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25 años de sacerdocio

12 junio 2018 | Por

25 años de sacerdocio

Compartimos con todos vosotros y vosotras un momento especial en la vida comunitaria de la HOAC. Nuestro consiliario general, Fernando Díaz Abajo, cumple sus primeros 25 años de sacerdocio. Fernando es miembro del equipo Unidad de la HOAC de Sevilla. Ha sido consiliario diocesano y de zona de Andalucía; párroco en la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, en el polígono de San Pablo de Sevilla; director del departamento de Pastoral Obrera de la CEAS de la Conferencia Episcopal Española. Colaborador de Noticias Obreras.

Sus compañeros y compañeras de la Comisión Permanente, con los que trabaja día a día, celebraran su “trayectoria vital que ha contado siempre con la ayuda de Dios y con una actitud de vivir con disponibilidad lo que la Iglesia y la HOAC” le piden. Damos gracias a Dios por su servicio para la evangelización del mundo obrero y del trabajo. Que el Espíritu nos siga guiando en este caminar.

El jueves, 14 de junio,en la sede de la HOAC, presidirá una Eucaristía de acción de gracias.

Os dejamos este texto escrito por él en su blog.

Fernando Díaz Abajo | Hoy es mi vigésimo quinto aniversario de ordenación sacerdotal. Un cuarto de siglo. ¡Se dice pronto! Parece que fue ayer —que es lo que se dice en estos casos— y, en cierto modo, es así. Hay vivencias de entonces que siguen actuales, frescas, como ayer mismo, como hace veinticinco años. Uno sigue manteniendo la misma ilusión de entonces —aunque vivida de otra manera—, y vive con idéntica intensidad muchas cosas. Pero no puedo negar que ¡han pasado veinticinco años! —que se dice pronto— y muchas cosas han cambiado en estos años. Solo hay que mirar las fotos de entonces y repasar el historial médico para poder cantar eso de “el tiempo, el implacable, el que pasó…”

Lo primero que me sale al mirar desde el hoy hacia esta historia es el agradecimiento a Dios, que me llamó, y que ha sostenido mi fidelidad en todos estos años.

Inmediatamente después lo que uno siente es la ausencia de quienes estaban y hoy no están físicamente: mi madre, familiares, amigos, compañeros de sacerdocio que fueron referentes. Andan por la casa del Padre, viviendo la vida plena, pero dejan huecos. En estos veinticinco años se aprende a vivir con las ausencias. También soy mis ausencias, las que me acompañan. Esas que en estos años he tenido que aprender a incorporar a mi vida. Cada uno de ellos dejó algo de lo que hoy soy. El recuerdo trae el agradecimiento. Sin ellos no sería yo.

Las ausencias, también, de personas que pasaron en momentos o etapas determinadas por mi vida, y… pasaron, no continuaron. Ellos hicieron su camino, diverso del mío. Pero eso también te hace: te enseña. Ellos no están, salieron de mi vida, pero es indudable que lo que soy también creció ahí, de ellos y con ellos.

Y de la mano de las ausencias, se sienten más las presencias, las constantes, mantenidas a lo largo de los años, a pesar, incluso, de las distancias físicas; las que permanecen, las de quienes estaban hace veinticinco años, porque estaban antes, y han seguido estando pese a todo. Mucho agradecimiento surge junto a cada nombre, y a tanto camino compartido. Y las presencias nuevas: los amigos de la última hora, que siguen sorprendiéndome cada día.

Muchas cosas han cambiado. Veinticinco años después ni vivo donde vivía, ni hago exactamente lo que hacía entonces, ni estoy con las personas que estaba. Hay una ciudad nueva, una tarea nueva, nuevas personas que han llegado a mi vida, y yo a la suya. Mis sobrinas no habían nacido, mis hermanos no se habían casado, las parroquias y la gente que han aparecido en mi vida después, no estaban aún, ni soñaba con conocerlas… ni a los nuevos compañeros que he encontrado… No pensaba, desde luego, que fuera a estar en Madrid, ni realizando el servicio que ahora hago. Los horizontes de este peregrino se han ido haciendo nuevos y ensanchando por donde he dejado que Dios me conduzca. Ha merecido la pena dejarse llevar.

A lo largo de muchos de los días previos a este aniversario se ha ido haciendo insistente una conciencia y una reflexión: todo es Gracia, que decía Bernanós. No he elegido los compañeros actuales, se me regalaron; no he elegido el servicio actual, se me pidió. No he elegido la ciudad que habito, se regalaba con el cargo. No he elegido a mis compañeros de Comisión de la HOAC, ni a los obispos y compañeros con quienes he tenido y tengo que trabajar… es don. Todo es don, que se aprecia cuando uno se abre a acogerlo. Sin ellos —sin vosotros, y vuestras vidas—, por ejemplo, no entendería estos tres últimos años de mi vida. Sin esa experiencia creciente de la Gracia no sería yo.

