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Luigino Bruni: «La nueva cultura económica nacerá de la praxis y del pan de cada día»

13 diciembre 2019 | Por

Luigino Bruni: «La nueva cultura económica nacerá de la praxis y del pan de cada día»

Abraham Canales y José Luis Palacios, director y redactor jefe de Noticias Obreras, respectivamente.

El director científico del evento «Economía de Francisco» es una autoridad mundial en la denominada economía civil o economía de comunión que, además, está muy implicado en la promoción de iniciativas empresariales más humanas. Responde la entrevista con Noticias Obreras a través del correo electrónico.

En Laudato si’ Francisco subraya que «para que surjan nuevos modelos de progreso, debemos “cambiar el modelo de desarrollo global”, lo que implica reflexionar responsablemente sobre el significado de la economía y de su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones…».

El papa Francisco ha convocado en Asís, en el mes de marzo de 2020, a jóvenes economistas y emprendedores de todo el mundo para mostrar y pensar una economía diferente de la que hoy excluye y «mata» a millones de personas en el mundo. Francisco ha dado siempre una enorme importancia a la necesidad de una economía sostenible y ecológica, que tenga cuidado de la casa común y que no lleve a la exclusión de los más frágiles y pobres.

El hecho de que el Papa vaya a Asís, con el fin de hacer un pacto con los jóvenes para cambiar la economía de hoy y de mañana, es un gesto profético. La idea de Francisco es que los jóvenes no son el futuro, sino que son el presente. Se concederá un gran protagonismo al pensamiento y a la praxis de los jóvenes, que dirán su idea sobre el mundo, porque lo están cambiando ya en el frente de la ecología, la economía, el desarrollo, la pobreza. Estarán presentes jóvenes académicos y emprendedores, así como innovadores de todo el mundo que traerán las voces y la presencia de los últimos y de los más débiles.

The Economy of Francesco no será un congreso, sino un proceso que se traza, a un ritmo lento, que permita pensar y preguntarse sobre huellas a seguir, y en los lugares de san Francisco, qué significa hoy construir una economía nueva o quiénes son los marginados de nuestros días. Será, sobre todo, el momento en el que los jóvenes sellarán un pacto solemne con el papa Francisco, asegurando su compromiso personal para el cambio de la economía. Este será el corazón del encuentro.

¿La economía civil es un enfoque válido hoy?

La economía civil es una tradición de pensamiento que hinca sus raíces en el pensamiento clásico, en la Edad Media cristiana y en el humanismo civil mediterráneo, cuya idea central consiste en concebir el mercado y las relaciones económicas como una expresión de la ley general de la sociedad civil, la reciprocidad. La crisis de los últimos diez años ha creado las precondiciones culturales idóneas para comprender la relevancia económica, social y ética de una visión de la economía y de las finanzas diversa y sostenible.

La economía civil para salvar la economía de mercado, le remite a su vocación antigua y originaria como aliada del bien común. Conviene recordar, en efecto, que los mercados reales no son nunca lugares éticamente neutrales porque o son civiles o son incivilizados. Si las finanzas y los mercados no crean valor y valores, si no crean empleo, si no respetan y tienen cuidado del medioambiente, son simplemente incivilizados. La economía civil, por tanto, hoy más que nunca, habla a toda la economía y a la sociedad, ofrece un criterio de juicio y de acción para las decisiones de los gobiernos, de las multinacionales; para las de los consumidores y de los ahorradores; es un proceso abierto e inclusivo donde hay espacio para quien cree y trabaja para empresas comunitarias y solidarias, para quien concibe el mercado como práctica de las virtudes civiles, de compromiso ético y espiritual.

El capitalismo es un paradigma económico, pero también cultural, que ha evolucionado. ¿Cómo lo ve hoy un economista humanista?

Entre lo que llamamos hoy capitalismo y lo que hemos conocido en los dos siglos anteriores, hay muchas diferencias, algunas de ellas tan radicales que hacen muy complicada la elección de la misma palabra. Aunque, si el capitalismo actual, por su alianza con la tecnología, prefiere presentarse como uno de los lugares de máxima racionalidad, como civilización totalmente laica y posideológica, hoy es más que nunca evidente que, en el crepúsculo de los dioses tradicionales, se ha convertido en la única verdadera «religión» popular del siglo XXI. Y la fuerza cultural del capitalismo radica en haber llegado a ser una «experiencia» global, omnicomprensiva y envolvente.

Si miramos bien nuestro siglo, nos damos cuenta de que el capitalismo es un conjunto de prácticas cotidianas y reiteradas de ceremonias de compra, venta e inversión. También en las empresas, que durante el siglo XX eran pensadas en general y vividas desde el modelo de la «comunidad», está creciendo la misma cultura comercial: hoy la «cultura» se respira en los grandes centros comerciales, en los bancos y, cada vez más, en los medios de comunicación social. Pero de todo esto, deriva también una consecuencia muy interesante: para superar la religión/idolatría capitalista se necesitan nuevas prácticas, nuevas experiencias. No basta con escribir libros y artículos, no es suficiente construir teorías, porque también la nueva cultura económica (que tantos queremos más humana, más inclusiva, circular) nacerá de la praxis y del pan de cada día.

¿Es posible corregir el curso de la economía con las mismas instituciones que nos han llevado a la Gran Recesión?

Durante mucho tiempo, hemos dicho y pensado que los responsables de la crisis financiera han sido solamente las instituciones y los bancos, olvidando la otra cara de la verdad: que ha habido y sigue habiendo una oferta financiera altamente especulativa y desprejuiciada, y, por otra, ha habido y sigue habiendo una demanda de estos productos que procede, en gran medida, de las familias, de nosotros mismos.

