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Parroquia por el Trabajo Decente

04 octubre 2019 | Por

Parroquia por  el Trabajo Decente

Álvaro Pérez y Pablo Gómez | Parroquia Fuensanta (Madrid)

Fue en las redes sociales, donde nos encontramos con la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente y rápidamente nos sumamos a su manifiesto. Nuestro grupo nace del asombro que nos produce la riqueza de la Doctrina Social de la Iglesia.

Tristemente desconocida para la mayoría del pueblo de Dios. Sin embargo, constituye una herramienta, llena de Verdad, para entender y afrontar los retos de este mundo tan complejo, necesitados como estamos de una luz que vaya más allá de nuestra propia subjetividad e ideologías, «luz de verdad moral, que suscite respuestas apropiadas según la vocación y el ministerio de cada cristiano» (CDSI 83).

El exhaustivo VIII Informe FOESSA, recientemente publicado, ha recogido que, en 2018, el 9,5% de los hogares tenía ingresos inferiores al umbral de pobreza grave, una vez satisfechos los costes de su vivienda: el doble que en 2007, antes de la hecatombe financiera (4,5%). A pesar de los casi 2,5 millones de empleos creados, la situación del mercado de trabajo es alarmante. El informe subraya que el empleo precario «es uno de los principales generadores de exclusión social». Precisa que el nuevo empleo creado «es más desigual que el destruido», ya que el 31% de la población en exclusión social trabaja menos de 20 horas semanales (datos recogidos por Alternativas Económicas, en julio de 2019).

El trabajo es, para la Iglesia, «expresión esencial de la persona y debe estar orientado hacia el sujeto que lo realiza», como reconoce todo el magisterio y toda la tradición. Pero toda esta realidad de precarización rampante no depende solo de políticas concretas: «todos tenemos responsabilidades sociales que asumir» (CDSI 83); y, respecto al mundo laboral, estas son especialmente significativas.

La primera responsabilidad: la lucha contra la indiferencia. «Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas», decía certeramente Benedicto XVI en Caritas in veritate. La segunda, revisar a la luz de la Doctrina Social nuestras realidades eclesiales: ¿está presente en nuestras homilías, confesiones, catequesis, actividades, etc.? Nos exhortaba san Juan Pablo II, en Christifideles laici, a que estuviese «presente en la instrucción catequética general, y en las escuelas y universidades».

Porque de laicos verdaderamente formados en la Doctrina Social saldrán los gérmenes de empresas donde los trabajadores sean respetados, «donde se haga oír su propia voz» (Caritas in veritate, 63). Solo desde sus criterios, nuestro consumo será responsable y transformador: comprar es «siempre un acto moral y no solo económico» (CV 66). Esta máxima nos tiene que llevar a reflexiones con grandes implicaciones en el tipo de trabajo que queremos para nosotros y nuestros hijos: ¿me muevo solo en criterios de calidad/precio? ¿Consumo en empresas que son responsables con sus trabajadores y el ambiente? ¿Dónde fabrican y bajo qué condiciones? ¿Dónde tributan? ¿Son socialmente responsables?

Solo podremos dinamizar, a través de la Iglesia, la realidad del mundo del trabajo desde un mayor conocimiento de la Doctrina Social; desde los principios sobre los que nos hace reflexionar; desde los criterios para enjuiciar la realidad y las directrices para transformarla; desde «el anuncio y la denuncia» (CDSI 81), responsabilidad de todo cristiano.

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