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Verano para compartir fe, esperanza y alegría

24 julio 2018 | Por

Verano para compartir fe, esperanza y alegría

Fefi Valerón | Había ideado un plan perfecto para este verano, una vez finalizado el curso. Disfrutaría de mis nietas y procuraría ir a los Cursos de Verano de la HOAC. Pero algo trastocó mis planes.

Lo primero que haría sería disfrutar de dos semanas con Nazaret y Daniela, mis nietas. Lo segundo, mirar las fechas de los Cursos de Verano de la HOAC de este año para unirme al grupo de militantes que viajaríamos desde Canarias.

Aprovechando que se celebran en Salamanca pensaba participar en los cursos y prolongar una semana más mi estancia en la ciudad para disfrutar de sus numerosas ofertas culturales y, también, descansar. Me veía llamando a mi entrañable y querido Àlvar para comentarle la posibilidad de preparar un pequeño sketch para la fiesta habitual de cada edición.

Iba encontrarme con los rostros queridos de tantos y tantas militantes y compartir besos y abrazos; disfrutar juntos de este espacio, participando y compartiendo días entrañables de oración, reflexión y profundización que nos ofrece la HOAC. Esto ocurría en enero. En febrero mi plan no me pareció tan perfecto. Mejor dicho, cambió totalmente.

Durante la Asamblea Diocesana de Canarias, coincidí en la mesa con Loli y Antonio. Mientras compartíamos el almuerzo, Antonio me habló de su intención de viajar a Trinidad, en el departamento de Estelí, en Nicaragua, lugar en el que estuvo ya el verano pasado.

Me hablaba con alegría de la llamada que siente para ir a la misión ad gentes. En un momento dado, Loli, conocedora también de mi vena misionera, me comentó si me gustaría acompañar a Antonio. Pregunté por el proyecto y la tarea que se realiza allí. En principio, el objetivo es estar disponibles para lo que demanden. Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente: «Vamos para estar disponibles…».

Disponibilidad, una palabra que evoca otra Palabra y me recuerda la actitud interior con la que quiero estar en el mundo; Palabra presente en mi proyecto personal de vida militante y que quiero acoger en mi corazón como luz que guíe el resto de mi andadura en esta tierra.

La llamada a cambiar los planes de vacaciones se iba haciendo hueco en mí. Cuando Antonio me llamó, ya en abril, le dije que sí sin dudarlo. Con alegría, comprendía poco a poco por qué me costó tan poquito cambiar mi plan. La disponibilidad que quiero vivir como seguidora de Jesús de Nazaret comporta renunciar, también, a mis criterios a la hora de elegir y vivir mis vacaciones. Una pequeña renuncia que hago con libertad y agradecimiento.

Estas vacaciones serán diferentes a las que había planificado y las quiero vivir como posibilidad que me brinda el Padre, junto a Antonio y Ramón, de compartir durante cinco semanas las esperanzas, los anhelos, las luchas y las alegrías de nuestras hermanas y hermanos de la comunidad parroquial de Trinidad.

Son tiempos muy difíciles para Nicaragua. Son tiempos muy duros para las personas empobrecidas de nuestro mundo. Pero son, también y sobre todo, tiempos de esperanza. Mis vacaciones de este año quiero vivirlas desde esta clave: como un tiempo para compartir la fe, la esperanza y la alegría que el Dios de la Vida me regala cada día; y hacerlo con unas hermanas y hermanos de los que no conozco sus rostros pero a los que me siento íntimamente unida desde la fe y el vínculo inquebrantable de la fraternidad universal.

Hermanas y hermanos de los que sin duda tengo mucho que aprender y a los que quiero conocer para compartir la esperanza en una presencia que nos fundamenta, sostiene, fortalece, impulsa y acompaña. Como hoacista quiero estar especialmente atenta a los problemas, las esperanzas y las luchas de las trabajadoras y los trabajadores de esta localidad. Mostrar la cercanía y la solidaridad de la Iglesia a través de nuestra humilde presencia como militantes de la HOAC.

A Nazaret y Daniela, mis nietas, no les ha gustado que no esté con ellas en julio, como habíamos pensado. Pero cuando les hablo de las razones que me han impulsado a hacerlo les brillan sus ojitos y sonríen. No comprenden bien cuando les digo que voy a compartir con otras «nietitas» y otras personas a las que me siento unida también por los lazos del Amor con mayúsculas. No lo comprenden pero les miro agradecida y convencida de que lo mejor que puedo regalarles es mi testimonio.

Agradezco a Antonio que me adelantara generosamente el dinero para el billete y me ayudara con los diferentes documentos y requisitos que necesitaba tener listos para poder viajar ¡Con cuánta paciencia y ternura llevó mis despistes! «No creo en los milagros», bromeaba divertido cuando se enteró de la fecha en la que caducaba mi pasaporte: ¡faltaban menos de 20 días para el viaje y tenía que solicitar aún el permiso de entrada a los Estados Unidos!

Los milagros sí existen, Antonio, le decía. ¿Cómo no ver el milagro del don de la vida que el Padre Madre me regala cada día; el milagro de su misericordia que me sostiene y su ternura entrañable que me sobrecoge y me une al resto del universo?

Un amor que me une a la humanidad que sufre, que lucha, que sueña y espera la liberación en cualquier lugar de nuestra casa común. El milagro de un amor que me invita siempre a recorrer el camino de las bienaventuranzas y a estar disponible para ser portadora, allí donde vaya, de la misericordia y la ternura de nuestro Dios. También en mis vacaciones.

Por eso, con esta esperanza y alegría viajamos los tres a Nicaragua. Somos tres, pero, en realidad, somos cuatro, porque con Ramón, Antonio y conmigo, va también Jesús. Y es que sabemos que, sin Él, no podemos hacer nada.

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