.

También debemos volver a escuchar la tierra, que las Escrituras indican como adamah, el lugar del que fue formado el hombre, Adán. Hoy la voz de la creación nos urge, alarmada, a regresar al lugar correcto en el orden natural, a recordar que somos parte, no dueños, de la red interconectada de la vida. La desintegración de la biodiversidad, el vertiginoso incremento de los desastres climáticos, el impacto desigual de la pandemia en curso sobre los más pobres y frágiles son señales de alarma ante la codicia desenfrenada del consumo.

Particularmente durante este Tiempo de la Creación, escuchamos el latido del corazón de todo lo creado. En efecto, esta ha sido dada para manifestar y comunicar la gloria de Dios, para ayudarnos a encontrar en su belleza al Señor de todas las cosas y volver a él (cf. S. Buenaventura, In II Sent., I, 2,2, q.1, concluido; Brevil., II, 5.11). La tierra de la que fuimos extraídos es, por tanto, un lugar de oración y meditación: «Despertemos el sentido estético y contemplativo que Dios puso en nosotros» (Exhort. ap. Querida Amazonia, 56). La capacidad de maravillarnos y contemplar es algo que podemos aprender especialmente de los hermanos y hermanas indígenas, que viven en armonía con la tierra y sus múltiples formas de vida.

3. Un tiempo para descansar

En su sabiduría, Dios reservó el sábado para que la tierra y sus habitantes pudieran reposar y reponerse. Hoy, sin embargo, nuestro estilo de vida empuja al planeta más allá de sus límites. La continua demanda de crecimiento y el incesante ciclo de producción y consumo están agotando el medio ambiente. Los bosques se desvanecen, el suelo se erosiona, los campos desaparecen, los desiertos avanzan, los mares se vuelven ácidos y las tormentas se intensifican: ¡la creación gime!

Durante el Jubileo, el Pueblo de Dios fue invitado a descansar de su trabajo habitual, para permitir que la tierra se regenerara y el mundo se reorganizara, gracias al declive del consumo habitual. Hoy necesitamos encontrar estilos de vida equitativos y sostenibles, que restituyan a la Tierra el descanso que se merece, medios de subsistencia suficientes para todos, sin destruir los ecosistemas que nos mantienen.

La pandemia actual nos ha llevado de alguna manera a redescubrir estilos de vida más sencillos y sostenibles. La crisis, en cierto sentido, nos ha brindado la oportunidad de desarrollar nuevas formas de vida. Se pudo comprobar cómo la Tierra es capaz de recuperarse si la dejamos descansar: el aire se ha vuelto más limpio, las aguas más transparentes, las especies animales han regresado a muchos lugares de donde habían desaparecido. La pandemia nos ha llevado a una encrucijada. Necesitamos aprovechar este momento decisivo para acabar con actividades y propósitos superfluos y destructivos, y para cultivar valores, vínculos y proyectos generativos. Debemos examinar nuestros hábitos en el uso de energía, en el consumo, el transporte y la alimentación. Es necesario eliminar de nuestras economías los aspectos no esenciales y nocivos y crear formas fructíferas de comercio, producción y transporte de mercancías.

4. Un tiempo para reparar

El Jubileo es un momento para reparar la armonía original de la creación y sanar las relaciones humanas perjudicadas.

Nos invita a restablecer relaciones sociales equitativas, restituyendo la libertad y la propiedad a cada uno y perdonando las deudas de los demás. Por eso, no debemos olvidar la historia de explotación del sur del planeta, que ha provocado una enorme deuda ecológica, principalmente por el saqueo de recursos y el uso excesivo del espacio medioambiental común para la eliminación de residuos. Es el momento de la justicia restaurativa. En este sentido, renuevo mi llamamiento para cancelar la deuda de los países más frágiles ante los graves impactos de la crisis sanitaria, social y económica que afrontan tras el Covid-19. También es necesario asegurar que los incentivos para la recuperación, que se están desarrollando e implementando a nivel global, regional y nacional, sean realmente eficaces, con políticas, legislaciones e inversiones enfocadas al bien común y con la garantía de que se logren los objetivos sociales y ambientales globales.