Muchas cosas han sucedido en estos años, unas buenas —conforme a mis expectativas, vamos— otras menos buenas —es decir, que ni las esperaba ni las deseaba— pero todas buenas, en definitiva, pues incluso estas han ido moldeando para bien el que soy hoy, aquí y ahora. Sigue siendo Gracia.Voy aprendiendo —aún queda— a “bailar con la soledad”, que dice Olaizola, y que decía José María de los Santos que era la vocación de nuestra vida: “ser solitarios en medio de la multitud”. Y voy aprendiendo cada día a luchar y a vivir esta paz armada, que dice Casaldáliga:

Será una Paz Armada, compañeros / Será toda la vida esta batalla
Que el cráter de la carne solo calla / Cuando la muerte acalla sus braseros

Sin lumbre en el hogar, y el sueño mudo / Sin hijos, las rodillas y la boca
a veces sentirán que el hielo toca. / La soledad les pesará a menudo

No es que dejés el corazón sin bodas / Habrás de amarlo todo, todos, todas
Discípulos de aquel que amo primero

Perdida por el Reino y conquistada / Será una paz tan libre como armada
Será el amor, amado a cuerpo entero

Me quiero algo más que hace veinticinco años, es decir: me acepto mejor, he aprendido a quererme aunque sigo siendo consciente de quien soy —más que entonces— y de cuales son mis debilidades. Me siento más barro en manos del alfarero. Me he hecho más realista, y por eso más esperanzado aún. La debilidad propia de los años, y también la mirada constante a la vida, te ayudan a irte haciendo así: menos confiado en las propias fuerzas, y más en el amor entrañable de Dios que he experimentado en tantas circunstancias y ocasiones.

Soy consciente también de cómo estos años están jalonados de “víctimas” de mí mismo; a unas les he pedido perdón más de una vez, y a otras espero poder hacerlo alguna vez, si se dejan. Otras, sé que me perdonaron en el mismo momento en que tuvieron experiencia de mi lado oscuro. Yo, por mi parte, creo que he perdonado a todos.

Sigo enamorado —gracias a Dios— de Dios, y de mucha gente cuya sola presencia me provoca la sonrisa. Sobre todo de aquella que sabe hablar con la mirada y no necesitamos decir mucho más para entendernos, porque hemos llegado a esa especial sintonía. Sigo encontrando gente así en mi vida (todo es Gracia). Sigo enamorado de mis amigos, de la música ¡qué sería de mí sin la música! Para casi todo lo que vivo y siento existe una canción.

Sigo enamorado de las montañas y de los caminos, de los bosques y del silencio. Sigo enamorado de la justicia, de la comunión, de esta Iglesia, santa y pecadora, que me acogió y me acoge, que me ha dado grandes alegrías, e inmensas tristezas, pero que me dio a luz hace muchos años ya. Tengo que seguir enamorándome aún más de los pobres, tengo que seguir dejando que me enamoren.

En los laicos y laicas de mi Iglesia, en la HOAC de una manera especial, he encontrado la razón de mi ministerio y de mi vida. Ellos me acompañan en este camino desde hace bastante más de veinticinco años, y lo siguen haciendo, y de ellos sigo aprendiendo. Como decía san Agustín, “con vosotros soy cristiano, y para vosotros soy sacerdote”. Que no me falten.

He aprendido a despojarme y desprenderme algo más. Necesito menos. Quiero tener menos. Voy descubriendo la simplicidad del peregrino. Así me siento.

Si tuviera que encerrar en pocas palabras lo que siento y espero hoy, me valdrían estos versos de Casaldáliga, de su poema En éxodo:

La vida sobre ruedas o a caballo,
yendo y viniendo de misión cumplida,
árbol entre los árboles me callo
y oigo como se acerca Tú Venida.

Cuanto menos Te encuentro, más Te hallo,
libres los dos de nombre y de medida.
Dueño del miedo que Te doy vasallo,
vivo de la esperanza de Tú vida.

Al acecho del Reino diferente,
voy amando las cosas y la gente,
ciudadano de todo y extranjero.

Y me llama Tú paz como un abismo
mientras cruzo las sombras, guerrillero
del Mundo, de la Iglesia y de mí mismo.

Y, si aún fueran muchas las palabras, me valdrían, de la mano de Pedro Arrupe, solo dos: Para el presente. Amén. Para el porvenir: Aleluya.

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