La fe es un don, una Gracia, gratuita, y nuestra capacidad de vivir la fe también es gracia. Un don que acogemos en la medida en que amamos, en que nos dejamos amar por Dios y acogemos su amor agradecidamente, para hacer de nuestra existencia una ofrenda de amor para nuestros hermanos: “Te ofrecemos todo el día, nuestro trabajo, nuestras luchas, nuestras alegrías y nuestras penas”. Amamos a Dios amando a quienes ama.