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Cuando la persona es el centro

14 noviembre 2018 | Por

Cuando la persona es el centro

José Mª Segura Salvador SJUn profesor de Teología de la Universidad de Deusto nos hizo una vez en clase la siguiente reflexión: el compromiso cristiano es una invitación al exceso. Porque se trata de estar disponibles, de hacerse disponible como Jesús.

Una cosa es ser voluntario de una ONG dos veces por semana (que está genial) y «optar por los pobres» esas 3-4 horas a la semana (que es genial) y otra muy distinta es encarnarse, compartir realidad y sueños, y «estar» cuando a la hora de la siesta o en un puente o a las 3 de la mañana irrumpe la urgencia. Lo primero es estupendo, lo segundo, por lo excesivo, nos acerca a la encarnación. Amor sin anestesia. Amor en sentido político. El Amor al que se refería san Romero de América cuando pedía a los cristianos (no a los bautizados, a los «cristianos») que fuesen «en el sentido más propio de la palabra, revolucionarios».

Voy a contar una historia[1]. Que no es mía. Pero que habla de cómo Dios nos pone de puntillas en «ejercicios» de estiramiento de solidaridad que nos ensanchan el alma.

Parte de mi tarea en el Servicio Jesuita a Migrantes en Valencia (SJM) es entrevistar a los voluntarios y tratar de saber cómo van, si están bien… escuchar e «intervenir» si hay alguna situación que a veces se complica. Ellos son el corazón del SJM y no existiríamos sin ellos. Lo que cuento en estas líneas es un viaje compartido con una voluntaria a la que Dios ha ido llevando, Reino Adentro (Casaldáliga) por los caminos de las campañas de Hospitalidad y Acogida en un ejercicio de estiramiento de solidaridad.

Nuestra voluntaria es una mujer jubilada. Con un don especial para acompañar personas que nace de su capacidad de escucha (con decir que es también voluntaria de hospital). Es, además, una mujer de fe. Con estas cualidades la incorporamos a programas de familias, poniendo el acento en el acompañamiento personal de los procesos que las personas migrantes van haciendo.

En su total disponibilidad se ponía y nos ponía un límite muy claro: «no alojo a nadie en mi casa. No quiero. No tengo sitio y no estoy preparada». Ningún problema ¡hay tanto por acompañar! Y nuestra voluntaria empezó su colaboración atendiendo el teléfono y la base de datos. Pero viendo su potencial, lo confieso, la «empujé» un poquito, y le pedí que llevase trastos a una gitana que acompañamos y que los revende… «Aunque eres un liante y aunque me cuesta ir a verla, siento que Dios me lleva también. Te agradezco este lio».

Así, poco a poco, aparecieron nuevas personas a las que acompañar. Con quienes tomar un café, dar un paseo, hacer refuerzo de clases… y un día apareció en su vida Beni. Una mujer árabe, madre luchadora, musulmana, sola, con dos niños. Nuestra voluntaria la conoció en actividades de SJM «hablamos en varias ocasiones y le acompañé a solucionar algunos trámites…», y esta persona optó por nuestra voluntaria (y viceversa).

En este año de participar activamente en la acogida de personas migrantes con recursos de hogar, si algo hemos aprendido es que la vida es maravillosamente impredecible. Que las complicaciones no faltan, y que Dios tampoco.

En verano Beni encontró trabajo gracias a una ONG con la que colaboramos. Un día tuvo un accidente laboral y se tuvo que quedar ingresada en el hospital. Desde el servicio de urgencias llamaron al SJM porque ella explicó que éramos su única familia. Después del susto y del subidón: ¡Somos su familia! ¿Qué hacemos? ¿Y los niños? Un matrimonio de voluntarios se los llevó a su casa a pasar la noche, que luego fueron tres. Ningún problema. Gente buena que Dios acompaña para que acompañe. Pero, ¿quién va al hospital? Hicimos turnos. Como cuenta nuestra voluntaria «me quedé acompañándola en el hospital… después de 24 horas en observación, de madrugada y con aerosoles y bastante medicación le dieron el alta».

Fuimos a recogerla pero estaba demasiado débil. Su casa de acogida está en un sexto sin ascensor. Pudimos «escalar» los cuatro pisos, ¡fue una aventura!, pero a las horas tuvo una crisis respiratoria y hubo de volver a ingresar al hospital con ambulancia incluida… Al salir al día siguiente nos temíamos que se repitiese la situación. ¿Qué hacemos ahora? Podríamos llevarla a la comunidad de jesuitas pero, ¿y si necesita ayuda para su higiene personal…?

Y esta samaritana, que me había y se había prometido que no metería a nadie en su casa, «Señor no te pases, no me pidas eso», lo vio claro: «sus hijos estaban atendidos y ella tenía que volver al hospital a los tres días, sin pensarlo me la llevé a casa». Mirando hacia atrás nos cuenta «esa acción supuso romper uno de mis limites más celosamente conservado, me deje llevar por el momento».

Como en esos pasajes en los que Jesús actúa la misericordia de Dios «no me lo planteé, lo hice». Y explica «Vivo sola y mi casa es mi espacio, mi refugio, no está preparada para acoger (ni yo tampoco) pero me dejé llevar por lo que me decía el corazón y no la razón, cedí mi habitación, mi cama, solo podía pensar en que estuviera cómoda, en que se sintiera segura. Veía y sentía su debilidad, su abatimiento, ella se convirtió en el centro». Esta es la revolución de la ternura que pide el papa Francisco, el primerear, el dejarse afectar, el hacerse cargo de la realidad y cargar con ella: le dejé mi cama.

Cuentan que al Dios de la Vida, a la Ternura-de-Dios-hecha-carne, al Hijo Encarnado (con permiso de Rahner), Dios le sorprendió en una mujer sirofenicia y le hizo extender los límites de su misericordia. Para nuestra voluntaria este encuentro con la prójima, que es la hermana necesitada que Dios puso en su camino, fue lugar de encuentro con Dios mismo. De hecho «Beni» es un nombre ficticio por «Bendición, que es lo que ha sido y es para mí, creo que Dios estuvo en este encuentro, fui su instrumento y medio la fuerza del Espíritu para poderlo hacer».

Escribía san Ignacio en su diario espiritual: «Te seguiré a donde me lleves. Sabiamente ignorante iré donde no sé. Puesto el corazón en ti, te seguiré». Dice nuestra hermana voluntaria, en quien Dios está provocando que todos en el SJM repensemos qué límites ponemos a nuestra solidaridad, «Dios me está conduciendo por un camino, que no sé dónde me llevará, intento vivir el presente llenándolo de amor, a la manera de Jesús».

[1] La protagonista es una voluntaria del Servicio Jesuita a Migrantes en Valencia.

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