Es igualmente necesario reparar la tierra. Restaurar el equilibrio climático es sumamente importante, puesto que estamos en medio de una emergencia. Se nos acaba el tiempo, como nos lo recuerdan nuestros niños y jóvenes. Se debe hacer todo lo posible para limitar el crecimiento de la temperatura media global por debajo del umbral de 1,5 grados centígrados, tal como se ratificó en el Acuerdo de París sobre el Clima: ir más allá resultará catastrófico, especialmente para las comunidades más pobres del mundo. En este momento crítico es necesario promover la solidaridad intrageneracional e intergeneracional. En preparación para la importante Cumbre del Clima en Glasgow, Reino Unido (COP 26), insto a cada país a adoptar objetivos nacionales más ambiciosos para reducir las emisiones.

Restaurar la biodiversidad es igualmente crucial en el contexto de una desaparición de especies y una degradación de los ecosistemas sin precedentes. Es necesario apoyar el llamado de las Naciones Unidas para salvaguardar el 30% de la Tierra como hábitat protegido para 2030, a fin de frenar la alarmante tasa de pérdida de biodiversidad. Exhorto a la comunidad internacional a trabajar unida para asegurar que la Cumbre de Biodiversidad (COP 15) en Kunming, China, sea un punto de inflexión hacia el restablecimiento de la Tierra como una casa donde la vida sea abundante, de acuerdo con la voluntad del Creador.

Estamos obligados a reparar según justicia, asegurando que quienes han habitado una tierra durante generaciones puedan recuperar plenamente su uso. Las comunidades indígenas deben ser protegidas de las empresas, en particular de las multinacionales, que, mediante la extracción deletérea de combustibles fósiles, minerales, madera y productos agroindustriales, «hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital» (LS, 51). Esta mala conducta empresarial representa un «nuevo tipo de colonialismo» (S. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, 27 abril 2001, citado en Querida Amazonia, 14), que explota vergonzosamente a las comunidades y países más pobres que buscan con desesperación el desarrollo económico. Es necesario consolidar las legislaciones nacionales e internacionales, para que regulen las actividades de las empresas extractivas y garanticen a los perjudicados el acceso a la justicia.

5. Un tiempo para alegrarse

En la tradición bíblica, el Jubileo representa un evento gozoso, inaugurado por un sonido de trompeta que resuena en toda la tierra. Sabemos que el grito de la Tierra y de los pobres se ha vuelto aún más fuerte en los últimos años. Al mismo tiempo, somos testigos de cómo el Espíritu Santo está inspirando a personas y comunidades de todo el mundo a unirse para reconstruir nuestra casa común y defender a los más vulnerables. Asistimos al surgimiento paulatino de una gran movilización de personas, que desde la base y desde las periferias están trabajando generosamente por la protección de la tierra y de los pobres. Da alegría ver a tantos jóvenes y comunidades, especialmente indígenas, a la vanguardia de la respuesta a la crisis ecológica. Piden un Jubileo de la Tierra y un nuevo comienzo, conscientes de que «las cosas pueden cambiar» (LS, 13).

También es motivo de alegría constatar cómo el Año especial en el aniversario de la Encíclica Laudato si’ está inspirando numerosas iniciativas, a nivel local y mundial, para el cuidado de la casa común y los pobres. Este año debería conducir a planes operativos a largo plazo para lograr una ecología integral en las familias, parroquias, diócesis, órdenes religiosas, escuelas, universidades, atención médica, empresas, granjas y en muchas otras áreas.

Nos alegramos además de que las comunidades de creyentes se estén uniendo para crear un mundo más justo, pacífico y sostenible. Es motivo de especial alegría que el Tiempo de la Creación se esté convirtiendo en una iniciativa verdaderamente ecuménica. ¡Sigamos creciendo en la conciencia de que todos vivimos en una casa común como miembros de la misma familia!

Alegrémonos porque, en su amor, el Creador apoya nuestros humildes esfuerzos por la Tierra. Esta es también la casa de Dios, donde su Palabra «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14), el lugar donde la efusión del Espíritu Santo se renueva constantemente.

«Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la tierra» (cf. Sal 104, 30).

Roma, San Juan de Letrán, 1 de septiembre de 2020.

COVID-19 | La preocupación del papa Francisco

Mundo obrero y del trabajo

COVID-19 | La preocupación del papa Francisco

26 agosto 2020

Reproducimos un artículo del director del Secretariado Diocesano de Pastoral del Trabajo de Madrid, Juan Fernández de la Cueva Martínez-Raposo, en el que analiza la repercusión de la actual pandemia en el trabajo y recoge las principales insistencias de Francisco para que la “nueva normalidad” no traiga más injusticia.

