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El Vaticano considera que hay que poner las finanzas y la economía al servicio de la persona y del bien común

17 mayo 2018 | Por

El Vaticano considera que hay que poner las finanzas y la economía al servicio de la persona y del bien común

Oeconomicae et pecuniariae quaestiones, documento presentado en la sala Stampa de la Santa Sede, clama por una regulación adecuada para evitar las malas prácticas de los mercados y llama a incorporar la ética al corazón de la economía.

Este documento de «consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero» ha sido elaborado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, del cardenal Peter Turkson, y la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por Luis Francisco Ladaria. Tiene además la aprobación del papa Francisco.

La reflexión persigue recordar a todos «con humilde certeza, algunos principios éticos claros» que deben guiar el funcionamiento del actual sistema económico y financiero, con el fin de promover un «orden ético, arraigado en la sabiduría de Dios Creador» y por lo tanto «fundamento indispensable para edificar una comunidad digna» de personas, «regulada por leyes inspiradas en la justicia real».

Las consideraciones hacen una crítica rotunda al papel desempeñado por las instituciones financieras en la gestación de la crisis mundial de 2007 y sirve como advertencia clara del riesgo todavía existente, mientras no se ponga fin a las prácticas más arriesgadas e irresponsables del mundo financiero.

En sintonía con la denuncia que realiza el papa Francisco, estas dos importantes instancias de la Curia romana convienen en denunciar que «si bien es cierto que el bienestar económico global ha aumentado en la segunda mitad del sigo XX, en medida y rapidez nunca antes experimentada, hay que señalar que al mismo tiempo han aumentado las desigualdades entre los distintos países y dentro de ellos». De modo que lo que está en juego, apuntan, es «el verdadero bienestar de la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro planeta, que corren el riesgo de verse confinados cada vez más a los márgenes, cuando no de ser “excluidos y descartados” del progreso y bienestar real, mientras algunas minorías explotan y reservan en su propio beneficio vastos recursos y riquezas».

La Congregación para la Doctrina de la Fe, competente en asuntos morales, y el Dicasterio de Desarrollo Humano Integral, dedicado a promover la dignidad de las personas, la justicia y la paz y la ayuda a la «humanidad sufriente», ofrecen consideraciones de fondo y puntualizaciones para apoyar el progreso del bien común y defender la dignidad humana, también en la práctica de la intermediación financiera y evitar en lo posible nuevos abusos e injusticias, pero, también, nuevas crisis sistémicas.

Así, recurriendo a la enseñanza social de la Iglesia y a los imperativos morales derivados de la sagrada dignidad de la persona y teniendo en cuenta los avances técnicos y científicos, se hace un pormenorizado repaso a los productos, servicios y operaciones financieras que ha traído la globalización. El Vaticano emplaza a una «urgente una alianza renovada entre los agentes económicos y políticos en la promoción de todo aquello que es necesario para el completo desarrollo de cada persona humana y de toda la sociedad, conjugando al mismo tiempo las exigencias de la solidaridad y la subsidiariedad».

El papel del trabajo

Aunque no se trata de un documento centrado en el trabajo, ampliamente tratado por este pontificado en otros momentos y lugares, sí contiene algunas referencias explícitas, tanto por su papel protagonista en la actividad económica como por la prioridad de este pontificado expresadas en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium y en la encíclica Laudato si’, ambas fundamentales en la «Iglesia en salida» que proclama Francisco. Al hablar de la medida del bienestar de una sociedad, llama a tener en cuenta «la calidad de la vida social y del trabajo» superando la lógica del PIB y apostando por «parámetros que humanicen, de formas culturales y mentalidades en las que la gratuidad –es decir, el descubrimiento y el ejercicio de lo verdadero y lo justo como bienes intrínsecos– se convierta en la norma de medida, y donde ganancia y solidaridad no sean antagónicas».

También al abordar la creación de riqueza plantea como una desgracia para la humanidad el hecho de que «el rendimiento del capital acecha de cerca y amenaza con suplantar la renta del trabajo». El documento alerta que el trabajo y su dignidad «está en peligro» y pierde su «su condición de bien» para las personas «convirtiéndose en un simple medio de intercambio dentro de relaciones sociales asimétricas. Precisamente en esa inversión de orden entre medios y fines, en virtud del cual el trabajo, de bien, se convierte en “instrumento” y el dinero, de medio, se convierte en “fin”, encuentra terreno fértil esa “cultura del descarte”, temeraria y amoral, que ha marginado a grandes masas de población, privándoles de trabajo decente y convirtiéndoles en sujetos “sin horizontes, sin salida”: «Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son “explotados” sino desechos, “sobrantes”».

