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Bilbao | Acompañando a los pacientes del hospital Santa Marina

30 mayo 2020 | Por

Bilbao | Acompañando a los pacientes del hospital Santa Marina

Mari Mar, militante de la HOAC de Bilbao, coordina el Servicio Religioso y Espiritual (SARE) en el hospital Santa Marina, convertido en centro de referencia en tiempos de pandemia1.  Así ha vivido y está viviendo estos momentos de especial acompañamiento a las personas mayores.

El hospital Santa Marina fue creado, en su día, para atender a las personas enfermas de tuberculosis, lejos del centro de Bilbao, donde descansar y respirar aire puro y donde no contagiaran a nadie de aquella terrible enfermedad. Ya entonces, hubo quien decidió vivir en el hospital “para cuidar a las personas enfermas aún a riesgo de enfermar ellas mismas. Entre esas personas había religiosos, religiosas y sacerdotes trabajando codo con codo con el resto del personal haciendo más fácil la vida de los pacientes y sus familias”, explica Mari Mar.

Más de 75 años después, allí han sido dirigidas las personas más vulnerables a la COVID-19, en palabras de esta militante de la HOAC, “las últimas en la lista de prioridades, personas mayores, pluripatológicas, con enfermedades crónica y muchas con trastornos cognitivos. A toda esta debilidad se le suma el temido coronavirus, que deja su vida pendiente de un hilo, y les llena de temor, porque todo lo que han oído es que gente mayor está muriendo en todo el mundo por causa de esta enfermedad. Han salido de sus casas y no creen que vayan a volver. No dominan las tecnologías, muchos no saben ni dónde están, pero sienten que no es en su casa y que no es su familia la que está a su lado, pese a que todo el personal se esmera en conseguir que se sientan como en ella”, detalla.

Una tarde, a punto de irse a su casa, a oyó en el pasillo que se les decía a los familiares que a partir de mañana no habrá visitas. “Se me encogió el corazón”, reconoce. Sabía que no había otro remedio, que era lo que había que hacer, pero “te llena de dolor pensar que alguien puede salir de su casa una tarde y no volver a ver nunca más a su familia”. Tenía claro que era “algo que hace aumentar el dolor de la ya dolorosa por sí sola enfermedad”.

Estar cerca

En estas circunstancias, el SARE también ha tenido que adaptarse. “Nos ha tocado resituarnos y buscar cómo estar cerca de las personas, cómo acompañar este dolor, cómo acompañar religiosa y espiritualmente reduciendo la presencia. ¿Qué hacer? Pues lo que siempre ha hecho la Iglesia en estos momentos y es estar junto a las personas enfermas. Nuestra fe no nos permite mirar a otro lado. Hay que buscar cómo, cuándo y dónde, pero hay que estar, hay que prepararse como hace el resto del personal. Y junto a las tareas de siempre (escuchar, acompañar, rezar, celebrar, despedir, acoger…) surgen otras que nunca hubiéramos pensado tener que vivir (vaciar la capilla, suspender las misas, no cruzar el pasillo, no pasar a planta, comunicarse de forma virtual, aprender a ponerse un EPI, a lavarse las manos, a usar una mascarilla, limpiar y limitar el riesgo”, resume Mari Mar.

El SARE se propuso participar en una iniciativa que facilitara en la distancia conectar a las personas enfermas con sus familiares, recibir sus cartas y fotografías y entrar en las habitaciones, para hacer videollamadas. “Y así, como cada día llamo a mi madre para mantener la cercanía en la distancia, llamo también a la hija de Juan, al nieto de Lucía, a la sobrina de Sara, a la biznieta de Marcos…, así hasta la gran mayoría de las familias de las más de 400 personas que han estado ingresadas en Santa Marina estas semanas y a las que la COVID-19 ha dejado en una cama, sin más recursos que la ayuda del personal hospitalario”.

Nada menos que “compartir entre extraños la alegría, el miedo y la incertidumbre”, lo que le ha permitido “entrar en cada casa, en cada familia y conocerlos un poco mejor”. “No importa quién eres o en qué crees, no importa si eres creyente o no, o eres de otra confesión religiosa. Se trata de personas, se trata de humanidad, las etiquetas se dejan a un lado y todo y todas somos iguales, en la fragilidad nos necesitamos para salir adelante. Celebramos con el que se va y lloramos con el que se queda en el intento”, concreta así su labor de acompañamiento diario.

Curiosamente, “el EPI que, en principio, nos aleja, al final, nos hace iguales. Yo lo hago desde mi fe, otras personas lo hacen desde su ética profesional, o desde el amor al ser humano. Mano a mano, somos uno y dan igual las diferencias, porque no separan, sino que complementan. Todos con un mismo fin y más seguros y seguras que nunca de estar donde tenemos que estar y de que somos un equipo donde todas las personas nos necesitamos”. “Cuando estoy dentro, cuando la persona enferma me mira intentando encontrar un ser humano debajo de todas esas medidas de protección, solo me importa hacer llegar un poco de calor a esa persona que tanto ha dado a esta sociedad”, detalla Mari Mar.

 

Mari Mar continúa atendiendo a las familias que, por ser personas de riesgos o tener que guardar la cuarentena, no pueden estar con sus allegados, a pesar de que ya se permiten las visitas en ciertas áreas hospitalarias. “Me siento portadora de esperanza y de deseos de volver a estar juntos, un soplo alentador”. La porteadora de un mensaje esencial: “recuerda que no estás solo o sola, que te esperan en casa y tiene sentido tu lucha”. Pero muchos se preguntan: “¿Dónde están mis hijos, mis hijas?”. La respuesta está una llamada, les ven en la pantalla y “sus ojos se iluminan y la sonrisa aparece en sus corazones, surgen las lágrimas, la emoción, la gratitud…”

“Es mi hija, mi hijo” le dicen, entonces su soledad y la de los suyos es un poco menos sentida, su esperanza se enciende de nuevo y el sentido por vivir recobra sus fuerzas, y quizás, hoy, mientras duerman soñarán que han estado con ellos y los han abrazado de nuevo”.

“Esas familias, comprensivas con la situación, se emocionan al poder comunicarse mínimamente con su ser querido, ponen en mis manos su intimidad, sus vidas, sus sentimientos…, verlos un ratito a través del teléfono y agradecer, comprender que, aunque les gustaría no colgar nunca, lo tienen que hacer y esperar a que haya una nueva oportunidad. Y el miedo se te olvida, y sientes que merece la pena estar ahí, a su lado, haciendo presente el amor de Dios en estas largas horas de hospital. Ahí de donde nunca nos hemos ido”, confiesa Mari Mar.

1 En la página web del obispado de Bilbao han ido apareciendo testimonios de personas de la Pastoral de la Saludcomo Mari Mar, que comparten su experiencia en estos días tan complicados en los centros sanitarios.

 

 

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