1.Panorama del a pandemia COVID-19

El impacto de esta triple crisis (sanitaria, económica y laboral) será muy duro para todos, pero especialmente golpeará a españoles con trabajos más débiles, precarios, cerca o por debajo del umbral de la pobreza, agravándose la desigualdad y el empobrecimiento de millones de personas.

El coronavirus ha provocado que se destruyan más de un millón de empleos en el segundo trimestre, y que la tasa de paro se dispare al 15,3% según los datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA). A finales de este año seguramente alcanzaremos cuatro millones de desempleados, los ERTES producirán más despedidos y más jóvenes convertidos en desempleados de larga duración: los jóvenes de la generación de la COVID-19.

Por si fuera poco, los rebrotes de estos últimos meses podrían agravar aún más el desempleo después de verano y la recuperación del paro no repuntará hasta finales del 2021, a no ser que aparezca antes una vacuna.

2. La COVID-19 y la pobreza

Según las últimas estadísticas aportadas por el viceconsejero de Sanidad madrileño el pasado lunes 17 de agosto, los distritos donde el virus está castigando sanitariamente con mayor fuerza son los de Carabanchel, Usera, Puente de Vallecas, Villaverde en la capital, y los municipios de Alcobendas y Móstoles.

El distrito de Usera multiplica por 100 la tasa de incidencia acumulada con 818 por cada 100.000 habitantes con respecto a los núcleos urbanos más favorecidos como son el de Moncloa Aravaca, que tiene una cifra de apenas 58,8, o el de Chamberí con un 60,27.

Todos los distritos de Madrid donde se dan más brotes de la COVID-19 tienen un común denominador: su contexto socioeconómico es de rentas bajas, mayor precariedad, y más incidencia de desempleo. Aunque es verdad que no es el paro lo que define exclusivamente a la pobreza severa, ya que los trabajadores en ejercicio suponen el 30,3 % del total en pobreza severa. Las condiciones de trabajo hoy ya no dan para salir de la pobreza.

3. Esta es una ocasión para construir algo diferente

El Papa Francisco ha dedicado varias catequesis a esta situación. “La pandemia ha dejado al descubierto la difícil situación de los pobres y la gran desigualdad que reina en el mundo”, dijo en la audiencia general de este miércoles 19 de agosto. Continuando con las catequesis semanales sobre cómo arreglar estos desajustes inhumanos del mundo, afirmó: “El virus, si bien no hace excepciones entre las personas, ha encontrado, en su camino devastador, grandes desequilibrios económicos y discriminación humana. ¡Y los ha incrementado!”.

El Papa Francisco reconoce la preocupación que todos tenemos por estas consecuencias catastróficas de la pandemia. Pero añade que de una crisis no se sale para repetir lo peor, como es legitimar y hasta aumentar las injustas desigualdades sociales. “Hoy tenemos una ocasión para construir algo diferente”.

“Por ejemplo, podemos hacer crecer una economía de desarrollo integral de los pobres y no de asistencialismo. Con esto no quiero condenar la asistencia, las obras de asistencia son importantes. Pensemos en el voluntariado, que es una de las estructuras más bellas que tiene la Iglesia italiana. Pero tenemos que ir más allá y resolver los problemas que nos impulsan a hacer asistencia. Una economía que no recurra a remedios que en realidad envenenan la sociedad, como los rendimientos disociados de la creación de puestos de trabajo digno” (Evangelii gaudium, 204).

Todos deseamos volver a retomar la “nueva normalidad” y las actividades de antes: circular y viajar libremente, abrazar a las personas queridas, celebrar fiestas con los amigos… Sin embargo, esta “nueva normalidad’ no debería consistir en reproducir o aumentar las injusticias sociales y el degrado del ambiente que lleva consigo el consumismo. Así la COVID-19 convertiría la crisis sanitaria en pandemia social más afianzada.

4. La opción preferencial por los pobres

Para el Pontífice, “la respuesta a la pandemia es doble”:

  • Por un lado, “es indispensable encontrar la cura para un virus pequeño pero terrible, que pone de rodillas a todo el mundo”.
  • Por el otro, “curar un gran virus, el de la injusticia social, de la desigualdad de oportunidades, de la marginación y de la falta de protección de los más débiles”.

Citando la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (195), Francisco afirma que “en esta doble respuesta de sanación, hay una elección que, según el Evangelio, no puede faltar: la opción preferencial por los pobres”. “La opción preferencial por los pobres, esta exigencia ético-social que proviene del amor de Dios, nos da el impulso a pensar y a diseñar una economía donde las personas, y sobre todo los más pobres, estén en el centro” (Laudato si’, 158).

