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«Nuestros sueldos son también de bajo coste»

19 octubre 2018 | Por

«Nuestros sueldos son también de bajo coste»

Olivia Pérez | Alejandra, María, Elena y Ester, viven juntas desde hace unos meses en una casa alquilada a las afueras de una capital europea donde trabajan para la compañía aérea Ryanair. Son tripulantes de cabina, lo que comúnmente denominamos «azafatas». Con sus peculiaridades propias, las cuatro comparten una vivencia similar de precariedad laboral que narran (con nombres supuestos, claro) para Noticias Obreras.

¿Cómo os habéis convertido en azafatas?

Después de seis semanas de formación que, en la actualidad, sufraga la compañía en una de sus bases en España, hemos llegado a esta ciudad con un contrato de un año y medio de duración. Para alguna de nosotras, el curso ya ha sido una primera inversión: hemos tenido que trasladarnos a una ciudad distinta de la nuestra para realizarlo, con los gastos que ello supone para nosotras o nuestras familias, de alquiler, comida, etc., que corren de nuestra cuenta (aunque Ryanair nos paga dietas, no son suficientes).

¿Cuáles son vuestras condiciones laborales actuales?

Volamos cinco días a la semana y descansamos tres. Los días que nos toca volar podemos hacer hasta cuatro vuelos, dos de ida y dos de vuelta porque siempre se procura que volvamos a casa, para evitar los costes, a no ser que haya alguna incidencia y tengamos que dormir fuera. En ese caso, la compañía debería hacerse cargo de ti –explica Alejandra– y procurarte un lugar donde ir pero yo ya he tenido que dormir tirada en el aeropuerto, y a la mañana siguiente, sin poder ducharme, ni cambiarme, salir de nuevo en otro vuelo hacia la ciudad base.

¿Os tratan de forma diferente a los hombres y a las mujeres?

Todos tenemos que ir siempre en «perfecto estado de revista», pero las chicas además tenemos que ir siempre maquilladas, con las uñas y los labios pintados del mismo color.

Y cuando vamos a servir debemos ponernos un delantal. Ellos no –apunta otra entrevistada–.

El último verano hemos conocido, y algunas personas, sufrido, vuestra huelga, la de los y las asistentes de cabina, aunque también ha habido de pilotos de Ryanair en distintos países, por ejemplo. ¿Cuáles eran las reivindicaciones?

La huelga de azafatas y azafatos fue en España, no aquí y depende de una situación anómala, porque, aunque trabajan y pagan impuestos en España, al ser una compañía irlandesa, las leyes laborales por las que se rige son las de la isla. Nuestras compañeras reclamaban un cambio en esa política de empresa. Las y los pilotos también pedían mejoras en sus condiciones laborales.

¿Vuestras condiciones son también mejorables?

Una cosa curiosa es que en la compañía existen cientos de contratos diferentes y cada persona tiene una relación laboral distinta con la empresa, a pesar de realizar las mismas funciones. El tipo de contrato depende del tiempo en la empresa y eso provoca, entre otras cosas, que sea complicado aunar las demandas y necesidades de las personas y, por tanto, unificar luchas; pero también supone que puede haber agravios comparativos entre unas personas y otras.

A nosotras –cuenta enérgica Ester– nos han pagado el curso y los primeros uniformes, mientras que otros compañeros y compañeras de más tiempo han tenido que pagárselos. De cara al invierno, tendremos que comprarnos camisas de manga larga y un abrigo, el del uniforme, el único que podemos usar y que vende, por supuesto, la compañía.

Y, ¿qué tal los vuelos?

Yo me lo paso súper bien –dice María–.

Sí –grita por encima Elena–, hasta que empiezan a gritarte las señoras por sus paninis.

Es cierto, eso es lo peor. Hay gente muy exigente y muy maleducada.

Y muy poco empática –confirma Ester–. Para los pasajeros y pasajeras somos quienes damos la cara por la empresa y nos gritan cuando hay retrasos o cuando, al llegar a un aeropuerto, no pueden bajar del avión porque hay poco personal y, por tanto, no hay suficientes autobuses o escalerillas.

Volar es un lujo –dice con vehemencia Alejandra–, un lujo que las compañías de bajo coste han socializado. Eso está muy bien, porque mucha gente que nunca habría podido acceder a un vuelo ahora puede hacerlo. Pero, tiene otros problemas. El primero, nuestros sueldos son también de bajo coste. Nos pagan un fijo que no es ni mileurista, aunque mejora algo al añadir el porcentaje sobre las ventas y las horas de vuelo. El sueldo no está tan mal, aunque las «horas de vuelo» son horas volando: «regalamos» a la empresa el tiempo que pasamos en los aviones (normalmente, ni bajamos del avión en el cambio de pasajeros) o las de retraso entre vuelos. Tampoco «cobramos» los días de guardia, esperando en casa o en el aeropuerto: estás a disposición de la compañía, hasta doce horas, por si algún compañero o compañera falla y hubiera que sustituirla.

Es una experiencia distinta, divertida algunos momentos, pero incompatible con la vida personal –cuenta María–. Al tener turnos semanales, unas semanas estás de mañanas y otras de tardes (de earlies, de lates, usan una lengua que ya no es ni inglés ni español), no puedes hacer muchos planes y difícilmente, tener una familia; aunque hay compañeras que tienen hijos, es muy complicado pensar en algo así.

Y no te olvides de los flexis –recuerda Elena–.

¿Qué son los flexis?

De los días off, los tres que no trabajamos a la semana, la empresa puede disponer de hasta nueve días, llamarte y ponerte a volar. Te pueden avisar hasta con una semana de antelación, se supone, aunque ha habido personas a las han llamado con solo un día. Es un rollo porque esos días puedes haber decidido viajar a casa, tienes una consulta médica, o simplemente, querías descansar y si te llaman, igual con poco tiempo, no tienes margen de maniobra para cambiar los planes. Además, esto no aparece reflejado en nuestro contrato, aunque no estamos seguras si está en los últimos.

La expresión que más repiten todas es: «si sigo aquí para entonces…», tal es su inestabilidad. Con «aquí» se refieren a la casa que comparten, la ciudad, el país, y por supuesto, la compañía. Ryanair está continuamente formando y contratando personal, en parte porque muchos de sus asistentes de cabina deciden «volar» y cambiar de trabajo en cuanto pueden alcanzar mejores condiciones en otras empresas o, quién sabe si en otros empleos.

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