En la experiencia dudosa de los discípulos aprendemos a reconocer las luces y sombras de nuestra propia fe, que se mueve entre la duda y el deseo de confiar, entre nuestras ataduras miedosas y la confianza. De esa misma experiencia aprendemos a comprometernos gozosamente con el Reino y experimentarnos renacidos a la vida nueva, siendo testigos, dando razón de nuestra esperanza a pesar de las sombras de la vida, del egoísmo, de la insolidaridad y la injusticia de nuestro mundo.
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