Si la COVID-19 incrementara sus brotes de contagios e intensificara las injustas desigualdades económicas y golpeara a los trabajadores cerca o por debajo del umbral de la pobreza, tenemos que luchar por cambiar este mundo. El Papa Francisco expresó que se puede hacer crecer una economía sin recurrir a un virus moral que ataca de muerte a la dignidad del trabajo.

Algunos piensan, erróneamente, que este amor preferencial por los pobres sea una tarea para pocos, pero en realidad es la misión de toda la Iglesia, decía San Juan Pablo II (Sollicitudo rei socialis, 42). “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad” (Evangelii gaudium, 187).

 

Más información

COVID-19 | La comunidad humana en tiempos de pandemia (Academia Pontificia para la Vida)

Nota sobre la emergencia Covid-19 (Academia Pontificia para la Vida)

La dignidad humana como fundamento de toda la vida social (Audiencia general, 12 de agosto).

El trabajo en tiempos de pandemia (Noticias Obreras, junio de 2020 número 1.629. Tema del Mes).

 

El papa Francisco pide hacerse cargo “de los que no tienen trabajo”

Iglesia

El papa Francisco pide hacerse cargo “de los que no tienen trabajo”

15 junio 2020

El papa Francisco, en la homilía de la Eucaristía del Corpus Christi, no solo comentó la importancia de actualizar el Memorial cristiano, sino que también hizo un llamamiento a “hacerse cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que no tienen trabajo y luchan por salir adelante”. 

La celebración de la santa misa en la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo le sirvió a Francisco para abundar en la profunda espiritualidad de la Eucaristía, que nace de la necesidad de “hacer memoria”, en el sentido de “anudarse con lazos más fuertes”, “sentirse parte de una historia, es respirar con un pueblo”.

Así, la Eucaristía no son “solo palabras”, “no solo la Escritura”, ni “solo símbolos”, sino “un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor”, de tal modo que “la Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros”. Precisamente, después de haber visto como las celebraciones litúrgicas habituales tuvieron que ser modificadas para contener la extensión de la COVID-19, Bergoglio ha recordado las palabras el Evangelio donde se dice: “Haced esto en memoria mía”. Es decir, “reuníos y como comunidad, como pueblo, como familia, celebrad la Eucaristía para que os acordéis de mí”.

El Papa explicó que el sacramento de la Eucaristía, también,”sana nuestra memoria herida”, “ante todo, cura nuestra memoria huérfana“, “nos comunica el amor del Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja solo a nadie, y cura las heridas”, pero “sana nuestra memoria cerrada. “La Eucaristía quita en nosotros el hambre por las cosas y enciende el deseo de servir. Nos levanta de nuestro cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente bocas que alimentar, sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo”.

Al llegar a este punto de su homilía, el papa Francisco lanzó un llamamiento a seguir haciendo presente la memoria de Jesús y escuchar la llamada de su Espíritu a seguir construyendo juntos la historia actual: “Es urgente que ahora nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que no tienen trabajo y luchan por salir adelante”, comentó.

De hecho, hizo un llamamiento a continuar la acción eucarística en la realidad más apremiante. “Y hacerlo de manera concreta, como concreto es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera, hacen falta auténticas cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace cercano a nosotros, ¡no dejemos solos a quienes están cerca nuestro!”.

Concluyó su homilía invitando a seguir “celebrando el Memorial que sana nuestra memoria, ―recordemos: sanar la memoria; la memoria es la memoria del corazón―, este memorial es la Misa. Es el tesoro al que hay dar prioridad en la Iglesia y en la vida. Y, al mismo tiempo, redescubramos la adoración, que continúa en nosotros la acción de la Misa. Nos hace bien, nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos”.

 

Caminos de resurrección desde el plan del papa Francisco

Iglesia

Caminos de resurrección desde el plan del papa Francisco

11 junio 2020

«Es el Resucitado que quiere resucitar
a una vida nueva a las mujeres y,
con ellas, a la humanidad entera.
Quiere hacernos empezar ya a participar
de la condición de resucitados que nos espera»

José Cobo Cano | Obispo auxiliar de Madrid

En medio de esta hecatombe mundial, de la mano de las mujeres que caminaban al sepulcro, aparece un sorbo de esperanza, no solo de optimismo. Un plan que se ensambla en la necesidad de atreverse a reconocer la realidad con la crudeza que tiene, como aquel sepulcro de la mañana de la resurrección, y en la vía de la fraternidad como cauce de despliegue de la novedad de la misma.

