Nos pasa como a los discípulos, que nos cuesta entender la Palabra, y necesitamos volver al Señor, dejar que nos la explique una y otra vez.
En el imperio de la eficiencia y la eficacia, de la productividad, en que se ha convertido nuestro mundo, -en el que solo importan los resultados, aunque los costes humanos sean excesivos, y queremos frutos inmediatos, incluso en la propia misión de la Iglesia- nos resulta difícil aceptar la dinámica vital que nos propone Jesús en este evangelio. Una dinámica que es proceso porque es vida, que es paciencia, que es confianza, que es acogida gratuita, que es espera y esperanza y, sobre todo, convicción de que Dios sigue actuando por medio de su Espíritu en la historia humana.