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De la misa al trabajo

22 marzo 2019 | Por

De la misa al trabajo

Basilisa López García | El movimiento de los curas obreros nació en Francia como respuesta a la creciente preocupación por el mundo del trabajo y sus condiciones de vida en los años 30 del siglo pasado. La necesidad de nuevas formas de apostolado entre la clase obrera pasó entonces a tener un lugar destacado en la reflexión filosófica y teológica.

En 1941, en plena Francia ocupada, el dominico Jacques Loew se convirtió en el primer sacerdote obrero en los puertos de Marsella, empujado por la experiencia del padre Lebret. En 1942, en Bélgica, Charles Boland consigue de su obispo permiso para trabajar un día a la semana en una fábrica y, en 1943, le autorizan a hacerlo durante toda la semana. Estas experiencias, unidas a la aparición en 1943 del libro Francia, ¿país de misión?, de Henri Godin e Yvan Daniel, en el que se hacía un análisis de la descristianización de la clase obrera francesa, dieron forma a la misión en Francia. En enero de 1944, en la capilla del Seminario de la Misión en Francia, diez sacerdotes prometieron consagrar su vida a la cristianización de la clase obrera[1] y comenzaron a trabajar en fábricas, desarrollando su tarea pastoral entre los obreros de los suburbios de París.

Esta experiencia dura, oculta y, en su momento, poco conocida, fue mal acogida por un catolicismo aburguesado que encajaba mal las novedades y que, en 1953, logró que el cardenal Pizzardo prohibiera a los seminaristas trabajar como obreros en los períodos vacacionales. Un año después, en 1954, Pío XII acaba oficialmente con la experiencia de los curas obreros de la Misión de París. La escasa formación, la juventud de algunos de los sacerdotes, así como la fascinación operada en los mismos por la ideología marxista, fueron algunas de las causas que se señalaron para la suspensión. La herida abierta entre aquellos sacerdotes, para entonces unos 90, que calladamente trabajaron dando testimonio y compartiendo la vida y las condiciones de trabajo de los obreros en los suburbios de París, fue honda y se intentó cerrar en octubre de 1964, cuando la experiencia de los curas obreros fue nuevamente autorizada por el episcopado francés, con el acuerdo de la Santa Sede. El Concilio Vaticano II y el avance de la colegialidad, la acogida de la Nouvelle Theologie y las reflexiones teológicas de Chenu sobre el trabajo hicieron posible el cambio.

No obstante, para la reanudación de esta nueva etapa, se pusieron condiciones: que el futuro cura obrero tuviera una formación apropiada; que no vivieran solos, sino en pequeños grupos, y que lo hicieran ligados a sacerdotes y militantes de la Acción Católica Obrera.

Es en esta nueva etapa cuando la experiencia de los curas obreros se extiende por toda España coincidiendo con la eclosión de la industria en las grandes ciudades españolas, la emigración interior y exterior desde las zonas rurales y la incipiente apertura al turismo como nuevo lugar de trabajo. La HOAC, la JOC y Vanguardias Obreras fueron en muchos casos el soporte de esta experiencia de encarnación entre el clero en los años 60 y 70. Cataluña y el País Vasco fueron los focos desde los que irradió la experiencia que fue calando rápidamente entre sectores del clero secular y regular. Según estudios de José Centeno, desde 1963 podemos contabilizar la existencia de unos mil curas obreros[2] en España.

Los caminos transitados por los curas obreros al encuentro de su vocación fueron varios: unos se toparon con la realidad de sus parroquias pobres y marginadas; otros se formaron en los grupos de Jesús Obrero del seminario saliendo a trabajar en los veranos; otros simplemente eran obreros, jóvenes trabajadores que en la JOC descubrieron su vocación sacerdotal y quisieron seguir trabajando como sus amigos y sus hermanos, convirtiéndose en lo que Miguel Elhombre llama un «obrero cura». Pero todos tienen en común su opción por desarrollar su tarea pastoral entre la clase obrera, viviendo en sus barrios, trabajando como uno más en trabajos manuales (operarios, albañiles, jornaleros, emigrantes en la vendimia, metalúrgicos, mineros, dependientes, oficinistas, enfermeros), compartiendo la condición obrera bajo las órdenes de un jefe y renunciando al privilegio de un sueldo del obispado.

El propio devenir de su opción les llevó a sufrir con sus compañeros la injusticia secular del mundo del trabajo, conociendo sus anhelos y aspiraciones, compartiendo su lucha contra la injusticia, aceptando compromisos sociales, políticos y sindicales en sus organizaciones y hasta creándolas allí donde eran necesarias. Alumbraron con su opción una nueva forma de evangelizar entre sus compañeros de sacerdocio: la encarnación y el testimonio con su vida del amor de Dios a los más desfavorecidos, la clase obrera olvidada de la Iglesia.

A diferencia de sus compañeros franceses y belgas, los curas obreros españoles tuvieron que desarrollar su tarea en un ambiente doblemente hostil: la dictadura franquista y el nacionalcatolicismo eclesial. La lucha por la justicia social estuvo íntimamente asociada a la lucha por las libertades democráticas y al enfrentamiento con estructuras eclesiales ligadas al Régimen. Muchos de ellos fueron detenidos, interrogados, encarcelados y sancionados por la autoridad civil, a la vez que destinados a parroquias alejadas de aquellas en las que desarrollaban un compromiso y un testimonio incómodo para la jerarquía diocesana.

En sus parroquias crecieron los movimientos apostólicos, la HOAC, la JOC, Vanguardias Obreras, Comunidades de Base y Consejos Pastorales, una Iglesia posconciliar enraizada en la realidad social en la que el laicado adulto fue ocupando el lugar y la responsabilidad que el Concilio Vaticano les había señalado.

La crisis posconciliar, la incomprensión de sus superiores, la represión y la edad fueron haciendo mella numérica en el movimiento. Sin embargo muchos siguen ahí, en sus parroquias, en sus comunidades, como curas obreros-jubilados, como un testimonio, como una avanzadilla de la Iglesia en permanente salida a las periferias del mundo del trabajo y la precariedad.

 

[1]Miret Magdalena, Enrique: Los santos vuelven al infierno, en diario La Verdad, 30/10/1965.
[2] Centeno, Díez Maestro y Pérez Pinillos: Curas obreros. 45 años de testimonio (1963-2008), Ed. Herder, 2009.

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