También nosotros podemos encontrarnos con una dificultad: la incapacidad para acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano. Podemos divinizar tanto a Jesús que nos olvidemos de su humanidad, pero la divinidad de Jesús solo se reconoce en el ser como nosotros, en el hacerse uno como nosotros, en su abajamiento y entrega; especialmente en la cruz: Verdaderamente este es Hijo de Dios. Dios se ha colocado del lado de los insignificantes, de los que no cuentan, por mucho que no lo queramos ver o que nos escandalice.