El evangelio nos invita a orar al dueño de la mies…
Orar al dueño de la mies es tomar conciencia de las necesidades del Reino para pedir los medios adecuados –siempre pobres– para realizar la misión. Es confiar en Dios y asumir nuestra responsabilidad. Sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, con la urgencia que requiere la vida y el deseo de ofrecer la liberación de Jesucristo y compartir la experiencia gozosa del Reino, del amor de Dios en nuestra vida, y de la humanización de todas las relaciones humanas.
Orar al dueño de la mies nos ayuda a superar el permanente conflicto entre estilo evangélico y eficacia, entre pobreza y resultados. La misión no se mide por los resultados: no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. Pero esto solo se entiende desde la Cruz.