No entraremos en una nueva fase económica y financiera sin una nueva cultura individual, que comience a mirar con más atención crítica, y, ojalá, un poco profética, las decisiones financieras y económicas cotidianas. Es necesaria una atención civil sobre las finanzas y la economía, que son demasiado importantes para dejarlas exclusivamente en manos de los expertos. Nos hemos distraído demasiado, y en esta distracción han ocurrido cosas perversas, sobre todo, para los más pobres y para los descartados. Ahora estamos llamados a tener cuidado de la casa y de sus reglas –oikos nomos: economía–, a estar más presentes en los procesos de los mercados, a habitar más los lugares económicos, porque en los lugares abandonados y desiertos se esconden sinvergüenzas y fieras.

La economía y las finanzas siguen siendo cosas buenas, actos imperfectos y mejorables, pero esenciales para imaginar y lograr una sociedad más buena. Y de esta mirada buena, debemos volver a esperar, a vigilar, a actuar. ¡A partir de los jóvenes! Los jóvenes son ya el cambio en curso. Deben empezar hoy y no esperar a mañana. Hay un pensamiento de los jóvenes, sobre todo, alrededor de temáticas como la economía y el medioambiente, pobreza y dignidad humanas, respeto por la naturaleza y el desarrollo sostenible, que está mucho más avanzado que el pensamiento de los adultos. Y este pensamiento debe ser tomado muy en serio.

¿Cómo piensa que la Cuarta Revolución Industrial (inteligencia artificial, big data, robotización…) influirá en el trabajo, en su significado y en su concreción?

Ya es un motivo frecuente proyectar escenarios sombríos sobre el futuro del trabajo. Es urgente discutirlos y, posiblemente, enriquecerlos y rectificarlos. Ante todo, deberíamos comprender que el trabajo moderno es, sobre todo, una inmensa innovación que ha dado vida a la más grande cooperación que la actividad humana haya conocido jamás en su larga historia. Trabajando y llenando el mundo del trabajo de derechos y deberes, hemos creado una red, cada vez, más amplia. Los productos y los servicios que pueblan nuestra vida son el fruto de una cooperación de millones y millones de personas. El mercado es esta gran cooperación, incluso cuando toma la forma de la competencia; cooperamos cuando competimos de forma correcta y legal en los mercados. Aprendiendo a trabajar, y a trabajar con los otros, hemos orientado nuestras energías y nuestra creatividad de manera que pudieran florecer plenamente y alcanzar y servir a un número cada vez mayor de personas. No es cierto, pues, que el trabajo acabará. Quien lo dice minusvalora la inteligencia y la creatividad de las mujeres y de los hombres.

Haremos trabajos diferentes, muchos más servicios y menos cadenas de montaje, pero continuaremos trabajando, cooperando y queriéndonos en el trabajo. Y dentro de poco bendeciremos la tecnología que nos ha liberado de trabajos poco interesantes para poder hacer otros mejores. Hemos sido capaces de producir máquinas y robots tan inteligentes que (casi) podrían prescindir de nosotros, porque hemos trabajado mucho, juntos, y hemos puesto en el trabajo nuestra mejor inteligencia. Mientras haya alguien que invente algo para satisfacer la necesidad de otro, mientras creemos ocasiones siempre nuevas de mutua ventaja, el trabajo no acabará. Trabajaremos de manera diferente, pero continuaremos trabajando. No tenemos otra cosa mejor que hacer.

Las organizaciones de trabajadores, desde los gremios al movimiento obrero, han desempeñado un papel humanizador del trabajo, con sus luces y sus sombras. ¿Es posible una transición justa y sostenible sin ellas?

En el «mercado» del trabajo (siempre entre comillas) las partes no están en el mismo plano de poder y de fuerza; la ideología liberal dominante en todo el mundo, en nombre del mercado libre, está reduciendo drásticamente las mediaciones no relacionadas con el mercado, en las crisis y disputas corporativas. A esto, se añade la fragilidad de muchas empresas, que son a menudo las víctimas de una economía frágil e incierta (a veces, son filiales de multinacionales donde sus directivos están sometidos a fuertes presiones de dueños invisibles y muy lejanos). Debemos reinventarnos políticas industriales nuevas, en un mundo que ha cambiado. Ahora la política es lejana y confusa, las empresas líquidas y los sindicatos ya no bastan, tienen con frecuencia categorías del siglo XX que, a duras penas, son capaces de gestionar las nuevas crisis del siglo XXI. Hay necesidad imperiosa de un nuevo pacto social y económico entre trabajadores, empresas, sindicatos, política, sociedad civil, que parta del convencimiento de que todos somos más frágiles que hace unas décadas, que la crisis del 2008 ha roto verdaderamente el equilibrio del sistema y no hemos logrado todavía recrear uno nuevo. Ha acabado un mundo y el mundo nuevo requiere de nuevas herramientas. Las disputas, las mesas, ya no son adecuadas, son lenguas muertas que han dejado de hablarse o se hablan poco y mal. Se necesita más creatividad, hace falta un pensamiento no ideológico que no lleve a mirar a quienes dan empleo como «dueños» malvados y explotadores, y, desde la otra parte, que no se mire a los trabajadores como una banda de vagos y maleantes. Más respeto y estima recíproca. Pero, sobre todo, hace falta más capacidad creativa por parte de todos. La innovación no es hoy una prerrogativa de los emprendedores. Los trabajadores también tienen que innovar, experimentar y atreverse mucho más.

 

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