No menos críticos se muestran los autores de estas consideraciones con la lógica que obliga a la administración empresarial a aumentar el valor para los accionistas en detrimento de la buena marcha empresarial y de «los intereses legítimos de todos aquellos que, con su trabajo y servicio, operan en beneficio de la misma empresa».

La comprensión del ser humano

Las consideraciones recogidas en Oeconomicae et pecuniariae quaestiones apelan a la necesidad de un rearme ético que debe incluir a la economía y las finanzas que parte de una visión antropológica adecuada, sin la cual es imposible fundar “ni una ética ni una praxis que estén a la altura de su (de la persona) dignidad y de un bien que sea realmente común”. La época presente ha cometido la imprudencia de reducir al ser humano a mero “consumidor” entregado a “optimizar sus ganancias pecuniarias”.

Esta limitad comprensión de la persona, deja de lado al «sujeto constitutivamente incorporado en una trama de relaciones personales que son en sí mismas un recurso positivo», al «ser relacionado y esencialmente marcado por lo que la Revelación cristiana llama “comunión”».

Esta visión antropológica es clave para medir la validez de las estrategias económicas, para entender que la calidad global de vida está muy por encima moralmente del crecimiento de las ganancias. «Ningún beneficio es legítimo, en efecto, cuando se pierde el horizonte de la promoción integral de la persona humana, el destino universal de los bines y la opción preferencia por los pobres», se lee en el documento.

De hecho, ambos organismos vaticanos señalan que no hay actividad económica sostenible sin «saludable libertad económica» ni viabilidad del sistema económico cuando queda dominado por «formas de oligarquía».

Repaso a los productos financieros

Enumera gran parte de las prácticas financieras dañinas que impiden a la economía servir al bien común, empezando por el dominio que la industria financiera ha conseguido sobre la economía real; pasando por la asimetría de los mercados, la opaca e irresponsable política de concesión de créditos, la actuación de ciertos fondos de inversión volcadas en la ganancia fácil y rápida de beneficios, la gestión dolosa del ahorro, las hipotecas basura de infaustos recuerdos, la mala utilización de los llamados derivados financieros, los no menos usos fraudulentos de las permuta de incumplimiento crediticio (CDS, por sus siglas en inglés) y la concertación en la fijación del valor de los índices de referencia; y terminando con la elusión fiscal, los paraísos fiscales y la gestión de la deuda pública.

Economía al servicio de la humanidad

Aunque puede leerse como una condena general del mundo financiero, lo cierto es que el documento valora la función social de la economía y las finanzas, bien entendidas y propone una serie de medidas para que cumplan el papel que están llamadas a jugar en la promoción del bien común y el respeto a la dignidad del ser humano. De hecho, se habla de «una alianza renovada entre los agentes económicos y políticos en la promoción de todo aquello que es necesario para el completo desarrollo de cada persona humana y de toda la sociedad».

También se propone la creación de comités éticos dentro de las instituciones financieras, la asunción de la responsabilidad social corporativa, adecuadas regulaciones que acaben con la ingenua creencia en las bondades de la autorregulación de los mercados, respeto no solo formal sino también al espíritu de las leyes, supervisión constante y honesta además de cooperación tanto entre Estados como entre organismos supranacionales. Sin olvidarse, además, de hacer un llamamiento a «votar con la cartera», practicando un consumo selectivo y responsable y alentar las muchas asociaciones de la sociedad civil que son «una reserva de conciencia y responsabilidad social». Todo ello con el convencimiento de que es posible orientar la actividad humana, también la economía, al «vivir bien» y a la construcción de una esperanza a la altura de la dignidad de las personas humanas.

El documento tiene un capítulo introductorio; un segundo capítulo de consideraciones básicas de fondo; en el tercer capítulo, aborda algunas puntualizaciones en el contexto actual y finaliza con un capítulo cuarto de conclusión. Entre la citas y referencias, se observa una trayectoria histórica de documentos de papas que precedieron a Francisco así como los citados Evangelii gaudium y Laudato si’.

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