Así como las mujeres fueron al sepulcro, podremos aprender a caminar hacia los lugares que demandan de nuestro cuidado y atención. Se nos propone sabernos pueblo responsable para afrontar las heridas reales que se han abierto. Ya antes de esta pandemia teníamos una sociedad que necesitaba soluciones inclusivas, justas y universales. Ahora se apuesta por reconocer la indiferencia, la economía de muerte y la cultura del descarte que elude la relación integral con la creación, y nos aparta del plan de resurrección de Dios.

El papa Francisco insiste en la necesidad de afrontar el mal del virus que nos atenaza aplicando el antivirus que propone: la justicia, la caridad y la solidaridad. Si perdemos este tren, volveremos a la deshumanización en la que estábamos.

Hay un punto de comienzo. El plan se hará desde los más vulnerables y contando con ellos. Si en esta nueva etapa de nuevo son descartados, perderemos la posibilidad de poner la dignidad humana en el centro de nuestra salida de una crisis mundial. Ellos han sido excluidos de los beneficios del sistema en el que vivimos, pero ahora cargan con todos los inconvenientes. ¿No es tiempo de pensar que han de ser parte de la solución global?

Por eso fija la mirada en los trabajadores, y en los más pobres especialmente, en los países endeudados internacionalmente, en la desigualdad de los movimientos migratorios y en los desequilibrios que el cambio climático provoca.

Desde aquí aparecen algunas concreciones pastorales que acogerían estas propuestas:

1) Este plan se acoge, primeramente, planteándonos en los pequeños espacios la necesidad de crecer como humanidad y, por tanto, crecer en Dios. Esto supondrá impulsar reflexiones en todos los estamentos eclesiales para tomar conciencia de la oportunidad de conversión ecológica y humanista que afrontamos. Una conversión necesita tiempo y medios. Tendremos que desplegar cauces para leer la realidad desde los ojos de la fe.

2) Sobre los planes de salida y de respuesta en la sociedad en el nivel político, económico y cultural y social, necesitamos generar equipos de reflexión trasversales, de trabajo por proyectos, no solo por los departamentos. Estos proyectos nos tendrían que ofrecer la posibilidad de afrontar y revisar cómo, en cada espacio de la Iglesia, acogemos este cambio bajo el estandarte que se nos da del cuidado, el curar y el compartir.

La salida no será solo dar cosas. Tendremos que revisar cómo estamos ejerciendo el desarrollo humano en cada espacio de la vida eclesial. Preguntarnos cómo podemos curar, cuidar y vivir la solidaridad, desde la liturgia, desde la catequesis, desde la forma de organízanos, predicar o lanzar campañas de sensibilización.

3) Otra línea pastoral será ofrecer lugares concretos en los que sembrar la justicia social. El Papa nos ofrece a los trabajadores como primera realidad a enfocar. Se propone ayudar a las fuerzas sociales a, desde el horizonte del bien común, acordar mecanismos para consolidar el salario universal que dignifique a las personas y a sus familias. Es valiente presentarlo ya que este medio empobrece al estado, pero salva la vida de los últimos en este momento.

Esto implica pastoralmente plantearnos el puesto que tiene el trabajo y lo que significa, en la vida de fe, en cada catequesis o acción de la Iglesia, y analizar si ayudamos a leerlo desde la Doctrina Social de la iglesia.

Es afrontar cómo acompañamos a parados y excluidos del mundo laboral, y además aprovechar para en esta etapa de cambio preguntarnos cómo acompañamos a los trabajadores en general.

4) Otro reto será el preguntarnos cómo afrontamos en la vida de la iglesia el tema del trabajo digno. No se trata solo si se «cumplen» las campañas, sino si su dolor se ha fijado en nuestro corazón y si luchamos en cada espacio eclesial (es el verbo que utiliza el Papa) por que tengan el puesto digno que merecen.

Eso supone esfuerzos y medios por acompañar a las personas y colaborar con ellas para que vivan de forma nueva. Y así ayudar a afrontar el trabajo y nuevas formas laborales con creatividad para que expresen esta realidad por la que juntos apostamos

5) Otra consecuencia será afrontar líneas de reflexión para trabajar sobre las posibilidades de condonar la deuda externa de los países, relajando los cobros y dando posibilidades de liquidez a los mismos. Por nuestra parte el iniciar procesos de sensibilización es prioritario, pues saldremos del pensamiento único que parcializa la visión global de la economía. La reflexión de los grupos cristianos que están en primera línea de la cooperación internacional será una ayuda pastoral en nuestras tareas.

6) Respecto a las migraciones, se pone esta realidad en el tapete de salida de esta pandemia global. La pandemia recrudece los conflictos abiertos y la virulencia de los flujos migratorios.

Para ello podremos analizar y conocer los contenidos de los Pactos Mundiales para una Migración Segura. De esta forma podremos analizar en nuestros ámbitos pastorales la situación mundial estableciendo puentes entre los países de salida de migrantes y países de acogida.

7) Por último, se nos coloca como seres creados en esta «casa común» que es nuestro planeta. Eso se concreta ahora lanzándonos a conocer y explicitar en cada espacio los acuerdos sobre el cambio climático. No es una acción marginal sino prioritaria a incorporar en este primer plan de incorporarnos en la resurrección de Cristo. Si es «todo en todos» (Col 3, 11), no podemos sustraernos para replantear, en los espacios pastorales que transitamos, nuestra incorporación como creaturas en la marcha de la sociedad, frenando con responsabilidad nuestra colaboración con el inminente cambio climático que inexorablemente avanzará si no somos proactivos.

faldon portada y sumario

Papa Francisco: “Es el momento de un salario universal para los trabajadores más humildes y sin derechos”

Iglesia

Papa Francisco: “Es el momento de un salario universal para los trabajadores más humildes y sin derechos”

12 abril 2020

Denuncia que los trabajadores pobres “han sido excluidos de los beneficios de la globalización” pero no de sus perjuicios: “los males que aquejan a todos, a ustedes los golpean doblemente”; les anima a seguir en la lucha por las 3T: tierra, techo y trabajo; y les invita a pensar con él “en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos” para el después de la crisis.

El papa Francisco se ha dirigido mediante carta, hoy Domingo de Resurrección, a los movimientos populares del mundo, haciendo memoria de sus tres encuentros que “me hace bien, me acerca a ustedes, me hace repensar en tantos diálogos”; y para “recordar de modo especial y estar cerca” de las organizaciones de trabajadores y trabajadoras más empobrecidos, precarizados y excluidos, ante la dureza de la pandemia de la COVID-19. Los movimientos populares “están ahí, poniendo el cuerpo (…) para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas”. 

Cercanía con los trabajadores pobres

En este tiempo de “tanta angustia y dificultad”, los movimientos populares “son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras (…) sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo”, construyendo poesía social “desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas”, con apenas recursos y donde no llega “las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado”, subraya Francisco. 

Esta actitud de lucha por “el bien común” y por los sagrados derechos a tierra, techo y trabajo, que sintetizan los criterios de justicia social, “me ayuda, cuestiona y enseña mucho”, dice el Papa, en un contexto donde se les “mira con desconfianza por superar la mera filantropía a través la organización comunitaria o reclamar por sus derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna migaja de los que detentan el poder económico” que sigue generando enormes desigualdades y sosteniendo privilegios.

Por un salario universal

“Los males que aquejan a todos, a ustedes los golpean doblemente”, denuncia Francisco, con dificultades mayores para el confinamiento cuando la vivienda es precaria o “carece de un techo”, cuando se vive “el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja”, como sufren los trabajadores y las trabajadores “independientes o de la economía popular” que Francisco cita: “los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado”, y que “no tienen un salario estable para resistir este momento”. Ante esta realidad de desprotección, el papa Francisco considera que es “tiempo de pensar en un salario universal” que dignifique la “noble e insustituibles tareas que realizan” y haga realidad “esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos”. Un pueblo humilde y trabajador al que “nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y fortalece en su opción”

Las personas, en el centro de la vida. Pensar “el después”

En este contexto de enorme impacto del coronavirus en todo el mundo, Francisco espera que “los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (…) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad”. Sin embargo, para el Papa “ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir”. 

En la misiva, Francisco invita a los movimientos populares a “pensar en ‘el después’” y abordar las “graves consecuencias ya se sienten”. Esta experiencia de diálogo del Papa con los movimientos populares, se desarrolla desde una cultura del encuentro y la “sabiduría que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio”. Motivo para que “pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo” y que tuvo su máxima expresión en los tres encuentros mundiales de movimientos populares con Francisco.

“Espero que este momento de peligro nos saque del piloto  automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita  una conversión  humanista y ecológica  que termine  con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro. Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse”, advierte Francisco, para destacar a los movimientos popular como “constructores  indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y privaciones…, que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades”, ha señalado el Papa.

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